Por: Raúl Fuentes
«Llegó la temporada de huracanes y el Caribe se ha convertido en escenario de un vendaval de inestabilidad y tormentas políticas», se pudo leer el martes 13 —¡zape!— en The New York Times, en referencia al magnicidio perpetrado en Puerto Príncipe y al terremoto político registrado en Cuba. Del asesinato de Jovenal Moïse abundan explicaciones para confundir, y todavía no se conocen a ciencia cierta nombre, apellido y señas particulares de la eminencia gris —diríamos negra si no fuese políticamente incorrecto—, o autor intelectual y soporte financiero de una conjura a todas luces orientada a poner violento término a un mandato de origen no muy santo; la situación, en la francófona porción de La Española se ha complicado en grado superlativo, y poderosas bandas criminales amenazan con hacerse del poder… como en Venezuela.
A lo largo de 22 años de irregular, fraudulento e ineficaz ejercicio del poder, Chávez y Maduro privilegiaron la cría de cuervos; pero, cuando el resultado de su grotesca empresa avícola amenaza con dejarle ciego y sin vista, el usurpador la mise en scène de los haitianos y pone de pagapeos del desmadre capitalino a colombianos innominados, aliados de su hasta ayer no más intocables y protegidos delincuentes a su servicio, y ahora, por arte birlibirloque, a las órdenes de Leopoldo López; no obstante, si nos atenemos a los resultados de la asimétrica ofensiva encabezada por la almirante Meléndez, contra el subproletariado armado del suroeste caraqueño, queda en evidencia el propósito de distraer la atención ciudadana de posibles detonantes de una reacción en cadena con fundamentos similares a la cubana. El zarcillo se atrevió a hablar de «victoria», y uno se pregunta, victoria sobre quién, porque del Coqui o Koki se desconoce su paradero —su cabeza fue tasada en 500.000 dólares, suma muy superior al presupuesto de la UCV, pero una nadería para quienes se mueven en el multimillonario negocio de los estupefacientes—, y los habitantes de la Cota 905 y barrios circunvecinos prefieren encomendarse a su pandilla y no a los escuadrones de la muerte de la FAES. Y un dato: de los 23 muertos contabilizados en las refriegas, solo 4 pertenecían a las huestes del supuesto enemigo público #1.
En Cuba, el epicentro del sismo anticastrista fue San Antonio de los Baños, pueblo no my grande, aunque suficiente para albergar a un poco más de 40.000 almas y ser, desde 1979, sede de la Bienal Internacional del Humor y, además, asiento de un museo ad hoc, al parecer único en la región. El humor, en la ínsula caimán, ha servido de escudo protector contra la tiranía. Humor, ácido y procaz, bastante cercano al sarcasmo, del cual hemos escuchado acerbos ejemplos, tal la respuesta suministrada a quien, un diciembre cualquiera, inquiría a un amigo sobre las expectativas del año en ciernes: «Según los optimistas, vamos a comer mierda; pero, de acuerdo con los pesimistas, no alcanzará para todos». La coprofagia y la coprolalia aderezan con frecuencia el cotorreo popular cubano.
En ese registro chocarrero, matizado con su peculiar sandunga, desplegaba su buen humor Guillermo Álvarez Guédez (Matanzas, 1927 – Florida, 2013), notable cuentacuentos colorados y pionero en Latinoamérica del stand up comedy, tachado de gusano en la lista negra del castrismo, de quien me vino a la memoria una ocurrente historieta de su extenso y jocoso repertorio al escuchar las primeras noticias relativas al sacudón cubano. En el chiste, Jaimito, díscolo alumno presto a la contestación y soez antecedente de Charlie Brown y Mafalda, incitado por su maestra a improvisar un cuento con moraleja, narra lo siguiente: «Estaba yo asomado a la puerta de mi casa y de pronto vi a un pollito picoteando una cagada de vaca en el medio de la avenida. Pasó una guagua y se lo llevó por delante». Jaimito calló y tras un corto y silencioso paréntesis, la maestra preguntó: «¿y cuál es la moraleja?» Jaimito respondió: «¡los comemierdas no deben salir a la calle!».
«Déjame hacerte el cuento» dicen los cubanos cuando quieren divertirte con alguna anécdota, ocurrencia o chascarrillo, Y, a pesar de tratarse de una bomba de tiempo, las airadas manifestaciones suscitadas en Cuba a raíz de la pandemia y generalizadas contra el statu quo no dejaron de sorprendernos —inédita ola de protestas recorre Cuba al grito de ¡libertad!, fue titular de apertura el pasado lunes en la edición digital de El Nacional—, en tanto campanas a rebato tañidas a los cuatro vientos y a tomar muy, pero muy en serio —¿Por quién doblan las campanas?, habrá preguntado (presumo) el presidente y secretario general al histórico Ramiro Valdés y este, si acaso le paró, y con las imágenes de la ejecución de Nicolae Ceaușescu en mente, le habrá contestado, ¡por nosotros!—, pues, tal pintan los acontecimientos, los vasallos del castrismo, ¡óyeme tú, cosa más grande!, se hartaron de comer mierda ideológica y basura marxista, y se sacudieron los miedos. De la irritación ante la pésima gestión de la pandemia, la escasez crónica de alimentos y los recurrentes y prolongados cortes de electricidad se pasó a la arrechera global y al cuestionamiento total del sexagenario oprobio comunista, y, en consecuencia, un clamor libertario estalló al grito de ¡patria y vida! Estas tres palabras son contundente refutación de la irracional consigna ¡patria o muerte, venceremos!, y suponen una lúcida toma de conciencia ante la inviabilidad de un modelo de dominación parasitario, cuyo sostén energético y financiero, nuestro país, está en la carraplana y materialmente no puede continuar manteniéndolo a flote. ¡La isla se hunde, hagan peso!
«La orden de combate está dada, a la calle los revolucionarios», No fue Maduro quien así habló. Tampoco el impresentable e innombrable bellaco del garrote. Fue Miguel Díaz-Canel, secretario general del Partido Comunista de la isla sojuzgada por la hoz y el martillo, y también —es natural en los regímenes totalitarios— presidente de la nación. El llamado a enfrentamientos asimétricos y fratricidas, preludiando una guerra civil, obedece a su caminar en retroceso, contrariando la realidad, cual hizo el capitán cebolla con la insurgencia contra el retrógrado estalinismo tropical, al ocultar el malcontento de las manifestaciones y presentándolas, ¡hágame usted el favor!, como expresiones de júbilo por el triunfo de Italia en la final de la Eurocopa… en un país extremadamente beisbolero y nada futbolístico.
Con el aparente adiós de Raúl nada cambió y todo empeoró. Debido quizás a ello, hay quienes fabulan con un efecto dominó capaz de dar al traste con las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela; debemos, empero, ser realistas y no caernos a coba con base en pensamientos ilusorios (wishful thinking). Los cubanos despiertan de un prolongado letargo y comienzan a tejer sueños libertarios, pero deben hacer frente al aparato represivo mejor aceitado del continente. En Nicaragua, el tándem Daniel Ortega-Rosario Murillo ha dado con una muy eficaz fórmula de asegurarse un triunfo electoral: encanar a todos los candidatos opositores. Así de simple. Y en Venezuela las cosas se han puesto color de hormigas. Ya la negociación parece no interesar al nicochavismo. Freddy Guevara fue secuestrado y es rehén a ser utilizado como moneda de cambio vaya usted a saber cómo; a Juan Guaidó intentaron apresarle, mas el campanazo de Cuba que linda es Cuba pero Miami me gusta más les aguó la fiesta; la madre de Javier Tarazona de vaina no fue a dar con sus huesos a una infame ergástula y, para rizar el rizo, como no pudieron detener al activista Javier González, el Gocho, arrestaron a su progenitora, a su hermano y a su primo; y, en la cresta de la ola represiva, el frenólogo a cargo de la írrita asamblea nacional socialista exigió prisión para Emilio Graterón, Hasler Iglesias, Gilber Caro y Luis Somaza, todos dirigentes de Voluntad Popular, endilgándoles responsabilidades en la organización de grupos paramilitares con el apoyo de Colombia —¿no le dará vergüenza plagiar el guión haitiano?—, y frente a semejantes tropelías uno se pregunta si no estará en pleno desarrollo un plan para alejar a los opositores sufragistas de las mesas electorales, minando el camino del diálogo y abortando toda posibilidad de suscribir un acuerdo de salvación nacional. Hay cada día más defensores y entusiastas del voto, y de darse una convergencia de voluntades en torno a la unidad, el PSUV saldría con las tablas en la cabeza de una confrontación comicial. De momento, las barbas rojas están en preventivo remojo. La rebelión contra el amo tiene perplejos a Maduro, Padrino, Cabello, Rodríguez y el etcétera bolivariano, preguntándose ¿qué será de nosotros?, porque aquí, barruntan, no se escuchará el lastimero repique de campanas tocando a muerto, sino la exhalación de sus retrocargas de postrimería.