La mal implementada salida de Afganistán por parte de los EEUU ha reanudado el debate sobre la declinación de los EEUU, como potencia hegemónica. Ese debate no es nuevo. Ya en 1987 Paul Kennedy en su exitoso libro “The Rise and Fall Of The Great Powers”, advertía que la relativa declinación económica de los EEUU no se compaginaba con la “sobreextensión” de sus compromisos militares a nivel global. Samuel Huntington en su artículo de 1988 en Foreign Affairs :” The US. Decline or Renewal ?” se encargó de cuestionar el tema de la “declinación”, recordando que ya había habido cuatro “olas” sobre la supuesta decadencia de los EEUU. La primera fue en 1957-58 cuando la Unión Soviética lanzó el Sputnik, el primer satélite artificial que orbitó la tierra y parecía que estaba superando a los EEUU en la tecnología de los mísiles balísticos (missile gap). La segunda surgió al final de los’60 e inicios de los ‘70 con la guerra de Vietnam y la violencia racial. La tercera en 1973 con el “shock” del precio del petróleo y el embargo petrolero árabe a los EEUU. La cuarta con los efectos del escándalo del Watergate, la “estagflación” de los ’70, la crisis de los rehenes de la embajada de EEUU en Teherán y la expansión del poder soviético en Angola, Mozambique, Etiopía, Yemen y Afganistán. La quinta, en el final de los ’80, se debía básicamente al surgimiento de Japón como potencial nuevo “hegemón” económico. En cambio, con la victoria en la Guerra Fría y el auge económico de los ’90, apareció lo que el mismo Huntington, en otro artículo clarividente en Foreign Affairs (1999): “The Lonely Superpower”, definía como el “breve momento” unipolar. Los EEUU eran la única potencia con preeminencia en todas las dimensiones del poder: militar, económico, tecnológico etc. Pero Huntington advertía acertadamente que, en unas o dos décadas, el sistema se convertiría en multipolar. Ahora con el auge de China, el sistema se encamina hacia un nuevo bipolarismo. Muchos observadores señalan que en esta ocasión la principal debilidad de los EEUU es la acentuada polarización interna que afecta seriamente la gobernabilidad del sistema democrático. También este tema no es totalmente novedoso. La guerra de Vietnam y la violencia racial de los ‘60 y ’70, (recordemos, “inter alia”, los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King) dividieron a la sociedad norteamericana y debilitaron por un tiempo su imagen, prestigio y gobernabilidad. Frente al desafío geopolítico chino y ruso los influyentes profesores Stephen Walt de la Harvard Kennedy School y John Mearsheimer de la Universidad de Chicago afirman que los EEUU, amparados en la “profundidad geográfica” de los dos océanos, deben dejar de desperdiciar tesoro, sangre y energía para ser el “policía mundial” y convertirse en el “off shore balancer”, el balancín externo que apoya a las coaliciones regionales que impidan el surgimiento de un hegemón regional, en las regiones estratégicamente fundamentales, como Europa, Asia nororiental y Medio Oriente. Las nuevas alianzas en el Indo-Pacífico QUAD ( Japón-India-Australia-EEUU) y AUKUS (Australia-Gran Bretaña-EEUU) demuestran que la administración Biden va por ese camino. Pero para ejercer este rol es absolutamente necesario, según Walt y Mearsheimer, mantener la hegemonía en el hemisferio occidental e impedir que potencias extraregionales logren penetrar geopolíticamente en América.
En el capturado computador del guerrillero colombiano “Gentil Duarte”, se evidencia el apoyo logístico, financiero y militar del régimen de Maduro a las FARC disidentes y al ELN, con el claro objetivo de desestabilizar a Colombia, el tradicional y más firme aliado de los EEUU en el hemisferio. Putin ha logrado mantener en el poder a sus viejos aliados Assad y Lukashenko. Pero tanto Siria como Bielorrusia están claramente en la tradicional esfera de influencia rusa. En cambio, no creo que sea geopolíticamente aceptable, a mediano plazo, para los EEUU, particularmente después de la debacle de Afganistán, que Putin logre el mantenimiento, en el hemisferio occidental, de un Estado forajido y desestabilizador, como el régimen madurista, con nexos evidentes con el narcotráfico y el terrorismo internacional.