Cúmplense veinte años del 11 de abril de 2002. Según el tango “veinte años no es nada” pero para la historia de Venezuela ese lapso ha bastado y sobrado para transformar un país que -con sus más y sus menos- entonces funcionaba relativamente bien, para convertirlo en un territorio arrasado en lo material y, peor aun, en los valores básicos que sustentan la convivencia pacífica entre sus ciudadanos y que servían de fundamento para albergar legítimos sueños.
Los acontecimientos que precedieron aquel día, la histórica marcha a Miraflores, la renuncia de Chavez (“la cual aceptó”, Lucas Rincón dixit), la matanza de Puente Llaguno, los errores y egoísmos que con mayor o menor buena fe fueron cometidos por todos los involucrados y el resultado final del proceso nos lleva a preguntarnos ¿cuál sería la Venezuela de hoy si aquel evento hubiese resultado exitoso?
Entre las figuras que en esos días fueron partícipes fundamentales, de lado y lado, hubo héroes y villanos, cada quien podrá ubicar a esos actores en su respectivo grupo.
Pensemos que lo que desató la insurrección fueron eventos tales como el intento de Chávez & Cía. de ideologizar la educación (“Con mis hijos no te metas”), la promulgación de 49 leyes habilitantes y decretos que pretendían de un plumazo introducir cambios de enfoque poco democráticos, el paro nacional potenciado por el sector petrolero cuando se pretendió vulnerar la meritocracia que había sido pilar de la hasta entonces gran Pdvsa, el “millardito de bolívares” que el personaje exigía al Banco Central aún medianamente técnico, la proliferación de los entonces “círculos bolivarianos”, predecesores de los hoy temidos «colectivos” armados y organizados desde la cúpula, más un largo etcétera que todavía muchos recordamos. Aquello era apenas el primer capítulo de la tragedia que siguió después y aún nos aflige.
La composición etaria de nuestra patria da cuenta de que apenas la mitad de la población de hoy recuerda aquella denostada cuarta república, mientras la otra mitad está compuesta por conciudadanos que solo conocen lo que hoy se vive.
¿Qué hubiera sido si quienes consiguieron imponer a Pedro Carmona (en cuya buena fe y honorabilidad personal creíamos y creemos aún) hubieran tenido la visión de unidad y plan de acción concertado que esa y cualquier insurrección requiere para ser exitosa? Las tensiones, egoísmos, miopía y dudosas intenciones de personalidades y grupos fueron el ingrediente necesario para que grupos mejor organizados y un pueblo movilizado en su buena fe buscara y consiguiera el retorno de quien -crucifijo en mano- en vano juró rectificar. Los errores de ayer no son diferentes a los que todavía hoy afligen a la política actual y se reflejaron en el desastre del 21N. ¡No aprendimos nada!
Un pueblo movilizado entonces manifestaba diariamente de manera masiva y pacífica hasta culminar en la mayor marcha de la historia venezolana. Hoy día ni la más dramática causa congrega a unos pocos cientos de valientes y entusiastas jóvenes mientras el grueso de la gente ni siquiera la televisión enciende para enterarse por qué la dirigencia no consigue movilizar a un pueblo desmotivado, temeroso de la brutal represión y ocupado prioritariamente en la meta de la supervivencia.
En el año 2001 se producían casi 3 millones de barriles diarios de crudo de los cuales la gran mayoría se exportaba y además se cobraba puntualmente. Cierto es que en estos dos decenios ha habido booms y también caída de precios, pero la cuenta final permite afirmar que en estos veinte años el balance sería mejor que una Pdvsa quebrada con una producción que apenas permite exportar medio millón de barriles de los cuales muchos se regalan a Cuba y los demás sirven para pagar a China y otros acreedores influyentes. Por eso afirmamos que hoy día hubiésemos estado mucho mejor.
Imagínese usted, lector, si en lugar de despedir a ejecutivos petroleros con un pito y vociferar aquel famoso “exprópiese”, las empresas públicas hubieran seguido produciendo acero, aluminio, bauxita, electricidad, petroquímicos, etc. ¿No estaríamos mejor?
Sin pretender que las universidades públicas fueran “la mamá de Tarzán”, ellas funcionaban y graduaban profesionales de calidad que hoy triunfan en todos los rincones de la Tierra constituyendo nuestro mayor drenaje exportador gratuito de talento. Imaginemos toda esa gente produciendo, investigando, emprendiendo, cultivando, pagando impuestos, etc. ¿Es difícil concluir que hubiésemos estado mejor?
No pretendemos afirmar que esos veinte años hubieran sido la versión criolla del Nirvana. Obvio es que no habrían faltado todos los defectos y pasivos que ya venían aquejando al sistema, pero nos permitimos pensar que no viviríamos en un país con 96,2% de pobreza, de la cual 79,3% es pobreza extrema (encuesta Encovi – UCAB www.proyectoencovi.com/informe-nteractivo2019). Seguramente tampoco hubiera inseguridad alimentaria en los hogares más pobres al son de 28% severa, 42% moderada y 26% leve.
Seguramente que en un momento como el actual Venezuela no sería el aliado incondicional de Rusia, ni tuviera una investigación en la Corte Penal Internacional, ni se hubiera retirado de la OEA ni de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ni debiera decenas de miles de millones de dólares por sentencias y arbitrajes perdidos por haber creído que la palabra “revolución” y la invocación de Bolívar daban piedra libre para violar contratos y compromisos legales en un mundo globalizado. ¡Pensar que ni en la ONU puede Venezuela votar por ser morosa!
A lo mejor Carmona hubiera cumplido el compromiso de llamar a elecciones a la brevedad. Algún líder tradicional o emergente o hasta un chavista democrático habría llegado a Miraflores. No habríamos tenido ni Asamblea legítima ni ilegítima sino simplemente Asamblea Legislativa, y muchas otras cosas.
Se pueden seguir haciendo consideraciones “ad infinitum” pero no se precisa una mente ultracreativa para concluir que aun con las pocas virtudes y bastantes vicios que antes de 1999 se arrastraban, hoy a veinte años de aquella jornada Venezuela no estaría en el fondo de todas las listas de bienestar, democracia, libertad y demás indicadores que reflejan realidades indiscutibles que se pretenden ocultar detrás de una “pax bodegónica”.
Este columnista le pide a usted, lector, que con la mano en el corazón, arropado de buena fe y encomendado a la bendición de su deidad -cualquiera ella sea- decida si en estas reflexiones hay aunque sea un poco –o bastante- de razón.