Al parecer, la vecina y querida Colombia tendrá una segunda vuelta electoral parecida a la del también hermano Perú. Que Petro no es Castillo se me dirá y también es cierto que en primera vuelta ha obtenido muchos más votos que el actual presidente peruano. Tampoco Hernández, el fenómeno que ha sorprendido a quienes ven la foto y no la película, es Keiko Fujimori. Pero los discursos de uno y otro están inevitablemente emparentados con las apelaciones emotivas de aquellos.
La seducción populista tiene el encanto audaz y “salvaje” de los autoritarismos. El “señuelo seductor” que dice Applebaum en su libro. Rebeldes ante las reglas, presentadas como argucia de “los de siempre”, caricatura con rasgos realistas pero caricatura al fin, ofrecen a la gente desencantada soluciones expeditas, rápidas a sus males. Respuestas que la política, con sus tiempos a veces desesperantes, no parece dar. ¿De qué me sirven la democracia y sus reglas si sigo mal o me veo cada vez peor?
Pasa en nuestra América Latina, donde la insatisfacción con el desempeño gubernamental no carece de fundamento, también en Estados Unidos, Canadá y Europa.
Las reglas del Estado de derecho, impugnadas por el populismo, son en realidad una trama compleja diseñada para garantizar derechos y proteger libertades. Poder distribuido, separado, para que no abuse que es su tentación más antigua. Así, la fuerza del poder que es corriente poderosa y que puede ser útil o peligrosa, es canalizada, para que en su marco la libertad se desarrolle y pueda producir sus resultados de convivencia, paz y progreso.
Las fallas democráticas en superar problemas propios del poder pueden ser muchas: corrupción, favoritismos, partidismos, lentitud, lejanía, oligarquizaciones diversas no son sin embargo suficientes razones como para renunciar al camino cívico y atreverse a lanzarse a la aventura de lo desconocido o acaso de lo conocido y olvidado. Equivale a saltar sin paracaídas desde un avión porque estoy cansado con el asiento que me tocó, la atención es mala o cualquier otra inconformidad, de seguro válida. La justificación para no esperar hasta aterrizar puede ser desde ilusionarnos con que abajo nos espera un mullido bosque a cuya sombra hay maravillas desconocidas, pasando porque si así pilotea este tipo debe ser un horror aterrizando, hasta “peor que esto no puede ser”.
La aventura tiene su encanto, se entiende, mientras la experiencia no nos haya curado de espantos.