Ricardo Gil Otaiza: Una del Cervantes

El recientemente anunciado Premio Cervantes 2023, recayó en el autor español Luis Mateo Díez, de quien en realidad he leído poco, pero hace unos días volví a su novela La piedra en el corazón, en una bella edición de Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores (2006), y que en una primera lectura me había producido un fuerte impacto anímico. No recuerdo ya si escribí acerca de ella para la prensa en aquel entonces, y no me voy a poner a revisar los archivos, razón por la que volví a leerla y me ha dejado otra vez una marca realmente notable y profunda.

Son tantas las cuestiones a tratar, que no sé si me alcanzarán estas cuartillas, pero intentaré un ejercicio de síntesis para expresar lo que, a mi modo de ver, es esencial en este maravilloso libro. Hablando de síntesis, y, en primer lugar, resalto que se trata de una historia muy sencilla, enmarcada a partir de los hechos del 11 de marzo de 2004, cuando varios vagones estallan en Madrid por un acto terrorista, y este hecho marca la vida de la ciudad, y de sus habitantes.

Digamos que este es el telón de fondo, el marco contextual de la trama, para establecerse el paralelismo entre el dolor que todo esto implica, con la vida de tres personajes. No se narra acerca de las víctimas del terrible hecho, sino que en contraste se nos cuenta de Nima y de sus padres, quienes viven también sus propias tragedias personales y familiares. Ella es una adolescente sensible y hermosa, que sufre los avatares de una terrible enfermedad, y sus padres son dos seres atrapados en el dolor y en la derrota que todo conlleva.

Liceo y Aurea, los padres, solo viven para atender a Nima, para intentar comprender lo que le sucede, para escudriñar en su rostro cetrino y en su mirada cristalina, los demonios que la atormentan, y así minimizar el enorme impacto emocional que la enfermedad le ha producido. Pero poco pueden hacer, porque ellos mismos lucen atenazados por un desamor y un quiebre de pareja, que los ha lanzado con fuerza a sus respectivas trincheras, con sus lógicas cargas de tristeza y de pesadumbre, y con mil interrogantes rondándoles a cada instante. Sin embargo, ello no los hace enemigos; todo lo contrario: la enfermedad es la excusa para seguir adelante, para no ser presas de más dolor, sino intentar salvar los jirones de una vida en común, que ya forma parte del pasado.

La piedra en el corazón es una novela breve, brevísima, pero de una hondura escatológica tal, que ni mil páginas podrían superar. Su densidad no es solo formal, es decir, producto del lenguaje y de sus hilos sutiles, sino espiritual y metafísica. Y a propósito del lenguaje, debo afirmar con fuerza y honestidad, que es brillante, depurado, de una riqueza enorme.

Es Matero Díez un esteta de la palabra, un maestro de la prosa, un autor que va directo al corazón y a las emociones de los lectores. No se contenta con narrar, porque en realidad eso lo puede alcanzar cualquiera, sino que su afán es tocar con cada vocablo y cada frase, la sensibilidad: ese nervio que nos lleva de las páginas de un libro a volar por escenarios de ensueño, a salirnos de la habitación para internarnos en el mundo; un mundo hecho a la medida de un gran autor.

La técnica narrativa es realmente buena: hay un intercambio constante de roles y de voces, pero apenas lo percibimos, porque el autor echa mano de finas argucias que nos permiten saber cuándo narra Liceo, Aurea, Nima, o un narrador omnisciente, que está, pero casi no se hace sentir sino cuando verdaderamente se necesita. Esta “complejidad” en la técnica no es en absoluto una traba para la comprensión de lo que se nos cuenta (como sucede con otros autores que hacen uso de ella), sino que le imprime a la novela un ritmo y una dinámica que potencian y azuzan; que hace de los personajes seres con vida propia.

Resulta notable que el narrador desarrolle párrafos y capítulos muy cortos, lo que nos permite a los lectores avanzar sin la pesadez propia de lo que sentimos inacabable e interminable, sino que nos lleva siempre a más: a nuevos desafíos, a nuevas páginas y a enormes progresos. La novela solo cuenta con 216 páginas (y podrían ser menos) y sus caracteres son grandes, sin embargo, y de allí la maestría de Mateo Díez, hay que leer y releer cada frase y cada párrafo de manera detenida, buscando saborear la prosa en su máxima expresión creativa, intentando absorber todo lo que se nos dice (y no digo “cuenta”): como quien no desea por nada de este mundo perderse todo lo sustancial e importante que está allí presente.

Nima languidece, pierde su fortaleza interior, y sus padres, testigos callados de todo aquello, asumen el enorme peso de la tragedia y articulan los hilos para que todo siga siendo, para que la vida continúe en su fluir, para que lo contado por ellos, en esa suerte de intercambio a modo de epístolas o de meros comentarios (que muchas veces se detienen en detalles, en el brillo de los ojos de la hija, o en el silencio de la habitación y de sus propias vidas), justifique los hechos y los haga sentir vivos y esperanzados.

Y la vida sigue, qué duda cabe, y en esta pequeña y gran historia de Luis Mateo Díez, no se detiene. Y, como nada es imposible en la existencia y en la literatura (que es un producto de su propia esencia), regresa a Nima la voluntad de seguir, que es clave para su curación. ¿Lo alcanzara? No se nos cuenta.

rigilo99@gmail.com 

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