22 de noviembre de 2024 9:01 AM

Carlos Raúl Hernández: Racismo bueno, racismo malo

Dos panfletos para simios fueron hace un tiempo híper best-sellers en Alemania: Estúpidos hombres blancos de Michael Moore, también éxito en EEUU y Europa; y Alemania se descompone de Thilo Sarrazin, un aggiornamiento técnico y político de Mein Kamp, ideas retorcidas en lenguaje correcto. Su popularidad hace temer por la fragilidad de la democracia, cuyas bases ideológicas no lucen demasiado fuertes, porque los dirigentes carecen de sentido y los estragos económicos-sociales de la más estúpida guerra del mundo, OTAN-Rusia, que terminan en aniquilación de Ucrania, tal como se preveía. Por fortuna los gobiernos y las guerras, pasan. Pero volvamos: dos periodistas norteamericanos, David T. Hardy y Jason Clarke, responden con otro best seller, Michael Moore es un blanco gordo, grande y estúpido para demostrar que Moore hierve en turbideces y mendacidades. Dice con cara de póker que la política económica de Clinton fue “brutal” y “dejó diez millones de desempleados sin protección”, que “cinco sextos del presupuesto norteamericano de defensa se dedicaron exclusivamente” a diseñar un avión de guerra y que la crisis financiera de 2008 fue “una decisión tomada por los ricos para perjudicar a las clases trabajadoras”. Denuncia trapisondas sobre el financiamiento de las campañas presidenciales, sistemáticamente desmentidas, e incluso falsifica datos de New York Times, a ver si cuadra el rompecabezas. Miente hasta de su encuentro en un hotel de Venecia con el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

Podría ser presidente del club de farsantes, con Kevin Spacey, -hoy víctima- Sam Penn, Javier Bardem, Penélope Cruz, Oliver Stone, Danny Glover, Susan Sarandon, que demuestran cómo defender causas atroces a la luz del día sin perder el glamour. Neonazis y supremacistas blancos son la otra cara del mismo problema. Hace poco, los tribunales de Noruega bloquearon la petición de libertad condicional para Anders Behring Breivik, al cumplir 10 años de una condena de 20. Especie de Lucifer, abominación de rostro angelical, asesina noventa personas bajo el efecto del odio racial incubado por el nacionalsocialismo. Su cabeza hueca le permitió tomarse doce años para planificar esa estúpida y demoníaca acción. La misma energía infernal movió a Bin Laden, Goebbels, Mugabe, Pol Pot, Elridge Cleaver, el Che Guevara, los Panteras Negras. Argumentan razones culturales, raciales, religiosas o políticas, de coartada para justificar la barbarie. Los nazis decían que la raza aria se había “desnaturalizado” por el mestizaje. Debían descontaminarla y volver a la pureza de las tradiciones “profundas”, la mitología germánica, la música, el folklore, así como otros quieren hacerlo con la “negritud”, “el indigenismo”, “el catalanismo”, “el euskera”. Cuando era un vagabundo en Viena, Hitler tenía transportes místicos viendo representaciones de Sigfrido de Wagner, símbolo de la “opresión” a los arios. Años después Goebbels quemaría millones de libros “decadentes” en piras y el neofascismo hoy destruye en Latinoamérica y EE. UU estatuas de Colón.

Europa ha soportado siempre acciones terroristas y sistemáticamente desde comienzos de este siglo, pero sus intelectuales, entre ellos el cura posmarxista Hans Kuhn, recién desaparecido, lo justifican. Hace unos años los musulmanes saquearon e incendiaron Ámsterdam, porque unas caricaturas “irrespetan al profeta”. Es como aceptar que los judíos incendiaran Manhattan porque en una película Morgan Freeman representó a Yavhée, innombrable e irrepresentable para su religión. Angela Merkel impidió la marcha de la locura en Europa mientras estuvo en el poder. Antes de partir dijo con rotundidad: “la sociedad multicultural fracasó en Alemania”. Lo que la barbarie posmo llama multiculturalismo habla de culturas dominantes y culturas dominadas, la lucha de clases en el espacio simbólico y fundamenta la existencia de ghettos urbanos donde impera, por ejemplo, la cotidianidad islámica de pegar a las mujeres, casarlas con ancianos, taparles el rostro, castrarlas, o apedrearlas, y pronto arrojarán homosexuales por los balcones, por falta de barrancos estilo iranio. Las ciudades europeas son bolsones de cripto terrorismo que este año produjeron los incidentes de París y cientos de desórdenes, violaciones, robos cometidos por inmigrantes, fugitivos de la miseria y la opresión de sus países, pero que no se integran sino aborrecen la sociedad que los acoge. Los informes de seguridad hablan de que en Gran Bretaña hay más de diez mil activistas radicales en las encapsuladas mezquitas, semilleros de terrorismo. Pero para la moral posmo, quien cuestiona estos crímenes lo hace “desde una cultura opresora”. Las diferencias solo pueden llegar hasta la frontera: no se puede ser multiculturalista y defender los Derechos Humanos al mismo tiempo.

Lo contrario del multiculturalismo es el pluralismo es el estado rutinario de una sociedad abierta y se funda en que la civilización surge de la convivencia y la fusión entre diferencias: el rock, el jazz, el blues, la salsa, el bolero, el tango, el reggae. Vallejo, García Márquez, Whitman, Melville, Zolá, Lagerlof, son producto de ese mestizaje simbólico y la sociedad obstuvo su derecho a la vida, cultura, religión, libertad, lengua e integridad, sin violentar a otros. Poder comer en restaurantes chinos, franceses, italianos o peruanos sin que sea pecado. Casius Clay renunció en la juventud a su nombre “de esclavo” por uno del profeta que creía provenir de África. Adulto, retomó el Clay que le dieron sus padres en reivindicación del país que los Panteras Negras querían destruir, pero que más tarde presidió Obama. Bin Laden quería, antes del chapuzón, asolar la Europa del Demonio Blanco y someterla al Corán y el Califato. A pesar de haber segado miles de vidas inocentes, Alá no le otorgó estar en las grandes ligas genocidas, ser un Mao, Stalin o Hitler -en orden de criminalidad, y contar sus muertos por millones, sino el vientre de un tiburón, de seguro luego muerto de gastritis. Le ajusta, igual que a Breivik, lo que decía Conrad del “coronel Kurtz”: “no sé si es más despreciable por su monstruosidad o por su banalidad”. Aunque el antisemitismo es racismo progre y está bien visto, la escritora judía Bat Ye’or llama Eurabia al continente europeo, porque estudios demográficos Holanda será el primer país con mayoría demográfica de musulmanes y fue ahí el terrible asesinato del cineasta Theo Van Gog, de la familia de Vincent, por un fanático islamista hace pocos años.

Si hubiera políticos que defendieran la tesis de Sarrazin, podría abrir la caja de los truenos y si los graves problemas con los inmigrantes se asumieran en una perspectiva biológica, racial, palabra anatematizada desde hace tiempo. Sarrazín dice “que judíos y vascos tienen un gen diferente” (los últimos, en su infatuación aria, dicen tener “genes germánicos”), plataforma para cualquier degenerado en busca del Grial. Como “los inmigrantes son de escasa inteligencia”, continúa Sarrazin, “hacen descender” (embrutecen) el IQ de la población. El racismo tradicional sostiene que “los turcos quitan empleo a los alemanes”, pero Sarrazin, al contrario, el pequeño comercio “poco productivo”, que los alemanes desprecian, es improductivo y un fardo para la economía. Un economista de Bundesbank desestima la necesidad social y económica que esas actividades –de no serlo, no existirían- que los europeos se niegan a realizar por la modestia del salario y del status. Aludir diferencias genéticas establece -¡otra vez! – la existencia de hombres superiores e inferiores, un retroceso brutal en la civilización. La agresiva presencia islámica crea complicaciones sociales y políticas mayores que hasta ahora los gobiernos evitan enfrentar, pero que cada día se hace más perentoria. Tendrán que invertir la ghettización y las urdimbres terroristas y delictivas, pero ningún político civilizado sería tan irresponsable como para decir que los problemas nacen de hombres “inferiores”, porque después la inferioridad será de judíos, negros, latinos y asiáticos. Que panfletos protonazis y monsergas izquierdistas baratas ocupen el favoritismo del público, hace recordar como en un santiamén, un millón de civiles armados, los freikorps, se hicieron dueños de las calles de Berlín a finales de los años veinte: las S.A, Federación Nacionalista Alemana, Cascos de Acero, Liga de la Lucha, NSDAP, Orden del Joven Alemán, Frente Rojo.

@CarlosRaulHer

El Universal

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