Lecciones desde Chile

Los chilenos votaron el día 4 de septiembre sobre el proyecto de constitución para sustituir a la carta magna de 1980, como fue el mandato que los electores aprobaron en el plebiscito de octubre de 2020. Los resultados fueron muy claros. El “rechazo” ganó con el 62% y el “apruebo” obtuvo 38 por ciento. El pronóstico de las encuestas fue una diferencia de 7 puntos entre uno y otro. La realidad fue una diferencia de 24 puntos ¿Qué pasó? El elector chileno es el mismo de octubre de 2020, el mismo que votó por Boric, y el mismo que ahora rechazó una propuesta de constitución. El problema no es el votante sino el trabajo de la convención constitucional. Los “convencionales” propusieron una constitución que no generó confianza. Mi percepción de las discusiones en la convención fue una errática y poco seria. Esto pesó en los electores. Hay lecciones para la región y para Venezuela en particular

No seguí el proceso constitucional en Chile que terminó en el rechazo al proyecto de nueva constitución. Así que este artículo será general, no erudito acerca de un proceso que no evalué. Pero la magnitud del rechazo indica que hay que analizar qué sucedió. En números redondos, el “rechazo” totalizó 62% y el “apruebo” el 38 por ciento. En votos, 7.882.958 y 4.860.093 respectivamente. Es una diferencia muy grande y llamativa. Nada nuevo qué agregar en el análisis de los resultados. Como afirmó el presidente de Chile, Gabriel Boric en su mensaje el día del plebiscito, “Hoy ha hablado el pueblo de Chile, y lo ha hecho de manera fuerte y clara”. La razón del rechazo la planteó Boric: el proyecto de constitución presentado por la convención no satisfizo a los chilenos. Así de sencillo. No generó confianza.

Aunque no seguí el proceso desde que se instaló la convención, esa fue la percepción que me quedó del proceso constituyente cuando leí noticias sobre las discusiones de los “convencionales”. Errada o no, pero “percepciones son verdades”. Y lo que percibí fue una convención muy errática y un gobierno con declaraciones no muy buenas, que me dejaron ver un aprendizaje en el poder lento y rígido. De declaraciones algo soberbias, irresponsables algunas. El caso de Izkia Siches -como acusar en la sesión de diputados del día 6-4-22 sin tener elementos, luego pedir disculpas y listo, “no pasó nada”- que me dejó una mala impresión. Estar en el gobierno es una responsabilidad. Hay que pensar lo que se dice. 

No tenía ningún pronóstico sobre el apruebo o rechazo porque no seguí la discusión, pero sí me quedó un mal sabor de todo. Creo que la soberbia de la convención y del gobierno de Boric pesaron a la hora de sufragar. El electorado no quiere ese estilo y contenido. Soy de la opinión “que los pueblos nunca se equivocan” y “con el pueblo me las juego”, así voten en contra de mis preferencias.

Me sorprendió en tuiter Venezuela -para variar- los elogios hacia el elector chileno de personas que no lo elogiaron cuando ese elector sufragó por Boric. Es el mismo pueblo de Chile. El mismo que en octubre de 2020 votó en un casi 80% por tener una nueva constitución -aunque la abstención fue del 49 por ciento- y optó por una convención constitucional y no una mixta (22% de acuerdo), convención que hizo el proyecto que rechazó el 4-9-22. Sí, es el mismo pueblo que en diciembre de 2021 otorgó casi el 56% de los votos a Gabriel Boric. Es el mismo pueblo. No es distinto. La diferencia para el día 4 fue que el sufragio para el “plebiscito de salida” fue obligatorio. Así son los votantes en el mundo ¡Qué viva la democracia y su incertidumbre, aunque a veces no sea de mi agrado!

Lo que hay que celebrar, entonces, no es el rechazo a una “constitución progre” -lo que no pocos festejaron desde Venezuela en su obsesión con “el comunismo”, aunque el proyecto incorporó las salvaguardas liberales- sino la racionalidad de un elector que no se sintió representado por el proyecto elaborado por los “convencionalistas”.

Ese mismo pueblo que votó para una convención constitucional que no fue concesión del gobierno de Piñera sino un logro de las protestas de 2019 y, luego, por un gobierno de izquierda, pero no por un proyecto de constitución, es evidente que algo no funcionó y está en la convención constitucional no en los votantes. Simplemente la convención no estuvo a la altura del mandato que en octubre de 2020 les otorgó el pueblo chileno.

Simpatizo con el proceso de cambios de Chile -aunque no es un proceso desde la socialdemocracia, más bien, la socialdemocracia no llegó a la segunda vuelta en las presidenciales, su candidata llegó de quinta en la primera vuelta- pero considero que el elector chileno fue racional en su decisión del día 4 de septiembre al rechazar la propuesta de constitución. Habrá que estudiar si este rechazo implica que su deseo de tener una constitución diferente a la de 1980 -con todas sus reformas- se mantiene o prefiere mantener la situación tal como está. Pienso que se mantiene por lo explicado: la convención fue resultado de las protestas de 2019, no una decisión desde el ejecutivo, además votada ampliamente en octubre de 2020.

Me luce que en Chile sucedió algo como “un 1988 pero al revés”. El eslogan del No para el plebiscito de 1988 fue “Chile, la alegría ya viene”. En su versión de 2022 lo capitalizó el “rechazo”. Por ejemplo, una cuña que llamó “Por una constitución escrita con amor/Rechaza por una mejor”. Una cuña bastante cursi pero persuasiva porque no impugnó el deseo de cambio -aquí está uno de sus ganchos- sino la ruta que propuso la convención. “Un sueño escrito con rabia/Es una pesadilla”, mostró el comercial. Como alguien que no siguió el proceso pero lo percibió, es la imagen que me quedó de la convención. No de rabia, pero sí una convención poco seria. No sé si los chilenos lo procesaron de ese modo, pero la transposición de “rabia = apruebo” y “amor = rechazo” fue veraz para el votante.

Esto lleva a una lección desde Chile. Que no es nueva, pero la votación chilena lo pone de nuevo sobre la mesa. No todo es “marketing”, los “brillantes asesores”, ni siquiera las famosas encuestas. O mejor dicho, el “marketing” tiene que captar, empotrarse en el “espíritu de la época” (electoral). Es lo clave para ganar una elección, más allá de las famosas “maquinarias”, “asesores maquiavélicos”, “campañas” y cuñas electorales.

Lo anterior por algunas explicaciones de los perdedores de la jornada del día 4. Básicamente, afirmaron que el elector fue “manipulado” por quienes se opusieron a la propuesta. Una explicación muy común tanto en la “derecha” como en la “izquierda” cuando pierden. Todo muy enfoque de los años 30: el ciudadano como un robot que unas élites manejan. Pudieran actualizarse por lo menos al enfoque sobre “uso y gratificaciones” de los medios de comunicación de Lazarsfeld y Berelson. Nuestras elites -de Venezuela y de la región, por lo que veo- sabrán vivir muy bien y “conocerán mundo”, pero en sus enfoques sociales y políticos están “enguacalás”.

Por supuesto, los promotores del “rechazo” aprovecharon una convención errática. Es la dinámica del poder -los del “apruebo” hubieran hecho lo mismo si la Fortuna les hubiera favorecido, como les sonrió cuando las protestas de 2019 y obtuvieron el plebiscito de 2020- pero lo esencial es que el proyecto no generó confianza en los votantes. Quieren una nueva constitución, pero no la carta magna que le ofrecieron. Eso es lo central. No una publicidad.

Me tocó participar en el equipo de la famosa “cuña de la carnicería” en lo relativo al análisis, que el No puso al aire para nuestro referéndum de 2007, y que los gobiernos chavistas le atribuyen la derrota del Sí en buena medida. Si lo creen de esa manera prestigia al equipo que la hizo, pero no lo veo de esa forma. Sin contexto, no hay una “gran cuña”. Ni siquiera la famosa cuña de “Mac 1984” transmitida en el Super Bowl de ese año dirigida por el no menos famoso Ridley Scott. No hay nada como “la gran cuña” que cambie las mentes. Ni en las fantasías subliminales que encantan al público y a la paranoia de los políticos. Que fue la crítica del chavismo a la cuña del comando de Rosales en la campaña de 2006, “Atrévete” y la de las “Avalanchas”. También participé en los equipos que produjeron sendas cuñas.

La cuña de 2007 sí sintetizó un espíritu del momento: la reforma de Chávez no se vio como una que uniría sino dividiría al país. El chavismo analizó mal el momento político. Trasladó el 2006 al 2007 así como si nada hubiera pasado. Sobreestimó los resultados de las presidenciales de 2006, y pensó que el elector había votado por una constitución socialista. No fue así. Pero los chavistas se creen sus mentiras y todavía repiten “quien votó por Chávez en 2006 lo hizo por el socialismo, no engañamos a nadie”. Aunque la dirección del PSUV es más realista: la ANC de 2017 no se atrevió ni siquiera a mostrar el borrador de constitución que aparentemente discutió. Menos presentarla a referéndum. Eso sí hubiera producido una crisis terminal dentro del chavismo y el tan esperado “quiebre de la coalición dominante”. 

Hay que ver qué entiende el elector venezolano por “socialismo” pero no es el famoso “exprópiese” de Chávez. Por eso ganó el No, no con la diferencia del “rechazo” en Chile pero se impuso. Cuando se pierde por poco, aceptar la derrota cuesta más. La reforma de 2007 el chavismo la perdió no por la “cuña de la carnicería”, ni por el cierre de RCTV, o “los estudiantes”, sino porque leyó mal los resultados de diciembre de 2006. La “cuña de la carnicería” lo que hizo fue captar ese espíritu en el elector que no deseaba cambiar una constitución que apenas tenía 8 años. Otro error de análisis del chavismo. No era el momento. “No se cambia de caballo a mitad de río”, pero el tiempo de Chávez era el de imponer una hegemonía al aprovechar el famoso “60% de popularidad” y el chorro de dólares que había y botamos, a la luz de nuestra situación actual. 

Chile confirma lo que es un hecho. Estamos frente a un elector más impredecible en sus decisiones. No que no las tenga o no posea opiniones, las tiene, sino posiblemente los instrumentos para conocerlas que tienen las encuestas siguen siendo convencionales. Tal vez por eso los estudios de opinión no aciertan. No solo en Chile.

En el caso chileno, pronosticaron el “rechazo” pero no la magnitud. La directora de Latinobarómetro, Marta Lagos, hizo un cuadro para evaluar el desempeño de los estudios de opinión para el plebiscito del 4. A partir de los datos de Lagos, calculé la diferencia entre los promedios de las encuestas y el resultado oficial.

Las encuestadoras pronosticaron la victoria del “rechazo” con una diferencia de 7,1% sobre el “apruebo”. La diferencia real no fue de 7 puntos sino de 24 puntos. No es cualquier equivocación. La estudiosa de la opinión pública recibió críticas a su cálculo, pero igual el punto de Lagos se mantiene: las encuestas acertaron en la dirección, pero no en la magnitud.

Quienes disputaron con Lagos números de estudios de opinión, el que más dio una diferencia a favor del “rechazo” fue de 10 puntos. Todavía una distancia considerable con el resultado real: 14 puntos de diferencia entre la mejor encuesta y el resultado real del plebiscito. Algo pasó con las encuestas.  

Mi punto no es tanto cuestionar a las encuestadoras, aunque me luce que deben actualizar sus supuestos para el diseño de sus estudios. Me parece se mueven en una visión clásica de las actitudes frente a una población que ya no tiene esa firmeza en el famoso “ABC de las actitudes” –Affect, Behavior, Cognition- pudieran los encuestadores revisar para mejorar la precisión de sus estudios, modelos más recientes como los “contextuales” o la “Teoría de la Acción Razonada” de Ajzen y Fishbein. Un enfoque “ochentoso” pero muy oportuno para los tiempos de hoy en lo que a opinión pública se refiere.

Mi punto es que lo esencial en una campaña es captar ese “espíritu de los tiempos”. Si se logra, la elección está casi ganada. El “rechazo” lo captó mejor que el “apruebo”. El tono humilde del mensaje del presidente Boric para hablar de la derrota del “apruebo”, sugiere que tomó nota de esa realidad de sus compatriotas.

Es lo que celebro de la votación en Chile: fue contención, fue moderación. El proceso constituyente entrará en la dinámica política chilena -quien controlará o cómo se llevará un nuevo proceso constitucional, que ya se observa, con reuniones entre partidos, y noto un mejor clima para abordar este asunto- pero la principal lección es que no se puede hacer una constitución que no represente a todos o, al menos, comunique que no escucha a todos. Menos en algo tan importante como el pacto o contrato por excelencia de una nación que es su constitución o sus acuerdos.

En los zapatos de Boric, propondría una idea similar como la de Venezuela en 1959 o 1989. Una “comisión de reforma constitucional” (bicameral en los dos casos) desde el congreso. El texto aprobado someterlo a referéndum. Si se mantiene la vía de seleccionar a los “convencionales” como fue en 2021, entonces buscaría que la convención tenga dolientes de verdad. Evitaría la lista de los independientes o buscaría que la proporción de los “convencionales” de los partidos sea mayor.

El resultado del domingo 4 es una lección no solo para la sociedad de Chile sino también fuera de ella. El elector chileno actuó como factor de contención. Buen mensaje para Venezuela, en donde sus actores políticos piensan que la contención es solo para los demás pero no para ellos.

En nuestro país quieren imponerse desde “sus rabias” no desde “el amor”. No pediría “amor” porque la política se hace con otras cosas y, además, son muchas y profundas nuestras heridas como para hablar de “amor”, o el tono que ahora hay para demandar “líderes que unan al país” o el discurso “unitarista” que los comisarios políticos, “famosos e influencers” ahora quieren imponer después que fracasaron, pero dividieron a la sociedad. Para mí es hipócrita hacerlo. No es lo que siento. Pero sí pediría que hablaran desde la contención, desde los límites, y desde la moderación. Es el mensaje y el valor del plebiscito constitucional de Chile del día 4-9-22. 

Tags

Share this post:

Noticias Recientes

El Espectador de Caracas, Noticias, política, Sucesos en Venezuela