Ricardo Gil Otaiza: La crítica

Quien mucho lee termina opinando en torno de sus lecturas, es una cuestión relativamente natural, porque quien se acerca a un texto literario lo hace desde la mirada expectante, inquieta y esperanzada de poder alcanzar el gozo que promete cada página, y si lo alcanza, pues maravilloso: exultantes nos lanzamos a prodigar aquí y allá las supuestas fortalezas de aquel libro y, por ende, de su autor, y nos convertimos sin pretenderlo en promotores de la obra, pero si el caso es el contrario: que la obra no calzó nuestros propios estándares estéticos, nos hacemos corrillo de aquello, decimos a quienes podamos lo que pensamos, los yerros observados, las falencias percibidas después de una tempestuosa lectura: si se quiere frustrada y amarga, luego de haber puesto en la obra mucho más que un simple empeño.

En otras palabras: en cada lector atento hay un crítico en potencia y ese ejercicio del intelecto, que requiere de nosotros cotejo, músculo, discernimiento y análisis hermenéutico, se hace en sí mismo un género y es enseñado en las academias y en las universidades, pero no es cuestión esencial pasar por un aula del más alto nivel para aprender a desarrollarlo, sino tener la sensatez suficiente como para poner sobre la mesa a una obra en específico, estudiarla desde tus propios referentes y experiencia lectora, y lanzarte por la calle del medio en un ejercicio interesante, muchas veces pasional, que trae consigo crecimiento intelectual, pero a la vez un sinnúmero de circunstancias que se hacen complejas: cuando recibes el agradecimiento de parte del lector (a veces del autor; aunque no es regla), pero cuando lo que expresas no está en sintonía con lo que se espera (ergo: la aquiescencia total; un absurdo, pero es así), la gente te cae encima y te conviertes en un enemigo de cuidado.

El lector atento que se hace crítico literario, lógicamente busca los espacios en los que pueda exponer su labor, y antes de que se inventaran la web, las redes sociales y la tecnología digital, con lo único que contábamos era con la prensa regional y la nacional, y allí tocábamos las puertas, que no siempre se abrían, como cabe suponerse, pero cuando nos daban el visto bueno y teníamos a la mano la anhelada columna, nos faltaba tiempo para leer todo lo que teníamos en la mesa en rumas y torres, y de manera periódica íbamos presentando nuestro testimonio de lectura y cotejando nuestra percepción con la de otros, y a veces nos invitaban a eventos (coloquios, seminarios y congresos) y en ellos dábamos rienda suelta a nuestros trabajos sobre determinada obra y autor, y aquello era todo un espectáculo, porque a la hora de las preguntas y respuestas se armaban tremendas discusiones y salíamos de allí acalorados, victoriosos o derrotados, pero siempre dispuestos a continuar dando la batalla por las ideas.

Veo con tristeza que en el país ya no hay crítica literaria en la prensa y ha quedado circunscrita al mero ámbito académico o especializado (básicamente trabajos de maestría y tesis doctorales), lo que la aleja de las mayorías, con las que deseamos establecer una dialógica que traiga consigo el interés por la lectura de libros y por el análisis de los autores nacionales y extranjeros, y aunque a muchos parezca intrascendente esto que aquí digo, un país se construye desde distintos flancos y el de la cultura no es menos importante que los otros, porque nos hace herederos de añejas tradiciones librescas de aquí y de otras orillas, y nos eleva por encima de la media hasta alcanzar poderosas cimas de realización social.

El crítico de literatura (y de arte en general) es un factor de cohesión, que busca desde los engranajes de una obra todo aquello que nos una con el resto del mundo, y así ponernos en correspondencia con el tiempo histórico (en todas sus dimensiones) y hacernos copartícipes del ahora, y esto, déjenme decirles, no es cualquier cosa, porque requiere de parte de quien lo ejerce un denodado trabajo intelectual, honradez y ética, así como un sentido profundo de los hilos sutiles que nos atan como humanidad y como un “todo”, y quien ejerce esta actividad está consciente de sus límites, pero también de su impacto y de sus fortalezas, de allí su tozudez y empeño; de allí sus ansias de que su voz no caiga en el vacío ni en el silencio, porque ello es equivalente a la nada y al desprecio.

Debo decirlo y con absoluta certeza: hay quienes se atreven a hacer crítica literaria sin haber leído la obra, y eso se nota de entrada: se conforman con los datos sueltos de la contratapa y de las solapas, que al mismo tiempo parecen escritos por un editor que no conoce la obra que tiene en sus manos, y esto es más o menos equivalente a que un médico haga un diagnóstico basado sólo en lo que le cuenta el paciente, sin auscultarlo, sin palpar los órganos, sin percatarse de si hay o no correspondencia entre lo narrado y lo observado, y las consecuencias de tamaña irresponsabilidad vienen todas en cascada: lectores frustrados con un criterio que no está en correspondencia con lo que han leído (y que se sienten estafados por quien les recomendó la lectura), autores inflados por un mercenario de la palabra que a todas luces busca prebendas y congraciarse con el poder, o autores noveles destruidos por una crítica mordaz, acerva y malintencionada, que ha hecho añicos, quizá para siempre, su más preciado sueño.

rigilo99@gmail.com

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