Escribir no es nada sencillo, y si me apuran les diré que genera cierta ansiedad y fatiga, y ustedes me responderán que por qué entonces lo hacemos, y no tengo una respuesta precisa, ya que hay cuestiones profundas del ser que te impelen a sentarte a escribir (no sé de nadie que lo haga de pie) y enfrentar la página en blanco, la temida página en blanco, que muchas veces la comparo con una enorme montaña y que al mirarla nos intimida por la ingente labor que nos espera, pero nos lanzamos de bruces en ella, bien en la electrónica o en la de papel (escribo en ambas), y la primera frase es clave porque será la que indique la ruta a seguir, y en esto nos puede ayudar el título, ya que si de antemano lo escribimos, pues ese será nuestro norte y principal objetivo a desarrollar, pero cuando no lo tenemos aún, es una suerte de tanteo lo que nos aguarda, y es allí donde se cuecen las habas, porque es caminar por un sendero las más de las veces agreste, desconocido e incierto, y no tenemos sino dos opciones: acertar o errar; aquí no caben las medianías.
El martes pasado celebramos el Día del Libro, y bueno, lo menos que hice fue leer, pero sí estuve frente a la laptop escribiendo casi todo el día, y de vez en cuando miraba al celular para ver los mensajes que me llegaban por las redes, y pude leer uno en X que me llamó la atención, en el que la autora española Espido Freire afirmaba textualmente lo siguiente: “Y hoy te pregunto ¿qué otras opciones compiten con la lectura en tu caso? Me gustaría decir que muchas otras, pero mentiría: de todo lo que me gusta nada, ni el cine, ni viajar, ni siquiera escribir, se acerca a la pasión que siento por leer…”. Créanme, me sentí identificado, porque para mí no hay placer que se le acerque a la lectura: a una buena lectura, debo acotar, porque en estos días cayó en mis manos un pequeño libro editado en España, y tenía tal cantidad de erratas y era tan lúgubre y sinsentido el texto, que sin pensarlo dos veces lo devolví sin remordimiento a su anaquel.
Volviendo al punto inicial, del porqué de la escritura, debo agregar que en mi caso lo hago por una necesidad: la lectura me devuelve el sosiego perdido, me entona (para decirlo con la jerga de los motores), me empuja a territorios muchas veces inauditos e inéditos, me hace pensar en cuestiones en las que jamás había pensado, y siento que en mi cerebro se abren nuevos surcos, como cuando se agregaban archivos a un disco compacto en tiempos ya superados, y llegan a mí, entonces, nuevos vislumbres, poderosas imágenes, certezas que hacía un instante no tenía, y esto es impagable, déjenme decirles, porque es ampliar las miras y los horizontes, es mirar más allá de tu propia realidad y acercarte a un “algo” insospechado, pero que desde siempre estuvo allí, y es cuando te preguntas: ¿cómo no lo había pensado, si está de anteojo?, pero es precisamente esa frase, esa idea, esa afirmación o esa ambigüedad autoral, la que te acerca a esa nueva noción que te lleva a descubrir nuevas posibilidades y estéticas, que a lo mejor indiquen un norte impredecible en nuestras vidas.
Ahora bien, lectura y escritura van de la mano, son indisociables, aunque (ya lo he afirmado en textos anteriores) todo lector no necesariamente se hace escritor, y esto depende de muchos factores, porque hay personas que leen por mero placer, por divertimiento, por relax mental, mientras que en otras hay cierta expectativa autoral, y buscan en la lectura esa “escuela”, insustituible a toda prueba, que es leer con disciplina y método (en esto del método yo tengo el mío: el no-método, es decir, leo como un loco sin orden ni concierto, y la edad no me ha acomodado, creo que me ha empeorado, porque salto de aquí a allá y en ese nido o barullo que se forma, hallo lo que busco), y es lo correcto, ya que no veo posibilidad alguna de hacernos escritores saltándonos la esencia del oficio, y veo que hay personas que sí lo hacen, que no leen y les gusta que los llamen escritores y lo peor es que se sienten como tales, pero se les nota, claro que sí, en sus “textos” hay enormes vacíos de forma y de fondo, pero lo absurdo de todo es que por azares del destino algunos alcanzan fama y venden sus bodrios como pan caliente, y se atreven a dictar cátedra al respecto: ya por ahí en las redes uno de los mal llamados “influencers” afirmó, con la cara bien lavada, que él escribe sus libros con Inteligencia Artificial y que tiene mucho éxito en las plataformas reconocidas para la venta de cualquier mercancía.
Si escribir no es sencillo, como lo expresé al inicio, menos lo será si no estamos armados con el portento de la lectura, y uso esa palabra (portento) deliberadamente, porque leer es en sí mismo un milagro, que hace de nosotros seres distintos: cambia nuestras vidas, nos lleva de la mano por vastos e ignotos territorios que nos transforman para siempre, establece vasos comunicantes con la complejidad del mundo que nos rodea, abre senderos interpersonales que mejoran las relaciones y la mirada se hace más sutil y compasiva con el otro, porque nos hace más profundos y certeros, consustanciados con nosotros mismos, y al hacerlo, y muchas veces sin percatarnos siquiera: somos otros, hemos dejado atrás las viejas corazas que pretendían blindarnos de todo, pero que también abrían profundos hiatos que nos convertían en fantasmas.
rigilo99@gmail.com
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