Los resultados en Chile, para elegir a quienes tendrán la responsabilidad de proponer una nueva carta constitucional, tienen más de una lectura. No son solo la medición de las fuerzas políticas de ese país sino lo que significa como rectificación de una postura extremista y la vuelta a la sensatez.
Cuando meses atrás se anunció el rechazo de los chilenos a la propuesta de Constitución, estaba visto que la nueva votación favorecería la tendencia hacia una nueva carta magna, más madura y realista, alejada de una visión extremista y de un texto cargado de maximalismo. No se trata, como algunos equivocadamente anuncian, de escoger entre la vigente Constitución, promulgada en tiempos de dictadura, ni la de los ganadores de la última contienda electoral. Se trata, más bien, de pensar una mejor herramienta legal, más adecuada a la realidad política, más representativa de la voluntad popular, concebida para muchos años, amplia, útil como sustento legal para construir la paz y el bienestar.
Las voces escuchadas hasta el momento se alejan felizmente de los extremismos, de la tendencia a comenzar todo de cero, de negar lo valioso que ha fortalecido a Chile como nación, de dar por bueno solo lo que una postura o un sector sostiene como tal. Las declaraciones del presidente Boric expresan la madurez del elector chileno. Se trata de un discurso convocante, que parte del reconocimiento de los errores propios y que valida la invitación a los ganadores a no volver a cometerlos. Un gesto, en suma, de humildad y responsabilidad, hasta de grandeza.
Chile ha optado por entender el veredicto como una oportunidad para una mejor Constitución. Ya fue capaz de probar muchos años el ejercicio y las ventajas de una economía competitiva, realista, alejada de los extremismos, adecuada a un país con tradición. Es verdad que en el ejercicio de gobierno muchas veces se desenfocó, generando como consecuencia el rechazo popular. La falta de dedicación sobre el día a día produjo un daño visible en la sociedad y muy activo como desencadenante. La propuesta dogmática y absolutista no encajó felizmente en las últimas elecciones. Por el contrario, ha ido acercándose a los puntos medios en más de un tema. Busca un avance que le devuelva a la condición de una vida mejor, ya lograda en otros tiempos.
El resultado electoral es más bien visto como un capítulo de rechazo a las utopías, a las revoluciones nacidas para arrasar, a las propuestas maximalistas y sin alternativa. Es también un llamado frente a la tentación de desviar la atención por un buen gobierno hacia las de un liderazgo continental, con el consecuente descuido del gobierno mismo, de la economía, de las aspiraciones de la gente. Lula y Petro van comprobando la dificultad de pasar del discurso electoral a la realidad de ser gobierno en circunstancias difíciles y con fuerzas políticas dispuestas a hacerse sentir. Sin embargo, han optado también por las pretensiones de liderazgo continental y de una mayor presencia en la escena internacional cuando sus países enfrentan problemas sociales y económicos colosales. Los reclamos internos comienzan a expresarse como una advertencia de que no es gratuito descuidar la estabilidad, dejar de poner énfasis en la gente, en privilegiar el realismo, los problemas internos, el día a día de la población.
La teoría del péndulo izquierda-derecha no lo explica todo en caso de Chile. Tiene más sentido pensar en la capacidad de rectificación, de ver a tiempo un error o una deviación para corregirlos, de optar por las verdaderas necesidades del país y de la gente, por valores como la preparación, la eficacia, la continuidad, la sensatez, la capacidad de grandes acuerdos, de provocar acercamientos, de no alimentar los extremismos ni los absolutismos de quienes se atribuyen el monopolio de la razón, de las soluciones o de la verdad.
Hace bien Chile en corregir a tiempo, en apostar por la sensatez. Haría bien Venezuela en trabajar a fondo su propia ya tardía rectificación.
roosen10@gmail.com
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