Entre los totalitarismos de “derecha” e “izquierda” del siglo XX, hay demasiados claro oscuros que dificultan diferenciarlos y la teoría académica, en ocasiones inventa diferencias radicales entre ellos. Eso no corresponde a la realidad sino a la orientación política o ideológica de los autores para concluir que hay totalitarismos malos (Hitler) y totalitarismos buenos (Stalin). Algunos incluso niegan que la categoría misma de totalitarismo sea válida, para no afectar sistemas políticos de su agrado. Aunque no podemos aquí adentrarnos en esta controversia, las investigaciones conducen a la siguiente hipótesis: entre nazismo y comunismo es difícil hallar diferencias institucionales o éticas y más bien tienen demasiados puntos en común, que se ignoran deliberadamente. Gracias a la obra del insospechable historiador marxista Isaac Deutscher sobre la revolución soviética, y del no menos monumental británico Alan Bullock sobre el nacionalsocialismo, puede concluirse que son hermanos gemelos. La diferencia consiste en que uno murió trágicamente en la segunda guerra por el suicidio invasor de Hitler y el otro 40 años después, de muerte natural.
Pero si Trotsky y su ultrosa revolución permanente se impusieran a Stalin y al socialismo en un solo país, probablemente la URSS hubiera corrido suerte parecida. Solo sé de horrores en ambos totalitarismos sin virtud y no veo diferencias entre los que murieron en genocidios o torturas a nombre de la raza superior y los que lo hicieron a manos de conserjes de la clase obrera. El laborioso estudio de Ernst Nolte sobre el fascismo italiano, enseña que Mussolini fue apenas un primo de la familia integrada por Hitler, Stalin, (Mao, Pol Pot, Fidel). Hace ya algún tiempo me convenció de eso un trabajo de Francesco Filippi quien paradójicamente hace un gran esfuerzo para incluir a Mussolini en las grandes ligas del crimen político sin lograrlo, -no sé si llega a Triple AAA- titulado irónicamente Mussolini hizo también cosas buenas. No logro ubicar “dictadores buenos”, pero Il Duce termina pareciéndose más bien a Vargas, Perón o Velasco Alvarado y no corre en las 500 millas de Indianápolis con los mencionados. En la segunda década del siglo XX es el ascenso del ogro antidemocrático bifronte de izquierda y de derecha, el bolchevismo internacional, el fascismo-nacionalsocialismo, con varias paradojas.
Una es que se identifican a Hitler y Mussolini bajo el termino fascismo, aunque son diferentes y otra es que el “escuadrismo”, la política en manos de aporreadores de calle, la practicaban entonces por igual la izquierda y la derecha revolucionarias y era “lo normal”. Durante el ascenso nazi había unos cinco millones de militantes armados y uniformados sueltos en las calles, los freikorps: el Frente Rojo de Combate, la Liga de Lucha, la Orden de los Jóvenes Alemanes, Bandera Imperial, Frente de Hierro, Cascos de Acero, las SA. Casi todos los partidos tenían sus propios paramilitares para sobrevivir en aquel mundo feroz. Por mucho tiempo me valí de la explicación de Gramsci, complejísiimos vericuetos de historicismo y lucha de clases, “nueva etapa del capitalismo”, conflictos entre la fracción industrial y los terratenientes. Hoy lo veo menos complicado, como la confrontación entre dos extremismos y el triunfo de uno. Aunque el término “estado totalitario” es creación de Mussolini, él nunca pudo acercarse a las exquisiteces de sus pares.
Definir el fascismo se complica porque no hay ninguna política económica específicamente suya y el dirigismo, el centralismo y la estatización que practicaron sus líderes era bastante parecida por no decir idéntica a la de sus oponentes “de época”. Eso hace que el propio Keynes, quien formaliza la teoría del intervencionismo, elogie a Mussolini y lo califique de keynesiano. Mussolini a su vez dice que “el fascismo concuerda enteramente con Mr. Maynard Keynes, a pesar de su supuesta posición liberal. De hecho, su excelente y breve libro, El fin del laissez-faire (1926) puede servir como un útil resumen de la economía fascista y no hay nada que objetarle y mucho que aplaudir. Son premisas fascistas químicamente puras”. Roosevelt ejerce un autoritarismo estatista blando que monopoliza las decisiones sobre economía y deseca al Congreso, al extremo que recibió un particular elogio. El periódico nazi Observador Popular, destaca que Roosevelt adopta el pensamiento nacionalsocialista en sus políticas económicas y sociales y celebra “el estilo de liderazgo del presidente Roosevelt, compatible con los principios del führer”.
San Mahatma Gandhi aconseja a los judíos “invitar a Hitler y Mussolini a que tomen todo lo que quieran de sus países. Si ellos quieren ocupar sus casas, váyanse de ellas”. Tampoco el ejercicio despótico del poder es patrimonio del fascismo, sino de otras formas de dictadura tan o más crueles. Tal vez lo que se parece más a un elemento definitorio del fascismo es esencialmente el escuadrismo, la violencia callejera, paramilitar, parapolicial o civil contra los demás partidos, corrientes u opiniones, más allá de que lo ejerza la izquierda o la derecha. Es lo que sugirió Umberto Eco en un conocido ensayo. La idea de impedir con cachiporras y aceite de ricino la difusión de las ideas de los oponentes. Hoy lo tenemos desde 2011 en España durante los prolegómenos de Podemos, y Pablo Iglesias lo presenta como una “forma nueva de democracia” de su creación. La nueva modalidad es acusar a mansalva de “fascistas” y de “extrema derecha” fuerzas que están muy lejos de serlo, Partido Popular y Vox, que nunca han encabezado tumultos contra personalidades públicas y que las han soportado con paciencia asiática.
Los denominados escraches, impiden presentaciones de libros, espectáculos, conferencias, “cancelan” personas, usan ferocidad verbal, y degradan personalmente a sus víctimas. Pablo Iglesias: “los escraches son mecanismos democráticos para que los responsables de la crisis sientan… sus consecuencias” y “los escraches han democratizado el debate político al interpelar a las élites. Son el jarabe democrático de los de abajo”. Juan Carlos Monedero, “adelante: el escrache es democrático”. Yolanda Díaz: “los escraches son la única arma que tienen los que sufren la crisis para defenderse”. Irene Montero “escrache no es acoso. Es interpelar a los diputados para que hablen con nosotros”. Ahora las cosas se dieron vuelta, que no tienen los besos del electorado, la semilla se multiplicó y comenzaron a recibir sus bumerangs. En 2017 grupos ultra de España 2000 se plantaron frente a la casa de la vicepresidenta de las cortes valencianas, Mónica Oltras, cantando el himno nacional y ella declaró que “se organizaba el fascismo”.
En 2018 una turba usa contra a Pablo Iglesias el jarabe democrático y lo obliga a huir de la presentación de un libro en Barcelona; junto con Irene Montero sufrieron repetidos repudios frente a su casa en Galapagar. Pablo Echenique con la delicadeza intelectual y de espíritu que lo caracteriza, dijo que la sangre que sacó una pedrada de la ceja de una diputada de Vox “era Kétchup”. Hace un par de meses echaron a Montero de una asamblea de trabajadores en Murcia, acusándola de “parásito y vende obreros” … “¡sois un peligro para la mujer y para la infancia!”. Los integrantes de un grupo izquierdista llamado Frente Obrero, un par de años atrás escracharon a Pablo Iglesias y a Monedero, impidiéndoles intervenir en un foro en la Universidad Complutense. Hace unos días organizaron una especie funeral simbólico a las puertas de las cortes, coronas y ramos de flores “con motivo de la muerte de Podemos”, según declaró el joven ultroso Fermín Turías. Las velas alumbraban fotografías de Iglesias, Montero, Monedero, Belarra, Rodríguez Pam, Echenique, toda la plana mayor. Una de las tareas del nuevo gobierno debe ser desterrar el “fascismo” de la política y regresarla a la convivencia competitiva.
@CarlosRaulHer
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