El pasado 21 de junio, un decreto del papa Francisco reconoce las “virtudes heroicas” y declara venerable a Robert Schuman, junto a Adenauer y De Gasperi, considerado uno de los padres de la unidad europea. Fue primer ministro, diputado, ministro de relaciones exteriores, de justicia y de finanzas de Francia, fundador con Bidault, Buron y Pflimlin del Movimiento Republicano Popular (MRP), el partido demócrata cristiano de la IV República gala.
Que Schuman esté camino de los altares llama la atención pues se trata de un político. En nuestro país, los esposos Arístides y Adelita Calvani, ambos con intenso compromiso político son siervos de Dios tras proposición de los obispos venezolanos.
Pío XI consideraba la política como una “forma excelsa de la caridad”. Benedicto XVI habla de la caridad política y Francisco, en Fratelli Tutti, se detiene en un examen de “la buena política”, la que pone la justicia y el bien común como su propósito fundamental y la guía de su praxis. El 22 de junio es el día de santo Tomás Moro, político y jurista inglés, autor de Utopía y mártir del cumplimiento de su deber ético durante el reinado de Enrique VIII, decapitado en la Torre de Londres donde permanecía preso. Juan Pablo II lo proclamó Santo Patrono de los Gobernantes y de los Políticos al considerar que de su vida y su martirio brota un mensaje para todas las personas en todos los tiempos sobre “la inalienable dignidad de la conciencia”.
“En este contexto –dice el papa polaco que padeció el nazismo y el comunismo- es útil volver al ejemplo de Santo Tomás Moro que se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes.”
Completa con trazos una semblanza personal: “El profundo desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza humana y la vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte”.
Tomás Moro pedía a Dios “…una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna, compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos”. Creyentes y no creyentes deberíamos plantearnos la misma búsqueda.