Con mucho entusiasmo estoy presentando mi nuevo libro titulado ¿DE DÓNDE VENIMOS Y HACIA DÓNDE VAMOS? El propósito es resumir la historia desde los momentos del descubrimiento, hasta el día de hoy. Como lo he reiterado, no me quedo en el relato histórico, tampoco me quedo estacionado en el análisis de la actual crisis, en sus causas y en sus consecuencias, sino que me atrevo a formular propuestas para superar esta tragedia. La piedra angular de mis inquietudes, de cara al futuro, está representada por la educación con calidad. Esa es la fórmula para avanzar hacia el desarrollo definitivo. Sugiero establecer un mínimo de 7% del PIB para financiar los planes de ese orden.
Insisto en que el gran objetivo de todo nuestro esfuerzo debe ser producir el cese de la usurpación e inmediatamente instalar un gobierno de transición con carácter unitario, con un mínimo de puntos previamente acordados para reconstruir la República y sus instituciones. Aplicar un plan extraordinario de carácter social para asistir a la población que está acorralada en la pobreza, un plan extraordinario para renegociar la deuda pública externa, en el entendido de que un país con su población padeciendo los rigores de una hambruna no puede estar dándole prelación al pago de una deuda externa que, además, es de dudosas facturas.
Hay que procurar dinero fresco en el BM, en el FMI, en el BID, etc. Hay que rescatar capitales robados, crear ambiente, con seguridad jurídica, gobernanza, confianza, etc., para repatriar dineros colocados en el exterior, mientras adentro se rehabilita el BCV y se ataca la hiperinflación con el diseño de un signo monetario para la coyuntura. Revertir el nocivo déficit fiscal debe ser un objetivo clave, así como establecer límites para evitar nuevos endeudamientos fuera de lugar. El dinero que se canalice debe orientarse a reactivar el aparato productivo, garantizando la adquisición de materia prima e insumos necesarios para que las miles de fábricas e industrias estancadas se pongan en producción, se genere empleo y riqueza interna.
Otro plan a poner en marcha debe ser para rescatar la infraestructura: acueductos, electricidad (prioritariamente las termoeléctricas), fuentes de gas, hospitales y ambulatorios, escuelas y universidades, vialidad primaria y secundaria, sistemas de riegos, silos, y, simultáneamente, acordar con el sector agropecuario un fondo para producir, por lo menos, 10 rubros alimentarios (seriales, hortalizas, tubérculos, sector cárnica, leche, aves, porcinos, pesca) y garantizarles semillas certificadas, vacunas, créditos oportunos, un parque de repuestos para la reparación de maquinaria agrícola, desde tractores, cosechadoras, bombas, vehículos de transporte, etc. Igualmente deben ser rehabilitadas las miles de unidades de producción con que cuenta Venezuela a lo largo y ancho del territorio.
La Venezuela rentista debe desaparecer, igual ese mito de que “somos ricos porque tenemos petróleo”. Será la hora de la economía del conocimiento y de privilegiar un gran plan de educación con calidad y una visión de corto, mediano y largo plazo. PDVSA está seriamente averiada y lo conveniente será crear una Agencia Nacional de Hidrocarburos, mientras se dicta una nueva ley de hidrocarburos. Un ambiente de seguridad jurídica con su correlativa confianza y estabilidad política, servirán para captar capitales financieros privados para acometer la misión de relanzar esos commodity. Las refinerías y otros enclaves como el de la CVG en Guayana, deben ser atendidos, en el entendido de que se acabó el Estado benefactor e intervencionista.
La Venezuela que resurja debe contemplar planes ambientales, esa es una realidad que nos confirma que la era de la descarbonización está en marcha. Las energías alternas no deben estar fuera de los planes de esa nueva Venezuela. Igualmente, la realidad de un mundo multilateral en donde Venezuela debería incursionar con audacia, mesura y talento. La ciencia y la tecnología nos rebotan en la cara y la relación no debe ser esquivar esa realidad. La era de la cibernética, de las monedas virtuales son un hecho fáctico.
Todo eso es posible hacerlo en el marco de una emergencia Humanitaria. Pienso en un Plan Marshall a lo venezolano y en un Plan Colombia adaptado a la realidad actual de Venezuela, en donde opera un Estado Criminal que será imperioso desarmar y desmantelar.
Ese gobierno de transición debe tener un límite de tiempo, no menos de 20 meses. Sus integrantes deberían emular el compromiso de los ilustres ciudadanos de la Junta de gobierno de 1945: no competir en las elecciones democráticas que sobrevengan y en las que no exista la figura de la reelección, que para mi, debería eliminarse, pero si incorporar la figura de la doble vuelta electoral. Los nuevos gobernantes deben ser implacables con los responsables del latrocinio perpetrado y más transparentes que la luz del sol. El Pacto de Puntofijo (1958) debe ser de obligatoria consulta como referencia histórica exitosa.
Estas son inquietudes que comparto con ustedes, no presumo que sean la verdad absoluta, pero sí un humilde ejercicio propiciador de intercambio de criterios. Es hora de repensar a Venezuela.
@alcaldeledezma