Había planeado comenzar estas líneas a principios de semana y en clave lírica, citando al celebrado poeta anglo norteamericano T. S. Eliot —Abril es el mes más cruel: engendra/lilas de la tierra muerta, mezcla/recuerdos y anhelos, despierta/ inertes raíces con lluvias primaverales—, en sintonía con el infausto acontecer, pero finalmente incurrí con otro derrotero en este desahogo el muy atravesado miércoles, día oblicuo según el ensayista y fabulador italiano Giorgio Manganelli (Centuria: cien breves novelas-río, 1979), y útil a fin de percatarnos de no haber cumplido las tareas de lunes y martes y posponerlas sin más para jueves y viernes. Es 14 de abril y, si no me traiciona la memoria, solía ser el Día de las Américas, y en la escuela lo festejábamos con «Un canto de amistad, de buena vecindad, unidos nos tendrán eternamente»; pero, temo, el panamericanismo ya no es como antes, y la integración continental es ahora bandera excluyente de los United States of America, of course, gracias en gran medida a la animadversión al Tío Sam —Mr. Danger llamaba el redentor barinés a la caricaturesca personificación del «imperio», (ab)usando indebidamente la sombría alegoría galleguiana—, enquistada un pernicioso populismo de inspiración castrista y castrense, exacerbada por la retórica chavista, los despropósitos del Foro de Sao Paulo y el desvarío de los epígonos regionales del comandante muerto; un desvarío condicionado por los reflejos paulovianos de la II Internacional, tal hubiese diagnosticado doctamente el perspicaz psiquiatra lusitano Rui de Carvalho. En realidad, pretendía, en carrera contra el tiempo, despachar ayer estas divagaciones, mas, ¡zape!, era 13. Y lo sé: no soy supersticioso y no creo en brujas; sin embargo, hay quienes juran haberlas visto jugando Quidditch encaramadas en sus escobas, sobrevolando la sede del consejo nacional electoral — esta y las otras instituciones desinstitucionalizadas, y perdonen el cantinfleo, serán siempre tratadas con minúsculas—, pero la fecha tiene fama de pavosa, porque un martes o un viernes 13, de octubre del año 1307, varios miembros de la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón fueros arrestados y, posteriormente, sometidos a un proceso inquisitorial en un tribunal del Santo Oficio y condenados por crímenes contra la cristiandad. Jacques de Molay, último Gran Maestre de la cofradía, no ardió en la hoguera sino 7 años después de ese juicio. Aun así, su imprecación al papa Clemente, al rey Felipe IV, el Hermoso, y al canciller del reino, Guillermo de Nogaret —Yo os emplazo a comparecer ante el tribunal de Dios antes de un año… ¡Malditos, malditos! ¡Malditos hasta la decimotercera generación de vuestro linaje!—, es asociada a la fatídica data. Con razón: los anatemizados dignatarios fallecieron en el plazo predicho. Cuidadito, pues, con la maldición templaria. Y mosca con el doce más uno, innombrable en barras, billares y partidas de dominó o bolas criollas, en previsión del inevitable y procaz «mientras más me lo dices más te creo».
Estas líneas serán publicadas la víspera del 19 de abril y, una vez más, la efeméride será confiscada por el estamento militar, ocultando deliberadamente la génesis civil del movimiento emancipador. Vuelvo entonces con más de lo mismo a llover sobre mojado, reiterando mis pareceres sobre la apropiación indebida de los sucesos acaecidos en Caracas aquel histórico Jueves Santo. ¡Vuelva al Cabildo, Emparan! Al respecto, dos artículos aparecidos recientemente en la sección de opinión de El Nacional: en el primero, Nuestros próceres civiles (05/04/21), Ricardo Combellas deplora el escaso conocimiento y estudio, cuando no olvido, de ilustres venezolanos alérgicos a sables, charreteras y quincallería pectoral, cuyos principios, valores e ideas contribuyeron a inculcarle a hombres cualesquiera las nociones de ciudadanía, libertad, independencia, democracia, república y derechos humanos, y aboga por una «labor de pedagogía política», orientada a rescatar su legado; en el segundo, El rescate de los líderes civiles (13/04/21), Ramón Escovar León critica el excesivo culto a Simón Bolívar, plantea la necesidad de destacar el papel de los líderes civiles de la independencia —Juan German Roscio, Francisco Javier Yanes, Francisco Javier Ustáriz, Miguel José Sanz, Fernando Peñalver, Francisco Espejo y Francisco Isnardi— «en un país históricamente dominado por el militarismo».
Los hombres de uniforme en general, y Chávez en particular, militarizaron la historia de Venezuela reduciéndola a una narrativa y una estética cursilonas, jalonadas de escaramuzas elevadas al rango de épicos combates liderados por caudillos deificados y engalanados gracias a la imaginación, pincel y cincel de pintores de batallas y escultores de guerreros de ambigua anatomía. Afortunadamente, Juan Lovera retrató a los protagonistas y espectadores de la tumultuaria insurgencia contra el administrador colonial —Jacobo Borges encontraba algo de Goya en los rostros de los mirones—. Con motivo del bicentenario de aquel iniciático e incruento golpe de Estado, la revista Analítica apuntó: «Pudiera parecer paradójico que el primer grito de independencia de la América Hispana, pronunciado por civiles en el Cabildo de Caracas el 19 de Abril de 1810, se conmemore con un desfile de milicianos enfusilados, guerrilleros comunicacionales, un pueblo esclavo disfrazado de rojo y unas zarrapastrosas y agonizantes Fuerzas Armadas; todos comandados por un teniente coronel de pacotilla al servicio de la dictadura castro-marxista cubana». Sí, resulta contradictoria la ceremonia marcial, pero no causa extrañeza: en la academia y escuelas de formación de oficiales de la FANB, los brigadieres e instructores acostumbraban utilizar el vocablo «civil» a manera de descalificación cuando, por un quítame esta paja, reprendían a algún cadete.
En 1810, jóvenes ilustrados con vocación libertaria supieron y pudieron sacar partido a la abdicación de Fernando VII y la ascensión al trono de España de José Bonaparte, hermano mayor de Napoleón quien, ¡vamos!, con ese remoquete de Pepe Botella poco han de haberle querido los españoles de la península y aún menos los de ultramar. Convertidos en transitorios defensores de los derechos del monarca depuesto, los muchachos de marras desconocieron la autoridad de capitán general Vicente Emparan —la mítica digitación de Madariaga, tal vez sobraba, pero era buen gesto a ser remedado en verbenas escolares― y dieron un paso categórico y ejemplar hacia la ruptura del cordón umbilical con Madrid. 211 años después, los venezolanos nos enfrentamos a la siniestra alianza del régimen y la pandemia, y al hastío derivado de la epiléptica cuarentena impuesta por ella. El instinto de supervivencia, duplicado en razón de la convergencia de la pelazón crónica y del coronavirus y sus variantes y mutaciones contienen o postergan las iniciativas unitarias de la oposición sensata y atemperan los extremismos contestatarios de la disidencia radical, especialmente cuando más se necesita de presencia, pues el escenario político nacional se percibe en su totalidad pintado de verde oliva con algunos brochazos rojos —en ambos casos, las corrientes adversas al régimen parecieran haber renunciado a panfletos, volantes y las octavillas e intentan teledirigir la agitación y propaganda, empollando epítetos y denuestos desde el nido del pajarito azul—. En semejante contexto no solo es posible la falsificación del pasado, a objeto de fundamentar en ilusorios antecedentes programáticos la vigencia del modo de dominación castrista, sino, además, darse el lujo de contar la historia a paso de vencedores, ¡un-dos-tres… izquierda-derecha-izquierda… firmes! Mas no solo el pasado fue adulterado, pasteurizado, homogeneizado y militarizado; el Estado entero se vistió de verde oliva, y ello explica por qué se privilegia la gestión castrense en organismos y labores donde mejor encajarían funcionarios de carrera y gerentes profesionales; empero, la alineación ideológica con Cuba y la subordinación económica y tecnológica a Rusia, China y Turquía, reclama una disciplinada cadena de mando y obediencia. En definitiva, el ilícito gobierno de Maduro se decantó, no podía ser de otra forma, por el ejercicio dictatorial del poder, con amplio y a primera vista entusiasta apoyo de la fuerza armada, en detrimento de las libertades públicas y, en consecuencia, se subestima, acosa y reprime a la población y se hace víctima a los menos favorecidos de la más infame de las prácticas clientelares y proselitistas: la extorsión alimentaria. ¿Y a esto llaman segunda independencia?
La alusión inicial a la crueldad de abril (La tierra baldía, 1922) acaso no estuvo demás. Hay aquí y ahora otro patógeno en el aire. Ataca antes de tiempo y sorprende su contagio selectivo. Lo llamaremos coronavoto y ya ha infectado a unos cuantos candidatos a morir con los puestos puestos. Si ello sucede, el gobierno bolivariano hará llegar, Delcy mediante, sus más sentidas condolencias a familiares, amigos y deudos.