Comenzó pisando fuerte el nuevo presidente de Taiwán, Lai Ching-te o William Lai –al gusto del consumidor–, cuando en su discurso de investidura puso en tela de juicio el principio de “Una sola China”. Con ello le metió deliberadamente el dedo en el ojo al gran jerarca Xi Jinping, y se inclinó, no más inició su mandato, a la instauración de un ambiente de desavenencia entre los dos países. China considera a Taiwán una de sus provincias que aún no ha conseguido reunificar con su territorio, desde el fin de su guerra civil hace 75 años.
La reacción de Pekín no tardó y su portavoz dijo que “cada vez el movimiento que sostiene la independencia de Taiwán nos provoque, iremos un poco más lejos con medidas en contra, hasta que se complete la reunificación de la madre patria”, y pusieron manos a la obra. De acuerdo con los expertos militares del gran país asiático, nunca los navíos chinos se habían acercado tanto a suelo taiwanés en un ejercicio con intención clara: simular el bloqueo de Taiwán para demostrar cómo este tendría lugar, en caso de que las cosas pasaran a mayores.
Estos ejercicios militares chinos vienen subiendo de tono desde hace un par de años. En esta ocasión el mensaje de Xi fue claro no solo para los taiwaneses sino para todos aquellos que se inclinen a apoyarlos en la escena global y particularmente para Estados Unidos. Si bien Washington no mantiene relaciones diplomáticas con Taipei desde finales de los años setenta, los americanos siguen siendo los principales proveedores de armas para las fuerzas militares de la isla y se considera que son ellos quienes sostienen, no tan tácitamente como parecería, la corriente del independentismo taiwanés.
¿Qué puede esperarse de este nuevo ejercicio agresivo?. Si bien China reivindica constantemente su soberanía y está dispuesta a ejercerla aun por la fuerza si ello fuera necesario, no es claro, sin embargo, que sus líderes puedan ir más lejos que lo que han hecho hasta el presente. El aislamiento de Taiwán del esquema internacional de Naciones Unidas que los chinos han alcanzado y que consideran un gran paso de avance, no ha impedido la fortaleza y la primacía que el país tiene hoy en el terreno tecnológico donde la isla es un jugador de calibre.
Es cierto que la superioridad militar china en comparación a la de Taiwán es innegable, pero una invasión anfibia a la isla es un proyecto que los entendidos en lo militar estiman arriesgada por las condiciones geográficas del sitio donde tendría lugar. Las décadas que han transcurrido dentro del enfrentamiento y la amenaza han llevado a Taipei a equilibrar su inferioridad numérica y dotarse de la cooperación armada norteamericana. Esto no es en absoluto deleznable y juega a favor del desmontaje de una guerra que los chinos quieren hacer parecer como asimétrica a su favor.
Por el lado de Xi, a China le conviene mantener el status quo actual y continuar desplegando ante el mundo su constante amenaza de invasión.
Quien se está equivocando en su estrategia política es el nuevo gobierno taiwanés. La asertividad de Lai, que revive la confrontación en un momento delicado de la paz planetaria y complejo para la política norteamericana, es un traspié. La confrontación no le va a reportar mayor apego político interno, mientras es claro que la tensión no abona en favor de una coexistencia próspera de ambos lados. Esto, por paradójico que suene, es lo que hay que cuidar en esta difícil hora.
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