Cómo madre de adolescente, constantemente escucho a jóvenes venezolanos de todos los estratos sociales, recojo sus preocupaciones e inquietudes. En el liceo, en el fútbol, en las actividades de calle; me narran la desesperanza que significa el país para muchos de ellos. Al grueso de la juventud no le está interesado en lo más mínimo la política y los debates que en torno a esta se generan. Parecen estar convencidos que no hay cambio en el corto plazo y por ello invierten todos sus esfuerzos en dos cosas: Prepararse para la vida (no significa siempre esto capacitarse académicamente) y hacer planes para emigrar del país. Esta juventud nuestra añora el país que no conocido, al parecer sin saberlo. Quieren poder estudiar, pero que esto sirva para algo. Lo más adultos quieren que sus conocimientos y capacidades se traduzcan en calidad de vida, en poder adquisitivo real para así sostenerse por sí mismo. Cómo todos los venezolanos, nuestros jóvenes son hombre y mujeres ‘echados pa’ lante’, como decimos en criollo, y no le temen al trabajo, al ‘tigrito’ que tienen que matar, al resuelve; pero lo cierto de todo es que no quieren que se les vaya la vida en esfuerzos perdidos. Nuestra juventud, sobre todo los más maduros, ansían poder hacerse de los bienes materiales para vivir dignamente: Una moto, un carro… pero también quieren poder meter la mano a sus padres, a quienes les agradecen el esfuerzo de años. La realidad es que ven cualquier posibilidad de emanciparse muy lejos. En el otro extremo, y eso me llamó poderosamente la atención cuando lo escuché reincidente entre con quienes converso; comparan su realidad con el progreso de amigos y familiares que tienen años en el extranjero tras haber emigrado, y muchas veces consiguen un abismo entre quienes se fueron y los que siguen aquí. Con los jóvenes cada vez más decepcionados es nuestra obligación , como dirigencia política, dejar de mirarnos el ombligo y procurar unión entre los iguales. Una de las alertas tempranas en que traducen su descontento es en la multiplicidad de candidatos de oposición. Entienden que a mayores nombres en juego, serán menos las posibilidades de derrotar a quienes les han arrebatado todas sus posibilidades de superación. Los jóvenes no quieren más planes ni promesas vacías. El futuro del país necesita operativizar la Venezuela de progreso que les suponga ingresos en sus bolsillos, que se traduzca en servicios públicos óptimos para su cotidianidad, que le garantice la salud y la seguridad propia y la de sus padres. Los chamos que están preparados para salir a comerse el mundo, no quieren que la plata del Estado termine derrochada en rumbas locas para bachilleres, necesitan que esos fondos terminen inyectados en las universidades donde deberán formarse, en institutos y colegios politécnicos que los certifiquen como profesionales de la República. Cualquiera del frente democrático que debemos construir debe estimular esto y más para que nuestra generación de relevo no siga viendo a Maiquetia, y mucho menos a la selva del Darién, como la única oportunidad de salir adelante.
La juventud venezolana no conecta con los políticos, no porque no lo quieran. Es que los políticos no logran conectar con ellos. Los problemas de Venezuela son los mismos para toda la población. Y su prisma de visión, y consecuencias, cambian según la edad del venezolano. El problema del empleo es para todos, y sus consecuencias también. Pero el joven busca su primer empleo, y el adulto busca, quizá, su último.
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