Los malos tratos, la falta de atención oportuna y las muertes de madres y recién nacidos muestran cómo la violencia obstétrica se ha vuelto una constante en la maternidad más importante de Carabobo. La red de Mujeres Constructoras de Paz recabo varias historias de parturientas en el mencionado estado.
El viernes, 21 de abril, llovía en Valencia. Luisa Méndez caminaba de un lado a otro en la sala de espera del Hospital Materno Infantil Dr. José María Vargas. Eran las 2 de la tarde y ella ya se quejaba por los dolores de parto. Las contracciones y la presión sobre el cuello uterino iban y venían. Entonces, pedía permiso a familiares de otros pacientes para sentarse en uno de los banquitos de cemento que hay en el lugar. La lluvia, que seguía incesante, la mojaba a ella y otras mujeres embarazadas.
Esa sala de espera de la conocida como Maternidad del Sur está ubicada en el estacionamiento. Allí solo hay un techo alto. No hay paredes que aíslen a quienes están ahí del exterior. Nada les protege ni del viento, ni del agua; ni de los insectos, ni del calor. Esto significa que las mujeres sufren contracciones a la intemperie, sin cuidados y sin la observación atenta del personal médico.
En medio de la intensa lluvia de ese viernes se formaron grandes pozos de agua en el piso. Caminar ahí representaba un riesgo de caída para las embarazadas, como Luisa. Esa situación podría significar una complicación mayor en el parto. Pero el personal lo ignoró como lo hace con las mujeres que piden atención.
Por ejemplo, cada vez que Luisa se acercaba a la emergencia, le decían en tono molesto: “Tienes que seguir esperando allá. Aquí adentro no puedes estar”. La excusa que argumentaban era la falta de camillas.
Eso se lo repitieron más de cinco veces en su intento por refugiarse de la lluvia y por encontrar un lugar más cómo en el que esperar la llegada de sus bebés. Mientras tanto, las contracciones se hacían más fuertes y constantes. Finalmente, la ingresaron a sala de parto dentro del hospital a las 7 de la noche. Para el momento ya tenía los 10 centímetros de dilatación que se traducen en la última etapa del parto.
Entre 20 y 30 mujeres al día tienen la misma desdicha que Luisa. Es decir: son mujeres en sus últimos meses de embarazo, quienes con sus voluptuosas panzas y adoloridas tienen que aguardar esos 10 centímetros entre el duro cemento del banco disponible. Ese banco lo comparten con los familiares de otras mujeres que esperan noticias.
Allí, los parientes comparten preocupaciones y frustraciones. Se escuchan listas de medicamentos e insumos que les solicitan para atender a sus hijas, parejas o hermanas. Entre ellos se cuentan sus experiencias y corren cuando una de las promotoras grita el nombre de la paciente. Entonces, van hasta la puerta a escuchar con atención lo que le informan. Probablemente les pidan un nuevo examen de laboratorio, que tendrán que hacer a través de un privado, o más medicinas.
En la primera Encuesta de Violencia Ginecobstétrica en Venezuela se dice que elementos como el deterioro en la infraestructura y de los servicios públicos, la carencia de personal de salud, la falta de suministro de medicamentos, insumos, equipos e instrumentos agudiza, normaliza e incluso pretende justificar el ejercicio de la violencia obstétrica en las mujeres venezolanas. La realidad de las embarazadas en Valencia, es la muestra de ello.
Especialistas en maltrato
“Me trataron como un animal”, dice Andrea Maya sin poder ocultar el dolor de todo lo que experimentó en los que asegura han sido los peores días de su vida. El 2 de marzo a las 6 de la tarde, entró al centro de salud carabobeño. Tenía 34 semanas de embarazo y tres centímetros de dilatación.
Fue una gestación controlada mensualmente. La recomendación era que las niñas nacieran por cesárea debido a la posición en la que se encontraban dentro de su útero. Pero el personal de guardia ignoró también ese detalle.
Las horas pasaban y Andrea caminaba de un lado a otro en esa misma sala de espera. El lugar no era nada parecido a lo que había imaginado, ni mucho menos lo que necesitaba para favorecer su parto. Era de noche, había insectos, el calor parecía agobiar a todos y ella se quejaba del dolor. Lloraba, se sentaba y se volvía a parar a caminar. Nada la aliviaba. Nada la calmaba.
Para que las mujeres puedan parir deben secretar oxitocina, una hormona que actúa estimulando el músculo liso del útero hacia el final del embarazo, durante el parto y después del parto. Investigaciones han demostrado que las mujeres necesitan parir en un ambiente de calma, para que su sistema nervioso pueda informarles el momento preciso para dar a luz por medio de la oxcitocina.
Andrea no estaba en calma. Aunque la acompaña su esposo y su madre, entendía que su embarazo gemelar debía tratarse con cuidados especiales. Sus familiares se desesperaban al ver que no la atendían. Insistían que se trataba de una emergencia. “Me estaba quedando sin líquido, no dilataba con rapidez y nada que me hacían la cesárea”, recuerda ella.
Según establece la Organización Mundial de la Salud (OMS), la cesárea es necesaria cuando el parto vaginal entrañe un riesgo a la madre o el bebé. Por ejemplo, debido a trabajo de parto prolongado, sufrimiento fetal, o porque el bebé está presentándose en una posición complicada. Y era justamente lo que vivía Andrea con sus bebés.
Así pasaron las horas. A las 12:00 a.m. del viernes 3 de marzo la examinaron por segunda vez, tenía ocho centímetros de dilatación y le dijeron que debía seguir esperando. Una vez más fue enviada a esa sala de espera a la intemperie. Ella seguía sin entender. “Se supone que era una emergencia, pero nunca me trataron como tal”, dice.
Adriana Granados, madre de Andrea, recuerda con claridad el trato recibido por su hija. “La ignoraban, le decían sólo que tenía que esperar, no les importaba que era una emergencia y que realmente ameritaba la cesárea… Fue una experiencia terrible”, concluye.
A las 3 de la mañana, ya con nueve horas de espera, Andrea fue ingresada a quirófano y le practicaron la cesárea. “No sé por qué me hicieron esperar tanto. Lo único que eso ocasionó fue que mis niñas nacieran con problemas… No me las enseñaron cuando nacieron ni me dijeron nada”, dice.
La atención institucionalizada del parto en Venezuela es del 98 % según las estadísticas de la UNFPA en 2021, que el organismo de las Naciones Unidas encargado de la salud sexual y reproductiva. Las deficiencias en los centros de salud pública no están asociadas a la cobertura sino a la calidad de la atención, a la poca capacidad resolutiva de las emergencias obstétricas. Señalan que no es suficiente con que existan servicios, es necesario que éstos sean accesibles y de calidad para que el derecho a la vida de las mujeres no esté amenazado durante el parto y nacimiento.
Lea más en Ipys
Síguenos en Telegram, Instagram y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones