La respuesta rápida es Ucrania, como inteligentemente dijeron, cada uno por su cuenta, Fareed Zacaria, Thomas Friedman y Francis Fukuyana. Pero a costa de la demolición de unas cuantas ciudades, lo que hace imposible la reconciliación entre los dos países, hasta que transcurran varias generaciones.
Hay, al menos, cinco razones para suponer que Ucrania está “ganando”.
Primero, la narrativa rusa ha fracasado estrepitosamente. Alegar que se trataba de desnazificar al “pequeño” país vecino, se da de bruces con el hecho de que Volodimir Zelenski, elegido presidente de Ucrania por una abrumadora mayoría, es judío. Uno de sus abuelos fue quemado vivo junto a su aldea por las SS durante la Segunda Guerra mundial.
Existe, efectivamente, una unidad con simpatías hacia el ultranacionalismo en el Donbás, y esa unidad militar cuenta con símbolos que se asemejan a los que exhibían los nazis, pero ese dato no niega los centenares de unidades del ejército forjado para defender la democracia. Como reclamó un viejo periodista: la Resistencia Francesa durante la Segunda Guerra Mundial incluyó gentes de todos los colores ideológicos. Ya habría tiempo de dirimir esas diferencias por procedimientos democráticos. Lo primero era derrotar a los nazis. En esta época, lo primero es derrotar a los rusos.
Segundo, el pueblo ruso no sabe qué defiende exactamente el ejército invasor. Hasta ahora, dado el control dictatorial que tiene Vladimir Putin de los medios de comunicación, ha funcionado la “desnazificación”, pero ese argumento comienza a resquebrajarse con la reacción de las propias tropas rusas. Iban a llenarse de gloria, y se han encontrado con un patriotismo duro y elevado de personas que aman la libertad.
Tercero, los reclutas rusos, mal alimentados y peor equipados, advierten que los helicópteros y los Carros de Guerra (especialmente los designados con la letra T) y los transportes SIL se paralizan, a veces por falta de gasolina o por el barro primaveral. Son blanco de los proyectiles disparados desde el hombro por las “jabalinas” y los NLAW suministrados por los norteamericanos, británicos e israelíes, así como los drones kamikazes que avistan un Carro de Guerra o un transporte desde kilómetros de distancia, y se precipitan contra ellos. Suelen llevar dos ojivas explosivas: una destruye la torreta, la otra penetra el blindaje y liquida a la tripulación. Hace unos días, cuando ponderé la siniestra contabilidad, llevaban 460 tanques y más de .2000 transportes afectados por los disparos de los ucranianos. Seguramente, hoy son muchos más. El secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, ha prometido entregar 10 «jabalinas» por cada blanco que se haga.
Cuarto. Hay un general, ex jefe de inteligencia, detenido por mentirle al mismísimo Vladimir Putin. Se llama Serguéy Beseda y pasó del arresto domiciliario a la prisión de Lefortovo, construida a fines del siglo XIX por los zares. Fue un sitio en el que la NKVD y la KGB torturaron y asesinaron a numerosos detenidos. Lógicamente, a Beseda lo acusan de haberse quedado con dinero de la inteligencia, algo que no se podrá saber nunca con certeza. En fin, son consecuencias directas de la guerra desatada por Rusia contra Ucrania, en la que Ucrania posee una inderrotable moral de victoria, semejante a la que exhibieron los soviéticos frente al asedio de los nazis a Stalingrado, minuciosamente pulverizado por los alemanes. Mientras Rusia combate no se sabe por qué, los ucranianos pelean por patriotismo y están dispuestos a morir por su causa.
(Recuerdo a un amigo, oficial del ejército estadounidense, que me contó que se había dado cuenta de la inutilidad de la lucha contra el Vietcong tras la llamada ofensiva TET del 68: el Vietcong peleaba con dos sogas atadas a los pies, de manera que fuera sencillo esconder los cadáveres. “Cuando el enemigo da por descontada la muerte no hay nada que hacer”. Tenía razón).
Quinta. La OTAN, supuestamente malherida durante los años de la presidencia de Donald Trump, se ha recompuesto bajo el gobierno de Joe Biden. No fue una “genialidad” invadir a Ucrania, como la calificó Trump (luego rectificó), sino un verdadero “genocidio”, como lo llamó Biden y, tan grave como eso, una total imbecilidad.
Por otra parte, continúa pendiente el ingreso de Suecia y Finlandia en el pacto defensivo. Eso quiere decir que Europa, Canadá y Estados Unidos consideran un bluff las órdenes dadas por Putin de amenazar a las dos naciones con represalias nucleares. Una cosa es el atropello de los chechenos y de los abjasios, y otra muy diferente es tomar represalias contra un país europeo y libre que se propone entrar en la OTAN.