Linda D’Ambrosio: Por docenas

Aunque convengo en que no es una costumbre autóctona, desde niña me han entusiasmado las celebraciones en torno al Domingo de Pascua. En el ámbito católico la fiesta es, posiblemente, la más importante del año litúrgico y la que da razón a todo lo que se erige en torno a la crucifixión: “si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también vuestra fe”, diría Pablo en su Primera Carta a los Corintios. Pero, en un terreno más mundano, la búsqueda de los huevitos decorados siempre ha sido un ritual en el que he puesto gran ilusión, tanto durante mi niñez, cuando esperaba ansiosa la fecha, como en mi vida de adulta, particularmente al prepararlos para mis hijos.

Posiblemente la inmigración de que fue objeto nuestro país en los años cincuenta explicaría la presencia de ciertos elementos, como huevos de chocolate, conejitos de pascua y el tradicional bizcocho en forma de colomba (paloma), típico de la festividad en Italia.

Indagando en torno a los orígenes de estas costumbres, verifico que están íntimamente ligados a la primavera, la estación en la que los animales se aparean tras el invierno. Por ello los prolíficos conejos se convierten en emblema de esta temporada en que la vida se renueva. Los pájaros preparan sus nidos para acoger los huevos, que, como portadores de la nueva vida, han sido considerados una metáfora de Cristo, que resucita y asciende victorioso sobre la muerte.

Por otra parte, en razón de su facilidad para procrear, los conejos también han representado a deidades asociadas a la fertilidad, como la fenicia Astarté, o la germánica Ostara, diosa de la primavera, conocida en inglés como Eostre, de donde proviene el vocablo usado en esa lengua para referirse a la Pascua: Easter.

Todas las prácticas pascuales son formas sincréticas de rituales otrora asociados a los cambios de estación, a los que se atribuyó un nuevo significado religioso en tiempos del cristianismo. Al parecer, ya entre egipcios, griegos y chinos era común la práctica de intercambiar huevos como presentes en ocasión de la llegada de la primavera. Se dice que el primer huevo de chocolate fue mandado hacer por el Rey Luis XIV de Francia.

Los huevos remiten, asimismo, a la práctica cruel de la explotación de las aves, sometidas al hacinamiento y la inmovilidad y condenadas a ponerlos sin descanso. El escultor Manuel de la Fuente, quien, pese a ser gaditano, desarrolló casi toda su obra en Venezuela, hizo de este fenómeno el eje de una de sus más importantes series de investigación. Huevos y gallinas protagonizaron algunas de sus más importantes esculturas, incluyendo Principio y fin, que mereciera el Primer Premio de la Segunda Bienal de Artes Plásticas del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, obra emplazada actualmente en el Museo de Bellas Artes.

Por otra parte, en tiempos de escasez, suena irónico pensar en huevos de chocolate, cuando aun aquellos de gallina, tan comunes, resultan un lujo para nuestros pobres niños hambreados.

La palabra pascua está asociada al concepto de paso, de tránsito: del invierno a la primavera, en la naturaleza; de la muerte a la vida, cuando hablamos de Cristo; de la esclavitud a la libertad, al tratarse de los hebreos, constituyendo, en todo caso, una promesa de cambio y de renacimiento que anuncia tiempos mejores. Ojalá así sea también en nuestra tierra, para que se cumpla aquello que anuncia el Pregón de la Vigilia: “Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos…”

linda.dambrosiom@gmail.com

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