Con ocasión de los 200 años de la Batalla de Carabobo, el Episcopado Venezolano invitó a todos los compatriotas “a dar el paso necesario e impostergable de refundar a Venezuela, con los criterios de la ciudadanía e iluminados por los principios del Evangelio” (Exhortación 22 junio 2021). Una invitación que ha renovado con insistencia ante la gravísima crisis nacional, cuyos rasgos salientes ha subrayado oportunamente.
En la proximidad de eventos electorales, que comienzan con las primarias, conviene ofrecer algunas reflexiones y sugerencias orientadas a una solución de la multiforme crisis nacional. Esta es global y tiene que ver, por consiguiente, no con un ámbito determinado, sino con los tres que integran el conjunto social: la economía, la política y la cultura (tomada ésta en su sentido estricto ético-cultural). Esta tríada reúne las dimensiones de la sociedad, la cuales, por tanto, no pueden considerarse de modo aislado, pues se interrelacionan, en mayor o menor medida, en problemática y solución. Pensemos, por ejemplo, en el caso bien patente de la educación.
La Doctrina Social y Ecológica de la Iglesia (DSEI), como conjunto de principios, criterios y orientaciones para la construcción de una nueva sociedad, nos puede ayudar en la tarea de la refundación nacional, no sólo para identificar problemas, sino también y, lo que más interesa, para la comprensión de los mismos y el señalamiento de vías de solución. Pues bien, en esta perspectiva podemos hablar con respecto al país, de una crisis y de una solución tridimensionales. Los documentos del Episcopado durante estos años ofrecen bastantes elementos iluminadores en la materia.
Con relación a la problemática económica del país no se requiere ningún esfuerzo para percibir el gravísimo deterioro en este ámbito, no como efecto de causas naturales o de conflictos armados, sino de rapiña, populismo, inhumanidad e incapacidad. El ocaso de Pdvsa y la superproducción de emigrantes y empobrecidos son claros índices al respecto. La DSEI respecto de lo económico subraya un principio, el de la destinación universal de los bienes creados y un criterio de solución, la orientación humanista y racional de la economía; advierte ante los extremos, tanto de un capitalismo liberal “sálvese quien pueda”, como de un colectivismo (de facto estatismo) a lo marxista, y pide organizar una economía participativa, solidaria y social de mercado.
En lo referente a lo político se trata de pasar de la dictadura militar socialista existente, con su talante dominador y opresivo, a una convivencia democrática genuina, con Estado de Derecho y actuación efectiva de la soberanía popular. Se ha de establecer un régimen, que no sólo excluya presos y torturas por causas políticas, violaciones de derechos humanos y hegemonía comunicacional, sino que profundice lo que la Constitución establece en materia de descentralización, participación ciudadana y derechos varios.
En lo que concierne a lo ético-cultural urge superar la imposición de un pensamiento único con ideología social comunista y un comunalismo estatizante, así como acabar con la explotación ecocida de los recursos naturales. Se ha de fortalecer la comunidad familiar como institución básica, apoyar la organización de la participación ciudadana y prestar una atención especial a la educación (docentes, instalaciones, instrumental e integralidad). La calidad moral y espiritual de vida exige ser considerada y tratada como elemento básico de un genuino desarrollo nacional. Y algo fundamental, que concierne a todos los ámbitos de la vida nacional: la exclusión de cualquier forma de totalitarismo.
En esto de la refundación es preciso tener presente lo que Sófocles puso en labios del sacerdote al dirigirse a Edipo Rey: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”. En la tragedia venezolana, que abarca todo lo que va de siglo, estas palabras tienen particular resonancia. La persona humana, social por naturaleza, es y debe ser, como lo afirmó el Concilio Vaticano II: “el principio, el sujeto y fin de todas las instituciones sociales” (Gaudium et Spes 25).
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