22 de noviembre de 2024 5:07 PM

Carlos Raúl Hernández: Mareos en la segunda vuelta

Mareos en la segunda vuelta. Después de la primera ronda en Colombia (Gustavo Petro, 43%, Rodolfo Hernández, 28%) estamos ante una guerra de encuestas, varias con algo en común: final de fotografía para el ballotage. Como suele ocurrir, los revolucionarios plantean esto como una refundación de Colombia, un renacimiento histórico, y la salida de una terrible “opresión” y “esclavitud”. Cada vez que se presenta un cambio electoral importante, viene con él la alocución apocalíptica. “Nace una nueva era”, “no es una era de cambios sino un cambio de era” dijo el expresidente Correa, hoy con destino incierto; “crisis de un sistema de dominación” y demás gotas de rocío marxistas, porque para Marx todo lo acontecido antes del socialismo “era la prehistoria de la Humanidad”. El discurso sobre la desigualdad, la injusticia social, los “privilegios” y demás pamplinas propagandísticas ad hoc, que los salvadores exasperarán ¿Es eso lo que ocurrió en Colombia? Desde el año 2000 el país crece a una tasa importantísima, con la conversión del campesinado en clases medias, empleo formal, modernización acelerada del país y PIB disparado en el orden de 90%, una cifra extraordinaria.


Algo parecido ocurrió en varios países de la región, como Chile y Perú, a los que quieren sacarlos también de la “prehistoria de la humanidad”. Por el contrario, Colombia se anota veinte años de éxitos, desde ser un país simplemente atrasado y premoderno, en el que te arrancaban de la muñeca hasta un reloj de plástico en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Envidiable crecimiento económico, mejora de los ingresos, bajo desempleo y baja inflación, con miles de nuevos kms. de vialidad, acueductos, cloacas, cableado eléctrico, teléfonos, internet, etc. Lejos del infierno económico que inventa la izquierda, Colombia más bien, desde las reformas de Álvaro Uribe (2002-2010) se mantuvo en crecimiento permanente, baja inflación (apenas 1.6% en 2020) y desempleo moderado. Expulsó las FARC a las fronteras y luego Juan Manuel Santos las incorporó al proceso democrático. La idea colectiva de que el país se dirigía a la paz gracias a la excelente gestión de sus presidentes, el último de ellos Santos, es envión definitivo para que Iván Duque gane las elecciones de 2018 con 53% de los votos, pero él se encarga rápido de acabar la sanación.


Lo que determina resultados electorales, no son los malestares (ni bienestares) sociales o económicos, sino su manejo político, destreza, jefatura y sentido táctico-estratégico para moderar peligros del sistema, cobrar sus éxitos, y asombra el genio de Duque para exacerbar los problemas y auto desestabilizarse. Él era la continuidad del sistema político, porque tanto el presidente que llega, como el anterior eran “hijos” de Uribe, aunque Santos se había desmarcado de los errores uribistas. La izquierda marca récord histórico con 43% de Gustavo Petro, dentro de la estabilidad pluralista y nadie hablaba de matarlo. Ya Presidente electo, Duque anuncia revisar los acuerdos de paz y la persecución de Iván Márquez y Jesús Santrich, lo que pone en ascuas de nuevo a guerrilleros y exguerrilleros pacificados. De un clima optimista, Duque hizo en cuatro años una olla de presión, enguerrilla de nuevo a la izquierda pacificada, y polariza a la sociedad entre uribismo y petrismo. “Mano dura” fue su promesa y mano dura recibe. (Me hace pensar qué hubiera pasado en Venezuela, si los amigos locales de Duque hubieran llegado al poder).


Se hace el suizo y deja que masacren a la FARC que entregó las armas, permite que los paramilitares asesinen sistemáticamente a los pacificados, conocidos como “dirigentes sociales”. 36 masacres con 151 muertes en 2019, y 76 con 292 muertes en 2020. El clima sanguinario y de pánico fortalece al ELN, rearma expacificados, y proliferan nuevas pandillas narcoterroristas. Durante 2021, 96 masacres cobran 338 víctimas. En los primeros meses de 2022 se reportan 44 masacres con 158 muertes. En total, cerca de 1400 muertes de “pacificados” durante la gestión de Duque, cuya base política se encoge hasta que no pudo siquiera aspirar a la reelección, y un espectro, desde demócratas hasta guerrilleros, se desplaza hacia Petro, eje de una gran alianza de izquierda y no sabemos qué traería a Colombia. Las variables positivas de la economía parpadearon momentáneamente en la pandemia. Ni Petro ni Hernández dan para confiar en el futuro de nuestro país gemelo. 


Hay razones para creer que detrás del primero podría estar el rostro de Morales, Ortega, Correa. O peor, que tenga un Giordani guardado, porque su supuesto comeflorismo puede eructar desgracias, ahora con la moda global del “crecimiento cero”, que me recuerda a la niña pre bachiller aquella, Greta, y a David Benatar un filósofo naturalmente en la ola de la posmodernidad, entusiasta de que la humanidad desaparezca para que crezcan las plantas y los animales. Hernández parece haber nacido para ser alcalde, si seguimos a Calderón de la Barca, quien parece acuña el término “alcaldada” como sinónimo de una decisión o discurso imbécil y arbitrario. Hasta hace poco los grandes patanes malhablados en el poder habían sido Castro, Videla y Pinochet. Ahora después de la etapa galáctica, hay competencia a ver quién lo es más.


@carlosraulher

El Universal

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