El hábito del «snooze»: ¿cómo afecta a nuestro sueño y nuestra salud? 

En una habitación a oscuras, situada en la última planta de un edificio cualquiera, el sonido estridente de un despertador rasga el silencio del amanecer. Son las 6:45 horas. Carmen Montes busca a tientas el reloj digital y pulsa el botón de «snooze» (posponer) para prorrogar un poco más el sueño.

Cinco minutos más tarde la alarma volverá a sonar. Muchos días, esa alarma sonará hasta cuatro o cinco veces antes de que se levante por fin de la cama, entre las 7:05 y las 7:15 horas.

“Me pongo la alarma conscientemente antes de la que sería mi hora de despertarme probablemente porque estoy cansada y me cuesta despertarme, y así tengo margen a procrastinar en mi cama. Es la manera que he encontrado de dormir un poco más con la tranquilidad de saber que la alarma va a terminar desquiciándome y me voy a levantar a la hora que me toca. Sé que es un poco contradictorio, porque no aprovecho ese tiempo de sueño gustoso, pero a mí me sirve como una llamada a filas”, explica Carmen.

El uso de la función «snooze» que llevan incorporados muchos despertadores digitales es tan habitual como controvertido. Aunque lo cierto es que no existe una evidencia científica sólida al respecto, los expertos en medicina del sueño han abogado tradicionalmente por limitar su uso.

Basándose en el conocimiento existente sobre los ritmos biológicos del sueño, se consideraba que esta acción, además de interrumpir abruptamente el sueño varias veces durante el último tramo de la noche -con los efectos negativos asociados a la fragmentación del sueño-, incrementaba la llamada “inercia de sueño”, un estado pasajero en el que las capacidades cognitivas y emocionales están alteradas justo después de despertar.

Con información de El País

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