La noticia, si suponemos por un instante que existe, es siempre vieja. Banal es, pues, la agreste palabra que nos surge en relación con la información. Lo comprobamos cada vez que asoman, por ejemplo, los vientos de guerra y la hipocresía universal.
La única noticia es que el nuevo límite del hombre es la velocidad con que la noticia se produce y es transmitida. La noticia es el hecho mismo que nos acontece, la unificación en una onda electromagnética soberana. Como bien lo dice Virilio, si a usted lo que le preocupa es que los días pasan, pues deje de preocuparse, que pronto dejarán de pasar.
El tiempo es ahora aquél de la exposición, el de la duración de los acontecimientos, el tiempo instantáneo. Esto implica que «ya no estamos” sino con lo que también Virilio llama «una telepresencia discreta».
Al ser así, el presente debe ser reinterpretado, pues pasa a ser una disolución de acceso. En otras palabras, el tiempo cronológico deja de existir para dejar paso a uno cronoscópico. Lo que vemos es una fijación del presente. Esto equivale a una contracción y a un cambio dramático de la percepción. Sustituimos la luz del sol por la velocidad misma de la luz que nos cambia el «aquí» por el «ahora». El estrecho espacio de lo humano pasa a segundo plano desde el momento en que el tiempo se emancipa.
Si el horizonte convergente al que estamos habituados es sustituido por el que la pantalla nos da, no podremos imaginar. Este hombre inmóvil que se asoma, será hipersedentario en su deformación. La mediatización se convierte en la norma frente a nuestros ojos, ojos que, por lo demás, también desaparecerán absorbidos por uno proveedor de las nuevas apariencias, valgan la guerra y la hipocresía universal.
El viejo sistema de medir el tiempo es hundido en el tiempo mismo, con la consecuente pérdida de la historia y de las diferencias, extermina las viejas referencias humanas y nos convierte, paradójicamente, en astronautas, o, al menos, nos hace posesionarnos de la misma sensación de aquél que orbita la Tierra o llega a la Luna. El astronauta no tiene espacio, distancia ni medida. El astronauta está perdido en la oscuridad, lo que nos hace recordar la vieja afirmación de algún poeta: «La oscuridad es el tiempo».
@tlopezmelendez
Síguenos en Telegram, Instagram y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones.