Linda D’Ambrosio: Sherezade, o hasta dónde llegar

La astucia de Sherezade, mítica esposa del sultán Shahriyar, le ha valido pasar a la historia como referente del triunfo de la inteligencia sobre el poder. Como prueba de esta afirmación, baste recordar la obra de Rimsky-Korsakov que lleva su nombre, llevado a escena la primera vez por los Ballets Rusos de Diaghilev en 1910.

La coreografía, sin embargo, narra apenas los prolegómenos de la historia de Sherezade: la infidelidad de Zobeida, la favorita del sultán. Esta traición ocasionaría una venganza sin precedentes: la ejecución de cada una de las esposas con que Shahriyar iba contrayendo matrimonio.

Sherezade se convierte en una de las esposas condenadas a morir tras el himeneo. Con una confianza en sí misma y un optimismo a todas luces maníacos, incita al califa a casarse con ella, desarrollando una estratagema que habría de salvar no solo su propia vida, sino también la de las doncellas del reino: interrumpir al amanecer la narración con la que había mantenido entretenido al califa durante la noche. Lograba así que éste aplazara la ejecución para poder escuchar el desenlace de la historia, que proseguiría al caer la tarde.

La narradora, del mismo modo, puede servir también de referencia para plantearnos otro asunto: ¿hasta dónde llegar?

Contra todo pronóstico, Sherezade alcanzó su objetivo en mil y una noches, el plazo que daría nombre al célebre texto oriental. Aproximadamente, dos años y nueve meses. Pero entremos en el incierto terreno de lo hipotético: ¿qué hubiera ocurrido si el califa no hubiera sucumbido a sus encantos?

Sherezade se hubiera visto condenada para siempre a contar historias que fueran necesariamente interesantes. ¿Cómo sortearía los escollos de malestares, afonías y contratiempos? Tendría que sobreponerse y seguir contando, porque su vida dependía literalmente de ello. Y si la situación se hubiera prolongado: ¿habría valido la pena seguir viviendo así?

Sherezade no podía prever el resultado: confiaba apenas en su intuición y en sí misma, en su determinación de seguir adelante. Ello la convierte en un monumento a la perseverancia. Lo cierto es que algunas veces ha debido de flaquear, han debido de faltarle las fuerzas, pero no tenía alternativa.

En ocasiones también a nosotros nos toca plantearnos hasta dónde seguir, en qué punto detenernos. Es sin duda una de las decisiones más difíciles de tomar y una de las experiencias más dolorosas por las que se puede pasar: desistir, aceptar lo infructuoso de nuestro esfuerzo, constatar el desperdicio de nuestra inversión, reconocer los límites de nuestro poder, y perder, además, lo que ha constituido el centro de nuestra existencia, lo que nos ha ofrecido una razón para seguir viviendo, experimentando un lacerante vacío. “La renuncia es el viaje de regreso del sueño”, diría Andrés Eloy Blanco. Se trata de afrontar el fracaso.

A veces, no es que la meta haya dejado de tener importancia para nosotros: es que el proceso de aproximación puede llegar a ser tan lesivo que hay que detenerse y valorar cuánto más estamos dispuestos a entregar, calibrando la relación costo/beneficio. Lo razonable es detenerse, aunque haya que transitar por un doloroso duelo, antes de llegar a un punto en que no solo hayamos perdido lo que teníamos, sino que también estemos hipotecando lo que podríamos tener en el futuro.

Yo abogo por la perseverancia, por la persistencia, por la paciencia. Sin sueños ¿qué valor tendría la vida? Pero también hay que medir si ciertas causas se merecen ciertos esfuerzos.

Parar, tomar aliento, evaluar y aprender. Un balance de pérdidas y ganancias que siempre da como resultado la experiencia.

linda.dambrosiom@gmail.com

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