Carlos A. Romero: Cuestión de principios

Los escándalos políticos han estado en la agenda pública desde los griegos y quizás antes. El mal manejo del poder y el usufructo del mismo han acompañado la gestión gubernamental desde hace siglos. Son líneas paralelas que en ciertos momentos se cruzan y se van conformando en poderosas razones para limitar un buen gobierno.

El pensamiento político se ha hecho eco de esa dicotomía y se han escrito numerosas obras que tratan de pensar sobre la mejor manera de evitar que el poder luzca desnudo sin ropaje ideológicos y con máscaras venecianas. En América Latina y el Caribe tenemos importantes ejemplos de como se desvían los gobernantes de sus programas iniciales o como ya vienen dañados en la búsqueda de una riqueza súbita.

Lo cierto es que, desde la invocación de Dios pasando por la monarquía y el pueblo, la justificación del mando se ha construido de mil maneras, para que en el fondo de tales consideraciones se escondan las verdaderas intenciones en el ejercicio del poder. Muy pocos ejemplos en la historia escapan a este tema.

Leyendo la prensa me entero de diversos casos en donde los principios han quedado atrás. Los diferentes juicios a Donald Trump, el caso del Senador cubano-estadounidense, Bob Menéndez y las atrocidades que ese satanás de Nicaragua está haciendo a su país, demuestran que la discusión entre la ética y la política están entre los primeros considerandos en el debate político.

Me he preguntado muchas veces por qué en los Estados Unidos, la ciencia política de ese país le presta tanta atención a la corrupción política. Sea por la religión dominante del credo protestante, sea por el mayor número de casos, por la capacidad de la mediática o sea por la fortaleza del poder judicial, lo cierto es que desde Washington hasta Los Ángeles pasando por Miami, se ha formado un triángulo protector y además un examen permanente de las maniobras financieras y de otra índole en donde ha participado un político.

La declaración irregular de los impuestos, el cobro de comisiones, el aceptar “regalos” comprometedores, el mal uso del cabildo para favorecer por encima de las reglas a alguien en particular, el pago indebido para entrar en las universidades sin una evaluación correcta, son algunos ejemplos de las fechorías que se cometen.

La diferencia de los Estados Unidos no está en la singularidad de los casos comprometidos sino en la existencia de un poder judicial esencialmente honesto y apegado a la ley. Es decir, ajustado a derecho. Esa es la diferencia con otros casos en donde numerosos actos de corrupción pasan por debajo de la mesa.

Así las cosas, con la multiplicación de casos reñidos con la ética, incluyendo los relativos a los derechos humanos, cuestiones ambientales y del derecho de acceso a la justicia se va formando un contrapoder que hoy adquiere cada día más influencia y que de algún modo mitiga el impacto de aquellos casos que no son resueltos o trastocados.

Sea en los Estados Unidos o en otras partes del mundo, estas iniciativas van perfeccionando la relación entre la ética y el poder.

romecan53@hotmail.com

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