4 de diciembre de 2024 10:11 PM

Raúl Fuentes: Ver y dejarse ver… a veces

Llegamos al último domingo del equinoccial mes de septiembre cuando los ojos y oídos del mundo entero están puestos en Nueva York, donde el martes 21, en sintonía con el Día de la Paz, se inició el septuagésimo sexto período de sesiones de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, bajo la presidencia de Abdulla Shahid, ministro de Relaciones Exteriores de la República de Maldivas. La omnipresencia del covid-19 y sus greco alfabetizadas y temibles variantes delta y mu, cuyas velocidades y tasas de contagio prefiguran deprimentes escenarios en países como el nuestro, donde la vacunación avanza a paso de sepelio pueblerino, concitaron la comparecencia virtual de Joe Biden y Xi Jinping, en la tradicional e impepinable cita de presidentes, premiers y reyezuelos de países mandantes y mandados en este planeta de asimétrica geografía política. ¡Y económica, of course!

Hemos aludido de entrada al máximo evento anual de la ONU porque este y otros de menor cuantía son los escenarios favoritos de jefazos, caudillos y caciques populistas y tercermundistas a objeto de ver, dejarse ver y hacerse escuchar sin temor de hacer el ridículo. Como lo hizo el ensombrerado y cantinflérico Pedro Castillo «concretando lo concreto concretamente» en el recién concluido encuentro de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), celebrado en México con la indeseada, repudiada y abucheada asistencia de Nicolás Maduro, quien a Nueva York no regresa ni de vaina, por miedo a  terminar tras las rejas de una prisión federal, uniformado de anaranjado, cual una aeromoza de la desaparecida Viasa… y en cana, el tiempo no pasa volando.

El cabecilla nominal del régimen, ya en los primeros escarceos de su írrita jefatura ejecutiva de la república bolichaveca le sacó el cuerpo o el rulé al megacónclave neoyorkino, alegando un fantasioso complot a fin de asesinarle, acusando de su autoría intelectual, y equiparándole con Posada Carriles, a Otto Reich, exembajador de Estados Unidos en Venezuela durante las administraciones de Ronald Reagan y George H. Bush, y enviado especial para las iniciativas en el hemisferio occidental en el Consejo de Seguridad Nacional durante la gestión de Bush junior —Los magnicidios imaginarios, podría ser el título de la crónica en clave de Nuestro insólito universo, o de Ripley’s Believe It or Not!,  de los atentados homicidas en su contra, fabulados por Chávez y Maduro, tomando a sus escuchas por pendejos—, sin embargo,  en 2014, 2015 y 2017 sí se presentó y dejó como recuerdos una incursión en el  Teatro Negro de Harlem, a fin de intercambiar pareceres con voceros de la comunidad afrodescendiente, asentada en el  emblemático  ghetto de la Gran Manzana —  cuando tuve noticia de la demagógica excursión vinieron a mi memoria las notas de The Entertainer, la popular pieza de Scott Joplin, utilizada en la película Ragtime (Milos Forman,1981)—, y entre otras excentricidades tercermundistas, una costosa cena anegada en Chateau Petrus (17.000 dólares la botella) y gratificada con propina equivalente a un par de los susodichos frascos.

En 2006, el paracaidista predestinado a convertirse en comandante eterno y, eventualmente, en pajarito preñado con panóptica mirada de big brother, la sacó de jonrón con una performance de festival circense y, en plan de inquisidor y exorcista, conjuró, vade retro Satanás, la supuesta mala vibra del recinto, imputada a la comparecencia de George Bush ―«¡Ayer el diablo estuvo aquí! ¡Este lugar huele a azufre!»— y no por su incontenible, silencioso y nauseabundo peo, achacable a la emoción de dirigirse al orbe desde la mera urbe asiento de la diplomacia transnacional. En 2021, Imposibilitado de hacer acto de presencia, pues pende sobre él no la espada de Damocles sino la de la Justicia norteamericana, el conductor del autobús bolivariano se dispone a intervenir en la plenaria con un mensaje forjado en herrerías habaneras o fraguado en los foros de Sao Paulo y Puebla; mensaje memorizado, ensayado, leído en telepronter y pregrabado, interpretando el rol de un estadista y ocultando su condición de palurdo caporal de finca.

En 2013, los ojos de Chávez se cerraron, el mundo siguió andando y Nicolás errando, en la segunda acepción del verbo, acabó, mediante un manejo mágico religioso de la hacienda y las finanzas públicas, encomendándolas a los dioses del azar y no al de las necesidades:  cosmetólogos y estilistas especializados en maquillaje. No a economistas y planificadores capaces de agarrar por los cuernos al toro hiperinflacionario, instrumentado un programa de estabilización basado en la «combinación de políticas fiscales, monetaristas y cambiarias orientadas a bajar la inflación y mejorar la balanza de pagos». Pero, ¿cómo se hace? ¡Es demasiado camisón pa’ Petra!

Aun cuando «la locura es hacer siempre lo mismo esperando un resultado diferente», y el banco central lo sabe (con minúsculas, claro), se reincide en la chifladura y el próximo viernes, 1° de octubre, Día internacional del Café, de la Sonrisa, la Música, del Ballet, del Vegetarianismo y de la Hepatitis C, entrará en vigencia la nueva reconversión monetaria y el bolívar, con el petro atravesado, dejará de ser soberano para apellidarse convertible o digital para cotizarse a unos 20 o 25 centavos de dólar. Quienes saben de la materia presagian a esta nada novedosa experiencia un destino similar a sus antecesoras… y en menos tiempo; el economista y profesor universitario José Guerra, por ejemplo, sostuvo en un video difundido a través de las redes sociales: «Si esa actualización del cono monetario no va relacionada con un programa económico para acabar con la hiperinflación y hacer crecer la economía, esa reconversión monetaria se va a perder en meses, tal vez en un año». Tal cosa podría ocurrir «porque las causas de la hiperinflación siguen estando ahí y el cono monetario pierde otra vez sus atributos para facilitar y hacer factible la transacción». En síntesis, el camuflaje monetario tiene un solo propósito: «facilitar el intercambio, la adquisición de bienes y servicios». Y se sabe desde el primer cruce de peñonazos: guerra avisada no mata soldados… y si los mata es por bolsas.

Acometí la escritura de  los párrafos precedentes una semana antes del debut del Simón convertible o digital, y del ¡adiós!, hasta aquí llegué, del soberano —adjetivo sinónimo de magnífico, espléndido, insuperable y un montón de adjetivos  buenos para la hipérbole, figura retórica muy  del (mal) gusto chavomadureco, sobre todo al momento de biografiar a sus próceres (¿y proceras?), de Chávez a Aristóbulo, pasando por Willian Lara, la oxigenada Lina Ron, Tascón el de la infame lista, Eliécer Otayza, Darío Vivas y otros especímenes de análoga calaña —; y lo hice mientras esperaba noticias del conciliábulo azteca— todavía no llegan—, en apariencia agonizante ad maiorem Nicolás gloriam y para satisfacción  de una disidencia  radical e impoluta, sin velas en el funeral, crítica acerba de cualquier atisbo de diálogo con la usurpación, la cual será ilegítima, pero detenta y ejerce el poder. Por ahora, no se le ve el queso a la tostada de la negociación. Tal vez no se le vea nunca. Si el diálogo fracasa, será porque de tal guisa lo quiere el régimen, aunque el Bigotes y sus conmilitones abonen  el naufragio cantado desde el zarpe a la cuenta de la Plataforma Unitaria; no obstante, esta, es necesario reconocerlo, ha sido paciente y obstinada en su empeño de afianzar los cimientos de un acuerdo de salvación nacional; y tanto que, una vez colocada la piedra de tranca sobre la mesa (Saab),  se limitó a  objetarla y continuó, en sus trece, dando la pelea hasta cuando y donde el cuerpo aguante, porque voluntad no falta. Esta determinación ha sido reprochada de buena fe por algunos pesos pesados de la opinión, quienes reclaman a la delegación del interinato la no inclusión del referéndum revocatorio y de una ley de amnistía en el temario de la conversa.

Solicitar la revocación de Maduro supone legitimar su mandato y por eso acaso no era aconsejable ni pertinente incorporarlo a la agenda. Y en cuanto a la amnistía, cabe preguntarse quién aprobaría esa ley. ¿El aquiescente parlamento irregularmente electo en 2020 o el propio Nico habilitado por esa corte milagrera? Pero… ya está bueno de llover sobre mojado. Nos vamos a otra parte con nuestro rayado disco, no sin antes recordar que hoy es el Día Mundial de la Anticoncepción, festejo urdido seguramente en el departamento de mercadeo de una empresa fabricante de condones. Pero la pandemia y el distanciamiento social son tan eficaces como los preservativos. ¿O no?

El Nacional

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