Voy a cometer el sacrilegio y la irreverencia de reseñar un clásico por donde se le mire; una osadía equivalente a reseñar la Biblia, porque este libro es en sí mismo algo de eso para los lectores: se siente un halo al leerse, se hunde en los más profundos intersticios de la mente y del ser para horadarte, para golpearte sin piedad, para desentrañar en el lector una suerte de abismo que se profundiza en cada página, y te lleva por ignotos caminos hasta dejarte exhausto, rendido, exánime y reflexivo. El libro en cuestión es diverso; es más: lo conforman dos libros a su vez, escritos en tiempos diferentes, y que fueron conjuntados por el autor, pero que hacen una unidad indivisible y absoluta, y que, a decir de la crítica (y por unanimidad): muestra el universo literario del autor en su máxima esencia.
Hablo de Ficciones, de Jorge Luis Borges. La obra, como ya lo adelanté, la constituyen dos libros: El jardín de senderos que se bifurcan y Artificios. El primero había sido publicado en 1941 de manera independiente y contenía un Prólogo y siete cuentos, y luego Borges escribió otros seis cuentos que aglutinó como Artificios: ambos salieron bajo el título de Ficciones en 1944. Doce años después (1956), el autor incorporó tres cuentos más a Artificios, para quedar, y ya definitiva, la estructura de Ficciones en dieciséis cuentos, tal y como lo conocemos en la actualidad.
Desde su salida con Emecé Editores, Ficciones llamó poderosamente la atención de la crítica y de los lectores (así lo confirman las notas de prensa de la época), y no es que se convirtiera en un superventas: nada de eso; sino que a buen ritmo fue posicionándose, hasta erigirse en un libro de referencia del que un “cierto rumor” hablaba, y que grupos de iniciados de la Argentina y de América Latina leían y estudiaban casi en secreto, y pronto saltó el charco, y ya entonces el rumor se hizo poderoso y unánime. Tanto fue su impacto en su propio país, que el libro ganó la primera edición del Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en 1944: galardón consagratorio, qué duda cabe, a pesar de las reticencias de algunos, al no poder atisbar en aquellos cuentos densos y crípticos sus propios referentes literarios; pero no los había.
En Ficciones hallamos diversidad y unidad a la vez: todo confluye en cuentos que poco cuentan al modo tradicional, pero que ahondan en las grandes incertidumbres de lo humano: lo ignoto, lo que está en las sombras; viejas cosmogonías, guardados secretos. Logra Borges conjuntar textos que se articulan desde los abismos de la existencia, que anidan en los más profundos intersticios del alma, que nos llevan a considerar como verdades artefactos literarios perfectos, construidos por un, para entonces, aprendiz de genio. Funde el autor verdad y mentira, luz y oscuridad, certeza y desafío, para hacer de sus textos un extraordinario receptáculo del que emergen poderosas imágenes, profundas reflexiones y rutilantes destellos de encanto.
Quienes nos acercamos a Ficciones y tenemos ya un largo recorrido lector, sabemos de entrada que estamos frente a una obra maestra total, inmensa y desafiante: forma y fondo, esencia y sutileza; despertar e iluminación. Echa mano Borges de diversos “artilugios” y “estratagemas”, que se harán permanentes a lo largo de su obra, y que son consustanciales a su manera de entender la literatura y la vida: erudición autoral, inquietud y deslumbre por lo oculto (cábala, religión, esoterismo), tensión argumental, profusas incógnitas, juegos de palabras, oscuros recodos, figuras arquetípicas del pasado, pasión libresca, exaltación al honor y a la valentía, humor e incisión intelectual, portentosa inventiva e imaginación, y un afán detectivesco y laberíntico. Los personajes borgeanos, que ya se dibujan desde entonces, serán recurrentes en sus maneras, en sus luces y sombras, y recorrerán su obra sin que se repitan, aunque sean en esencia los mismos.
Los cuentos agrupados en Ficciones se harán emblemáticos en toda su obra, ya que siempre serán tomados como espejos e imágenes especulares, o como puntos de referencia de un antes y de un después en la narrativa borgeana. En el primer libro hallamos: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Pierre Menard, autor del Quijote, Las ruinas circulares, La lotería de Babilonia, Examen de la obra de Herbert Quain, La biblioteca de Babel y El jardín de senderos que se bifurcan. En el segundo: Funes el memorioso, La forma de la espada, Tema del traidor y del héroe, La muerte y la brújula, El milagro secreto, Tres versiones de Judas, El fin, La secta del Fénix y El Sur. Repito: a pesar de haber sido escritos en tiempos distintos, los dieciséis cuentos guardan unidad de estilo e intención temática, lo que nos permite sopesar, en su totalidad, una misma inquietud por parte de Borges de agrupar en ellos los disímiles universos que lo asediaban.
A pesar del tiempo transcurrido desde la publicación de Ficciones, y de la muerte del autor (y ahora de su albacea: María Kodama), su interés permanece, pero no podemos detenernos allí, ni conformarnos. Toda la obra de Borges es esencial como escuela y como arte. Nada hay en ella que pueda ser desdeñado o dejado: poemas, ensayos, prólogos, reseñas, cartas, conferencias, conversaciones y relatos, constituyen un corpus imprescindible de un heresiarca de primer nivel, para conocer su mundo, y nuestro mundo.
rigilo99@gmail.com
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