Pedro Benítez| Hay algo que la oposición venezolana no ha hecho: Derrotar a Nicolás Maduro en una elección presidencial

 De un tiempo a esta parte, se ha generalizado entre los venezolanos una frase que resume la frustración provocada por los fallidos esfuerzos realizados a fin de desalojar a Nicolás Maduro del poder: “Lo hemos intentado todo”.

Por: Espectador de Caracas con información de Alnavío

Es decir, los adversarios del heredero del régimen chavista han marchado, protestado, presionado en las calles, votado en las elecciones (ganando unas, perdiendo otras), también han dejado de votar (buscando presionar por medio de la abstención), han organizado paralizaciones de la actividad productiva, buscado y obtenido respaldo internacional, sin que nada de eso haya logrado concretar el anhelado deseo de cambio político. También, no ha faltado quien se haya involucrado (o creído haberse involucrado) en alguna conspiración que tenía como propósito “quebrar” el respaldo de la institución militar.

Sin embargo, aunque el “lo hemos intentado todo” es un sentimiento genuino no quiere decir que sea la verdad o, por lo menos, toda la verdad. Porque la realidad ha sido que, dejando de lado que se pueden intentar muchas cosas y no hacerlas bien, la oposición venezolana no lo ha intentado todo.

Por ejemplo, no ha intentado derrocar al chavismo por medio de una insurrección armada. Esta afirmación será seguramente rebatida por quienes recuerden episodios como el 30 de abril de 2019, el denominado Macutazo de 2020, o el trágico desenlace en 2018 de la operación que encabezó el ex funcionario policial Oscar Pérez. Sin embargo, estos hechos (y otros que se podrían citar) lo que pusieron de manifiesto fue la candidez, improvisación y superficialidad de los involucrados. Comparados con otros procesos del pasado de Venezuela o América Latina, los intentos de desalojar por la fuerza al chavismo del poder han sido siempre incruentos. Sus protagonistas tuvieron como constante buscar un golpe de mano, una salida rápida, casi mágica.

Esto tiene una explicación: la oposición venezolana al chavismo no es violenta. O para ser más precisos, no tiene vocación por la violencia. Los que se han aventurado por esa vía lo han hecho siempre con una ingenua y fantasiosa irresponsabilidad.

Lo cierto del caso es que la Venezuela de la hegemonía chavista (ahora madurista) nunca ha tenido algo similar a, por ejemplo, Patria y Libertad; aquel grupo armado de la extrema derecha chilena que se dedicó a intentar desestabilizar por medio de acciones violentas el Gobierno de la Unidad de Popular de Salvador Allende entre 1971 y 1973. Tampoco ha habido nada parecido (pese a la propaganda oficial) al paramilitarismo anticomunista que operó en Colombia. Y por supuesto, a ninguna agrupación opositora venezolana se le ha ocurrido decretar la lucha armada como en 1961 hicieron el PCV y el MIR.

Radicalismo de cartón piedra

El radicalismo anticomunista venezolano siempre ha sido de cartón piedra. Clama en nombre del coraje para que otros pongan la sangre.

Es una pose, una falsa postura, y no por ello menos irresponsable. Pero lo cierto del caso es que nunca nadie desde ese lado del campo político venezolano se ha planteado, seriamente, dar los pasos necesarios para ser consecuentes con su prédica abstencionista y radical.

De modo que descartada esa opción, las demás alternativas que le quedan a la oposición venezolana se circunscriben al terreno pacifico. Bien sea de presión, resistencia o acción. Y de todas las disponibles, la que ha demostrado más eficacia política ha sido la del sufragio.

Esta afirmación, evidentemente, tampoco es una novedad y no faltará, también, quien recuerde que los opositores venezolanos ya han hecho uso de la competencia electoral, derrotando en diversas instancias al oficialismo autoritario sin conseguir desplazarlo de poder.

Efectivamente, la oposición le ha propinado a la coalición de poder diversas y sonadas derrotas: En las principales ciudades del país, en los estados más poblados y de manera más clara en la recordada elección parlamentaria de diciembre de 2015. Todas estas, se recuerda siempre, fueron desconocidas de una u otra manera.

La tarea pendiente de la oposición

Sin embargo, hay una elección en la cual la oposición nunca ha derrotado de manera clara e inobjetable al chavismo/madurismo: Una elección presidencial.

No lo hizo en las de 1998, 2000, 2006 y 2012. Las tres últimas caracterizadas, por cierto, por un creciente ventajismo. Tampoco en la controversial y cerrada de abril de 2013, donde el candidato de la Unidad opositora, Henrique Capriles, no reconoció el resultado anunciado por el CNE, convenciendo a millones de sus seguidores de haber sido objeto de un fraude. No obstante, no se presentaron pruebas concluyentes al respecto, quedando sembrada una duda que a la larga le hizo más daño a la oposición que al chavismo.

Seis años después, los partidos mayoritarios de la oposición optaron por boicotear el proceso electoral presidencial, y Henri Falcón, que fue el retador que compitió en situación extremadamente desventajosa, al final también se declaró víctima de un fraude. Es decir, se repitió la historia.

En resumidas cuentas, la oposición nunca le ha podido propinar una derrota electoral al Estado/partido en el cargo ejecutivo más importante del país, como sí hizo para la Alcaldía Mayor de Caracas en 2008 o para la AN en 2015.

Por otra parte, y como ocurre en el resto de América Latina, en Venezuela la Presidencia es el centro neurálgico del sistema político. Es el Rey Sol alrededor del cual giran todos los planetas y satélites. Durante más de cien años, desde el Asalto al Congreso en 1848, los sucesivos presidentes no tuvieron poder institucional alguno que les hiciera contrapeso.

Esa tradición se atemperó con los primeros tres gobiernos civiles de la llamada era democrática, hasta que con la primera administración del ex presidente Carlos Andrés Pérez (1974-1979) el poder presidencial se incrementó sustancialmente. Paradójicamente, en su segundo Gobierno Pérez se dedicó a desmontar la Presidencia imperial.

Más poder al presidente

Por el contrario, la Constitución de 1999 lo que hizo fue darle más y más poder al presidente. En particular el artículo 347, que lo faculta a convocar una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), es una pistola en la sien de los demás poderes públicos.  Si al mandatario de turno no le gusta la composición o actitud del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), o de la Asamblea (AN), puede constitucionalmente activar la convocatoria de una ANC que le pase por encima a esas instancias creadas para limitar su propio poder.

Agréguese, además, que la Constitución vigente eliminó la tradición instaurada por el Libertador Simón Bolívar (nada más y nada menos) de que fuera el Senado la autoridad encargada de autorizar los ascensos de los altos rangos militares, dejando esa facultad en manos exclusivas…del Presidente.

Podemos seguir haciendo una lista de todas las facultades que se le han otorgado (o ha tomado) el primer mandatario, bien sea por medio de la Constitución vigente, o por cambios que de iure y/o de facto se han impuesto a lo largo de estas dos décadas.

En resumen: El Presidente (el cargo) es en el esquema de poder venezolano lo que el rey al ajedrez. El chavismo (ahora mutado en madurismo) tiene perfectamente claro que es la pieza a la que hay que proteger y esconder. Si cae el juego se termina.

Cuando se afirma que están dispuestos a entregar las demás piezas por conservar esa fundamental se hace la observación correcta.

Impedir que Maduro siga los pasos de Ortega

Sin embargo, agotado todo el ciclo electoral, Venezuela va derecho a una nueva confrontación electoral donde lo único a disputar será precisamente la pieza mayor. Y ese evento ocurrirá más rápido de lo que parece.

Vista así las cosas, la oposición venezolana no tiene otra alternativa que enfrentar y derrotar al candidato presidencial que presente la coalición oficial autoritaria, que casi con toda seguridad será el propio Nicolás Maduro. No hay escapatoria.

Por supuesto, esto es muchísimo más fácil escribirlo que hacerlo. Precedentes sobre los obstáculos que en el camino se presentarán sobran. Tal como ocurrió en 2013 y en 2018 desde el alto poder se hará uso de la provocación, de las inhabilitaciones de partidos y candidatos, y se abusara de las instituciones que controla.

Sin embargo, el reto fundamental de la oposición democrática venezolana será movilizar a la nación como un todo en una gesta ciudadana que impida que Maduro siga los pasos de Daniel Ortega y se perpetúe en el poder.

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