El techo cubierto con plantas y paneles solares, parte de un proyecto de un aula sostenible de una universidad de Caracas, choca con la realidad: una barriada azotada por la crisis, una ruinosa infraestructura y montañas de basura.
Por: El Espectador de Caracas con información de 24 Matins | AFP
El cambio climático simplemente no tiene espacio en su agenda… y prácticamente en la de nadie en Venezuela, un país donde no se recicla, no se cumplen las regulaciones ambientales y el costo por el servicio eléctrico es muy bajo, aunque deficiente.
Pero la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), una de las más importantes del país, decidió hacer un ensayo de sostenibilidad con un techo verde de 440 m2, con siete jardineras, flanqueadas por 30 paneles solares y un pequeño generador eólico, que producen los 7.400 vatios para iluminar esa área y encender dos salones del edificio.
La UCAB realiza desde 2019 aulas abiertas sobre energía sostenible y ofrece visitas guiadas a comunidades aledañas.
“Todos queremos sembrar, todos queremos reforestar, pero para hacerlo bien y hacerlo sostenible debemos seguir una serie de pasos que aprendemos con una muestra como esta”, dice a la AFP Samantha Barrios, especialista en sustentabilidad ambiental y una de las guías del proyecto.
Barrios se pasea por el techo junto a un grupo de estudiantes. “Pueden acercarse para ver la primera”, les dice, antes de señalar la “grama [pasto] esmeralda” de una de las jardineras.
“No solamente queremos producir energía de fuentes sostenibles, sino que además eso sirva para sensibilizar, para educar”, explica por su parte el director de Sustentabilidad Ambiental de la UCAB, Joaquín Benítez.
“Beneficios ambientales”
La idea de un aula abierta autoautosostenible, explica Benítez, surgió de una tesis de grado que se materializó unos seis años después, con un músculo de 70.000 dólares, 30.000 destinados a los paneles y el generador eólico.
Ese equipamiento, proveniente de España y China, fue donado por “empresarios nacionales que colaboran con la universidad desde el anonimato”, asegura el profesor de 62 años.
La idea es generar “beneficios ambientales”, dice Benítez, parte del “triple cometido” que incluye sensibilizar y servir a la investigación.
Tras medir la temperatura en el techo y en un aula justo debajo -experimento que forma parte de las visitas guiadas- se obtuvo una “diferencia de 3 grados centígrados: 24 en el techo, 21 allá abajo”, celebra el profesor. La temperatura, indica, escalaba a 30 grados antes del techo verde.
Kiowa Suárez, estudiante de ingeniería civil de 24 años, es una de las 300 personas que han visitado este lugar de plantas verdes, moradas y amarillas, que contrasta con la barriada Antímano, ubicada frente a la universidad, con precarias viviendas de ladrillo expuesto.
La iniciativa le emociona, aunque reconoce su “difícil” aplicación en la otrora potencia petrolera, donde la pobreza ha ganado terreno.
“Tenemos tantos problemas en el país que capaz es lo último que estamos viendo: el tema del cambio climático”, lamenta.
No obstante, piensa que es cuestión de tiempo.
“Tarde o temprano vamos a tener que hacerlo y cambiar nuestra manera de pensar porque es algo que nos afecta”, afirma, cargando una bolsa de bandejas para reciclar.