En días recientes sorprendió a todos los venezolanos una declaración del expresidente estadounidense, Donald Trump. En medio del calor que está tomando el debate electoral de ese país, donde las candidaturas para las elecciones presidenciales de 2024 se están asomando una tras otra, se vale agarrarse de lo que sea para descalificar al contrincante. Y el ex mandatario se agarró de Venezuela.
Por si fuera poco, Trump ha entrado en una serie de problemas legales que han hecho que muchos en su propio partido le cuestionen la candidatura, al considerarlo como una personalidad problemática. Así que el también magnate, astuto como es en cuanto a manejar la opinión pública, echa mano de declaraciones escandalosas para conseguir que los focos de la prensa se vuelvan hacia él.
Dijo que, cuando dejó la presidencia, Venezuela estaba a punto de colapsar y que se hubiera apoderado de ella y de todo su petróleo. Fue en un evento en el estado de Carolina del Norte, ante cientos de seguidores. Por si fuera poco, agregó que la calidad del petróleo venezolano era muy baja.
Más allá de que se entienda la circunstancia caldeada en medio de la cual emitió las declaraciones, son sencillamente palabras irrespetuosas y desconsideradas hacia nuestro país, que deben concitar la condena unánime de todos los venezolanos.
Nuestra nación no puede ser un comodín de última hora que se utilice para conseguir titulares escandalosos que rellenen una campaña electoral. Y esas palabras faltaron a la más elemental norma diplomática de la convivencia entre países.
Nunca olvidemos que tuvimos una positiva relación de décadas con Estados Unidos, que fue nuestro principal cliente. Y que debemos apostar a reconstruirla sobre el mutuo respeto. Lamentablemente, estas palabras no ayudaron para nada.
Lo único positivo de esta amarga anécdota es que ha abierto un debate sobre nuestra relación con el petróleo. Y queremos aportar que es nuestro deber buscar el más elevado destino, tanto para nuestra nación como para su principal recurso, a través del cual podemos aspirar a la recuperación y a la prosperidad.
La historia petrolera venezolana ha sido sumamente accidentada, comenzando en circunstancias en las cuales ni siquiera estábamos conscientes de su valor. Baste decir que los mandatarios de principios de siglo tenían la facultad de entregar a dedo las concesiones de campos petroleros, por lo que lo hacían a sus allegados, quienes las negociaban a su vez con petroleras extranjeras.
Desde allí hasta la nacionalización fue mucho lo que se recorrió, incluyendo el paso gigante de empujar la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, la famosa OPEP, de la cual fuimos padres y protagonistas, para defendernos de los vaivenes del mercado y para otorgar dignidad a nuestra industria.
Ha sido complicado y extenso el sendero que nos ha llevado a poder encauzar la ganancia petrolera justa hacia acciones que eleven el bienestar de la ciudadanía.
Ganarnos el respeto de los clientes y de la comunidad internacional, ha sido una lucha que nos consumió todo el siglo XX, presionando para que se nos pagara lo que era debido e incluso, finalmente para tomar total control de nuestra industria.
En lo que va del siglo XXI, no las hemos tenido todas con nosotros. La producción ha retrocedido a niveles de mediados del siglo pasado y la recuperación luce larga y enrevesada.
Pero esta circunstancia no quiere decir que nos debamos rendir, que debamos renunciar a la recuperación plena de la que puede llegar a ser nuevamente una de las principales industrias petroleras del mundo.
Las reservas comprobadas más grandes del planeta aún están allí y el mercado tiene cada vez más sed de hidrocarburos. Nos pertenecen 303 mil millones de barriles, calculados en enero de 2020. Y tenemos, además, las mayores reservas de crudo liviano en todo el hemisferio occidental.
Ciertamente, el asunto de la contaminación y el cambio climático está invitando a los gobiernos a moverse a energías menos contaminantes, pero este es un camino largo y costoso, que apenas se comienza a transitar y que tomará tiempo. Un tiempo en el cual Venezuela tiene los caminos abiertos por delante.
No debemos conformarnos con poco ni con menos. Tenemos que creernos el valor de nuestro principal recurso natural, tanto como el de nuestra gente que lo puede poner a valer con su extracción, procesamiento y exportación.
Queda pendiente la tarea de sembrarlo, la siempre manoseada pero nunca concretada frase de Uslar Pietri. Debemos diversificarnos; pero a la vez tener en cuenta que esta es la piedra fundacional de nuestro futuro, porque es el recurso con el que contamos y porque ya lo hemos hecho antes. Podemos volver a hacerlo.
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