Ramón Guillermo Aveledo
Hemos hablado de la importancia venezolana de la beatificación de José Gregorio Hernández, cuya honda significación para nuestro pueblo es cosa sabida. La relevancia del hecho coincide con que ocurre cuando nuestro país vive con acentos de mayor gravedad, una emergencia que es de la humanidad entera. Aquí se agrega a una crisis múltiple y prolongada.
¿Por qué lo subrayo? Es evidente. Nuestro cuadro nacional contiene ingredientes íntimamente relacionados con lo que puede simbolizar José Gregorio, quien manifestó su espiritualidad profunda, su cristianismo viviente, en el campo científico como investigador y médico consagrado a curar y en el de la solidaridad como expresión concreta del amor.
Con motivo de la beatificación el viernes 30, el papa Francisco se hace representar por su mano derecha en la Santa Sede, el Secretario de Estado Cardenal Pietro Parolín, especie de primer ministro. Un conocedor en detalle de Venezuela, donde fue Nuncio Apostólico hasta 2014. A nuestro país y su gente aprendió a quererlos. Tanto que se fue de aquí, según su propia declaración dicha en criollo, con un “gran guayabo” por dejarnos. Así lo ha comentado en notable artículo el director de la revista SIC Juan Salvador Pérez.
Parolín está muy bien informado sobre este país al que conoce y quiere. Su segundo en la Secretaría de Estado es el zuliano Monseñor Edgar Peña Parra. Tiene aquí un Nuncio muy activo y principalmente, la amplísima red nacional de la Iglesia venezolana: los cardenales Porras y Urosa, los arzobispos y obispos, sacerdotes, religiosos y el laicado organizado en una red de iniciativas de apostolado y solidaridad. Nadie va a echarle cuentos a quien sabe historias.
Su visita será lógicamente breve. Intensa la agenda apretada. Verá a voceros del poder y de la oposición. Ojalá pudiera conversar con otros sectores. A sus interlocutores me permito recomendar que no inviertan el tiempo que pueda dedicarles en discursos para reiterar posiciones. No le cuenten lo que ya sabe. Este es un país diverso y una sociedad dividida. Aprovechen la oportunidad para abrirse con modestia, escuchar reflexivos su mensaje, de seguro, consistente con la doctrina social de la Iglesia y con la insistente prédica pontificia. Como en Fratelli Tutti. Los problemas piden superar “la cultura de los muros”. La mejor política es la que trata de buscar modos de desarrollar los derechos humanos fundamentales de todos. Sin exclusiones, sin discriminaciones.