En marzo pasado los dos gigantes euroasiáticos, China y Rusia, se reunieron en Pekín para mostrar al mundo la calidad de su relacionamiento. Fue la última vez que Vladimir Putin y Xi Jinping evidenciaron ante la comunidad internacional el género de estrecha relación, sólida y disuasiva, que los unía de cara a Occidente. Se calificaron en aquel entonces de “socios estratégicos” cuando la invasión de Rusia a Ucrania ya llevaba en acción 12 largos meses.
Tres meses después, al ministro de Asuntos Extranjeros chino, Qin Gang, no le queda otra que recibir en su despacho en la capital china a Andrei Rudenko, segundo de a bordo en la cartera de Relaciones Exteriores ruso, quien se había desplazado inesperadamente a China. Las caras eran largas: acababa de producirse el desafío de la autoridad de Vladimir Putin por parte de los rebeldes seguidores de Evgueni Prigojine.
Una toma de distancia y una actitud prudente es lo que encuentra el emisario del Kremlin en el portavoz del gobierno chino cuando la prensa europea se destapa con especulaciones de todo género: golpe de Estado y guerra civil es lo que se comenta, mientras muchos apuestan y se regodean en un desencadenamiento atroz para Moscú. El tono de voz entre los funcionarios es otro y el lacónico comunicado de la Cancillería esta vez se refiere a los “esfuerzos de China por proteger la estabilidad de Rusia, desde su condición de vecino amigo”.
Este golpe de timón solo lo explica el hecho de que los meses que vienen resultan, para esta hora, impredecibles. El episodio wagneriano de las últimas horas arroja un corolario complejo del lado de Vladimir Putin. En lo sucesivo el mundo podría tener frente a sí, o bien un régimen ruso acorralado y mucho más agresivo que hasta el presente, o bien un caos territorial generalizado de impredecibles consecuencias hasta en el terreno de lo nuclear. No es esta, pues la hora de quebrar lanzas en favor de nadie…
Sin embargo, para no jugarse todo en una sola carta, la prensa oficial ha restado relevancia a los acontecimientos. Ella no revela los efímeros avances del grupo Wagner ni la tensión que ello produjo y mucho menos la inestabilidad que está ad portas. Mientras tanto, el Global Times, diario asociado al Partido Comunista se proclama conciliador y publica: “El hecho de que la revuelta haya sido revertida en tan poco tiempo gracias a las acciones decisivas de Putin demuestra que el Kremlin tiene aún una fuerte capacidad disuasiva reforzada por su autoridad, contrariamente a lo que asegura la prensa internacional”. Es decir, un tiro al gobierno y otro a la revolución.
Solo una cosa es segura y es que la guerra de Ucrania se está convirtiendo en el detonante de severos problemas al interior de Rusia, un escenario dentro del cual es posible anticipar desarreglos en Europa y en el mundo, pero particularmente en China que resulta ser su primer socio comercial. No olvidemos que desde la guerra de Crimea las dos potencias mantienen acuerdos importantes en el dominio energético, espacial y de defensa.
Es preciso observar cómo China se irá alineando con este desarrollo, pero en las semanas que vienen veremos al dragón de Asia asumir más quietamente su rol mediador. Dentro del mismo hará todo por conseguir no un retiro unilateral de tropas rusas de Ucrania, sino una solución pactada. Y así, todos felices.
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