La función principal de nuestro sistema inmunitario es proteger al cuerpo contra las infecciones causadas por virus, bacterias, hongos o parásitos. Cuando las defensas están bajas, el organismo se vuelve menos capaz de combatir las agresiones y esa situación es peligrosa.
La debilidad de las defensas puede ser momentánea, porque atravesamos episodios de estrés, por ejemplo; pero también puede ser crónica, como sucede en el sida. Si bien ambos casos afectan el bienestar, es claro que el segundo representa mayor riesgo, pues las infecciones contraídas podrían ser muy severas.
También sucede que las defensas bajas se asocian con una recuperación más lenta de los problemas de salud. Ello repercute en lo cotidiano, causando fatiga, reduciendo la productividad y disminuyendo la calidad de vida.
¿Qué pasa en tu cuerpo cuando tienes defensas bajas?
Decimos que alguien tiene las defensas bajas cuando su sistema inmunitario, compuesto por células, tejidos y órganos, no logra combatir adecuadamente los virus, las bacterias y otros agentes externos que causan enfermedades. Se trata de una situación que tiene consecuencias negativas para la salud.
Las personas con defensas disminuidas suelen experimentar infecciones frecuentes, como resfriados, gripes e infecciones urinarias. Los episodios se repiten y pueden ser difíciles de resolver con los tratamientos habituales.
El sistema inmunitario participa en la reparación de los tejidos y en el mantenimiento de los órganos. Por lo tanto, un problema en sus funciones se traducirá en fatiga constante, con cansancio extremo, incluso después de haber descansado adecuadamente. Del mismo modo, las heridas o lesiones tardarán más tiempo en cicatrizar.
Síntomas que indican un problema
Algunas señales pueden indicarte que hay problemas con tu sistema inmunitario y que tu cuerpo está sufriendo cambios por las defensas bajas. Entre ellas, las más importantes son las siguientes:
- Diarrea crónica.
- Fiebre frecuente.
- Caída del cabello.
- Cansancio permanente y excesivo.
- Reacciones alérgicas que antes no tenías.
- Manchas en la piel y heridas que no cicatrizan.
- Sangrado de encías al comer alimentos duros o cepillarse.
- Infecciones a repetición, como amigdalitis, brotes de herpes labial, resfriados y gripes.
- Dolor crónico referido a los órganos o a los músculos, difícil de localizar en un punto concreto.
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