Jean Maninat: Caricaturas

Que una caricatura rudimentaria, más propia de la agitación y propaganda soviética, y sus réplicas actuales, haya causado tamaña reyerta entre la nueva y variopinta oposición electoralista -que nunca debió apartarse de esa ruta, hoy así lo reconocen- demuestra la oxidación de los reflejos democráticos que trae consigo el ensimismamiento en la búsqueda de salidas express, sin más sobresaltos que auscultar la falta de un par de voluntades -en las entrepiernas- dispuestas a realizar la tarea de voltear la tortilla con los huevos crudos.

Mire usted, que le claven el aguijón de una caricatura maligna, llena de ponzoña socarrona y exagerada, es parte de eso que llaman la libertad de expresión, y es quizás la más concisa de las formas de expresión para intentar develar -con el trazo de unas líneas- lo que se esconde tras bambalinas de las buenas y malas intenciones de los bípedos que ejercen el oficio público de querer dirigir a sus conciudadanos. Y lo más divertido es que los descifran morfológicamente, sin nombrarlos. (Uy, como escuece o masajea el ego, que le atinen).

(Otra cosa es un retrato hagiográfico, bastón de mando en la mano derecha, con ceja alzada, y rostro distante ante los desórdenes de sus súbditos que tanto veneran su figura altisonante. Sus reprimendas constantes).

Allá, en el terrible Jurassic Park de la IV República, los caricaturistas se daban banquete (perdonen, es un arcaísmo de la primera edad) con los políticos, los poderosos, los dirigentes sindicales, las señoras y señores de la burguesía, los jerarcas eclesiásticos, los humildes, y cada quien era representado, como el caricaturista mandaba, sin chistar. ¡Válgame el Dios de la democracia chucuta si lo hacían!

En los programas humorísticos de entonces parodiaban a los presidentes de la República, y los actores cómicos eran celebrados por la audiencia por su habilidad para remedar sus gestos (exagerándolos hasta la caricatura) independientemente de sus filiaciones partidistas. Era parte de una alegre y ocurrente convivencia democrática.

¿Cuántas veces no fue representado Carlos Andrés Pérez como un vampiro con las comisuras goteando sangre, y al nunca bien valorado Luis Herrera Campíns, como un glotón saboreando Torontos a todas horas? No había lloriqueos, ni amenazas públicas. Eran trompadas estatutarias de la democracia, parodiando a don Gonzalo Barrios.

(Sobre todo, ante cada saeta hiriente, no soltaban lagrimosas declaraciones del tipo: Desde que hice la primera comunión no he tenido otra cosa en mente que servir a mi país, a su gente, llevo sus ríos en la sangre, y sus montañas coronan mis anhelos de servicio a la patria. Jamás he…).

Cualquier oposición democrática trata de perfilar, con el ejemplo, lo que sería de ganar una elección y llegar a ser Gobierno. Los que denigraron a quienes llamaron a votar -con terribles epítetos- cuando ellos se extraviaron en el delirio abstencionista, mal pueden ahora exigir prudencia a quien nunca la ha tenido. Las caricaturas son parte del juego democrático, y ahora que saben que les duele, vendrán muchas más.

El camino en búsqueda de la unidad perdida estará repleto de meandros, de provocaciones y desplantes arrogantes de quien no la quiere, y hay que tramitarlos sin aspavientos cándidos, sin chiquilladas melindrosas, hasta que arribe el Final (así con mayúscula retórica) por todos presentido. ¡La unidad soy yooooo!

@jeanmaninat

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