Ramón Guillermo Aveledo: Lecciones del voto

Que el 21-N no hubiera mayores sorpresas no quiere decir que no haya sorprendidos.

Ahí está la realidad, si no te conformas con las apariencias y los análisis apurados. Ahí está la realidad, terca. Maestra insustituible, sus enseñanzas valen más que la propaganda y eso que los angloparlantes llaman wishful thinking, que es pensar con los anhelos.

El voto (y el no voto) de los venezolanos deja lecciones para políticos de todas las tendencias. De todas. Nadie puede conformarse con seguir haciendo lo mismo, porque ese modo ya da para muy poco. Revisen entidades y municipios, fíjense bien en los números.

En la participación y el voto se evidencian el deseo y la necesidad de cambio. En la abstención mayoritaria hay desconfianza en el sistema, sí; y hubo la propaganda para estimularla, pero también pérdida de confianza en el voto por deterioro de la confianza en las opciones políticas. En todas, ojo con eso. Autocríticas verdaderas se imponen.

Obviamente, en quienes se proponen como alternativa, o como alternativa a la alternativa, hay mucho que cambiar. En el plano estratégico, táctico, organizativo y de mecanismos de toma de decisiones. Lo que pasó no es producto de unas semanas de campaña, sino de circunstancias que deben ser abordadas con sincero propósito de enmienda.

Quienes están en el poder no se embriaguen por el mapa televisado de las gobernaciones. Su estrategia de dividir y desmoralizar a la oposición, que tuvo cooperadores voluntarios e involuntarios en ese campo, dio mucho menos resultado porque su base está seriamente erosionada. En este país arruinado, el pueblo chavista también está decepcionado.

Quienes, imaginando que la insatisfacción colectiva ante la política y los políticos les daba una oportunidad y se abanderaron de la abstención en nombre de la pureza intransigente, no cometan la necedad de creer que representan a ese variopinto sesenta por ciento. Hay emigrantes, abstencionistas radicales, desconfiados, desanimados y también muchos venezolanos también descontentos con ellos (y ellas). Y me parece que deben evaluar qué ganaron con ese “triunfo”, y al revés, qué sí ganó el país y qué más hubiera podido ganar con el voto.

Mi llamado a todos, incluso a los ganadores, es a la humildad que defiende de la soberbia. Un viejo amigo, aficionado a la copla, gustaba de repetir una que viene a cuento: “No te remontes tan alto/prenda de tanto valor/ que al árbol que más se eleva/le tumba el viento la flor”.

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