Linda D’Ambrosio: Roscón de Reyes

La Noche de Reyes en España tiene una carga mágica especial. Me encanta que el intercambio de regalos tenga lugar en esa fecha.

El Universal / linda.dambrosiom@gmail.com

Que el Niño Jesús sea quien traiga consigo los presentes al venir al mundo, renovadamente, cada 25 de diciembre, tiene una carga simbólica interesante: subrayar, enseñándoselo de paso a los niños, que todas nuestras bendiciones provienen de la mano de Dios.

Mis hijos penetraron en estos misterios a través del Ratón Pérez. Gaby sentenció una mañana que era “acientífico” que un ratón acometiera la recolecta de dientes a saber con qué oscuros propósitos. Acepté que era verdad, que el ratón era un recurso para hacerle más llevadero a los pequeños el episodio, quizá traumático, de perder un diente. Enseguida mis hijos cruzaron miradas entre sí y conjeturaron que entonces lo del Niño Jesús tampoco era verdad. “¡No! – salté. Lo del Niño Jesús sí es verdad. Porque tú recibes regalos, porque tienes padres, y tus padres tienen trabajo, y tienen salud para trabajar. Y todas esas bendiciones proceden de la mano de Dios, O sea, del Niño Jesús”.

Dicho esto, y tras amenazarlos con la decapitación si hacían partícipes del secreto a otros niños y, particularmente, a su hermano menor, quedó zanjado el tema para siempre.

A pesar de este hermoso simbolismo, quizá el trajín que involucran los regalos distrae la atención de lo que es central en las fiestas decembrinas: la Natividad, en su sentido religioso para los creyentes, y en los valores que ella representa, para quienes no lo son.

Si la primera manifestación del milagroso advenimiento tiene lugar entre los más pobres -labriegos, pastores y animalitos-,la Epifanía (Reyes) remite a la universalidad de la salvación: Jesús nace para todos los hombres, representados en la multirracial diversidad de los Reyes.

Este año medio millón de venezolanos celebraron junto a los españoles el 6 de enero, y viene a mi memoria un episodio que viví hace ya tiempo con un desconocido.

Cierta Noche de Reyes me vi obligada a utilizar un cajero automático. Al entrar al pequeño cubículo en el que se alojaba el cajero, me percaté de que allí se había cobijado un «sintecho». No sé qué me dio más vergüenza: si ver a una persona ahí, guareciéndose de la intemperie en donde podía; si violar abiertamente la intimidad de su improvisada habitación; si sentirme una afortunada que iba a sacar dinero para poder pagar el autobús en la mañana e ir a trabajar, lo cual en ese momento percibí también como un privilegio…

Hice mi operación y, antes de marcharme, quizá en un burdo intento de lavado de conciencia, le entregué un billete y le dije «Toma. para el café de por la mañana». A lo que él me respondió: «Felices Reyes. Tome: llévese un roscón. A mí me regalaron dos……»

Comencé por decir que no conocía a esta persona, y no es verdad: «por sus frutos los conoceréis», está escrito. Su gesto hablaba de su entereza y de su alma bondadosa. Y además, por otra parte, recordé a una monjita brasilera que advertía: «Nadie hay tan pobre que no pueda dar, ni tan rico que no necesite pedir».

Aquella persona se irguió desde su dignidad para corresponder al gesto que yo estaba teniendo al tenderle el billete, y aquel episodio reforzó mi atención a lo que de humano pervive en tantas personas que nos circundan y de cuya presencia no nos percatamos. No siempre la pobreza es material.

Hay otros que son pobres porque no tienen instrucción, porque están tristes, porque están solos. Y no puedo dejar de recordar una máxima que utilizaba mi madre: “todo el mundo es superior a mí en algún sentido”. Y yo traduciría: que de todos hay algo que aprender.

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