Dias atrás se anunció al país el fallecimiento de la señora Tibisay Lucena, ex presidente del máximo órgano comicial venezolano durante tres lustros del chavismo.
Tal como ocurre en esa Venezuela polarizada, su muerte a unos entristece en tanto que a otros alegra.
No formo parte de ninguno de esos dos grupos. Al creer en Dios, convencido estoy que ella como todos, deberá rendir cuentas de su accionar. Me interesa, eso si, evaluar el legado de su actuación pública como rectora presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE).
Creo, así lo sostengo, que la señora Lucena fue la representante visible de un directorio que tuvo por objetivo político acabar con el voto o cualquiera otra forma de participación que retare de alguna manera a quienes ejercían el poder desde el Palacio de Miraflores, como mecanismo de cambio en el país y ello no porque adulterare los resultados – pues la auditoría de los mismos refleja coincidencia entre los anunciados y los expresados en la mesa respectiva- sino porque diseñaba condiciones que impedían la participación, facilitaba de manera administrativa modificaciones a la ley o retardaba injustificadamente el anuncio de los resultados, solo con el objetivo referido, por citar algunos ejemplos.
Ciertamente, no era ella únicamente quien en ese directorio así actuaba, era la mayoría que imperaba en los que que dirigió quienes lo hacían pero, riesgo del cargo, fue ella el rostro visible y eso pega y paga.
Quienes me lean y desconozcan el pasado reciente venezolano deben saber que, a título de ejemplo de las conductas que describo, la señora Lucena en su precitada condición, fue la que anunció las condiciones casi imposibles -aprobadas por ella y los demás rectores del CNE afines al gobierno- para la realización del referendo revocatorio contra el señor Maduro el año 2016, lo que, aunado a la suspensión del mismo por parte de tribunales incompetentes en causas nunca definitivamente decididas, contribuyó a la tragedia en pérdida de vidas por protestas el año 2017 y la subsecuente migración de ese año que todavía hoy a muchos venezolanos por el mundo tiene.
Fue el equipo que dirigió, el que siempre, repito -siempre- aprobó la extensión del horario general de votación, a pesar de que la ley es muy clara al respecto al establecer que ello es posible si y solo si, en la respectiva mesa -a la hora de cierre- había gente esperando para votar. Así, quierase o no, a quien resultaba perdidoso se le creo la convicción de que, en esa extensión, se modificaba el resultado al acarrear a la mesa respectiva a quien no había concurrido, lo que solo podía hacer el gobierno pues cuenta con recursos para ello dado que, en Venezuela, contados particulares financian la actividad política por el riesgo que conlleva.
Fue ese directorio -en el cual ella era la voz visible- el que estableció o continuó y nunca desestimuló, la práctica del voto asistido, facilitando el control de la votación por parte de los testigos de mesa, con el auxilio invaluable de los representantes del partido de gobierno que, por decisión que ella refrendó, dirigían cada centro electoral en la respectiva elección.
Fue también ella la que continuó la práctica de anunciar «resultados irreversibles» en altísimas horas de la noche, cuando no de la madrugada, a pesar de que el sistema electoral venezolano es automatizado y estos, para bien de todos, podían conocerse en tiempo real, como ocurre en otras partes del mundo aún con cómputo manual, originando con ello, nuevamente que, para quien resultó perdidoso, se creare la convicción de que su derrota era producto de triquiñuelas nocturnas.
Ese es el legado que, al frente de ese órgano electoral, dejó a su paso la señora Lucena y por el cual, personalmente la evalúo. Seguramente era buena hija, tía, hermana. Que su familia la juzgue en esa condición. A quienes no lo somos, nos corresponde su evaluación institucional.
A todo evento, pudiera quien me lee pensar que, ante esas condiciones que detallo respecto de la participación política en Venezuela, no vale la pena ejercer el voto en el país y le sostengo allí que yerra.
Esas condiciones obligan más aún a hacerlo pues, a quienes no tenemos armas y solo ponemos los muertos cuando las mismas desde la institucionalidad se utilizan, solo nos queda ese medio para cambiar ese estado de cosas que he descrito.
Gonzalo Oliveros Navarro
@barraplural
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