En los sosegados días en L’Estartit tuve tiempo de reencontrarme con uno de mis antiguos placeres: leer, oler y palpar la prensa escrita. Compré 5 diarios en un día: La Vanguardia (centrista moderada) El País (centro izquierda) ABC (monárquico) El Mundo (PP) y El Periódico (progre catalán). En general buen periodismo profesional. Con sus líneas editoriales definidas y sus columnas sesgadas. Hasta las fotografías tenían perspectivas de tiro de cámara al sesgo. Horas de grata lectura para tratar de entender qué estaba pasando en España en aquellos días de tensión callejera.
Nuevamente en el delicioso tren bajamos de Girona a la estación Sorolla de Valencia. Allí me esperaba mi madrina Violeta (prima hermana de mi madre) de ochenta-y-tantos y mis primos de las dos ramas: Pradas i Gil: Héctor con Pili; y Paco (hijo de Violeta). Mis abuelos maternos fueron primos hermanos y mi abuela, a su vez, hija de primos hermanos. Nudo gordiano familiar.
Valencia nos recibió con el Ciarán a 100Km/h que me recordaba los fuertes vientos de Manhattan. Excusa de internarse inmediatamente en un café y comenzar con el tapeo familiar para ponernos al día.
Mi hermana Silvia lleva 7 años viviendo en Valencia y más específicamente en el pueblo de Picassent. El pueblo donde nació mi abuelo Ernesto Pradas (el iaio).
Julie alquiló un apartamento de dos plantas para pasar esos días de reconocimiento familiar. La vida en Picassent es nada sedentaria. Mi hermana junto a mi madre, quien murió hace 3 años, lleva una vida muy activa y con su enfermedad controlada gracias al excelente sistema de seguridad social del cual ya he comentado en pasado artículo.
Silvia organizó un encuentro con una incontable cantidad de primos que fueron desfilando por el “Quisco Gastroermita” de La Ermita en la plaza Ausiàs March, el espacio más emblemático de Picassent. El viento seguía con su inusual intensidad y el momento ameritaba un buen puro que traía desde la Calle 8 de Miami para repartir entre mis pares emparentados: Nadie me acompañó en la ceremonia de los buenos humos.
Una de las razones de viajar hasta Picassent, aparte de las mentadas, era resolver las cenizas de mi madre. Decidimos, mi hermana y yo, repartir la mitad de ellas en las aguas de la Albufera de Valencia y la otra, en Venezuela, la tierra que más amó y añoró mi madre hasta su último suspiro. Ciclo cerrado.
Mucha mesa familiar y algunas restauraciones como el arroz meloso con bogavante en Picassent con sus obligadas entradas de boquerones a la vinagreta y sepias al ajillo; la fideuá en El Saler con caminata hasta la orilla del mar. Es costumbre valenciana comer la paella en la misma paella con cuchara. Mi esposa e hijo no sienten ese llamado de la sangre, cosa que a mí me vuelve a retrotraer cuando, de apenas 10 años, me aceptaban en el círculo de mis mayores. El problema es que comiendo de la paella nunca sabes a ciencia cierta cuánto comes… “hasta que quede limpia la paella” dice unos de mis primos.
De Picassent, en 15 minutos, cruzamos a Valencia del Cid (to be continued).
javiervidalpradas@gmail.com
Síguenos en Telegram, Instagram y X para recibir en directo todas nuestras actualizaciones