“La pandemia que ahora nos asola podría generar un renovado contrato social cuyo gozne girara en torno a lo más primordial. Un inédito pacto social cuyas inventivas reglas de juego hicieran frente a esos nuevos jinetes del Apocalipsis que se han sumado al cuarteto tradicional: la extrema desigualdad y una exacerbada insolidaridad.”
Roberto R. Aramayo
El coronavirus está demostrando ser un “hecho social total”, un concepto acuñado por el sociólogo y antropólogo francés Marcel Mauss para referirse a aquellos fenómenos que ponen en juego la totalidad de las dimensiones de lo social.
Si algo nos enseña la historia social de las epidemias, así como diversos estudios antropológicos y culturales sobre epidemiología, inmunología y enfermedades infecciosas, es que lo que está en el tapete resulta un problema fundamental de la sociología: cómo (sobre) vivir juntos. Qué es lo que nos une y qué lo que nos separa. Uno de los efectos más inmediatos en cualquier brote epidémico es la exacerbación –material y simbólica– de la diferenciación social, la multiplicación de las líneas divisorias entre “nosotros” y “los otros”; entre sanos y enfermos, entre quienes están bien y quienes tienen “patologías previas” o pertenecen a “grupos de riesgo”, entre quienes tienen recursos y apoyos y quienes no los tienen, entre “los de aquí” y “los de fuera. Sin embargo, esta crisis puede ayudarnos a cambiar nuestra mirada sobre ciertas cuestiones de una enorme importancia. Puede variar por ejemplo la mentalidad hegemónica del sálvese quien pueda y entender el llamado de quedarnos en casa el tiempo que haga falta y no caer presas del pánico. Debemos hacer un ejercicio simultáneo de responsabilidad individual y social; para no contagiarnos y no propagar la epidemia.
Desde el punto de vista psicológico, el asunto se nos presenta más complejo pues el impacto emocional y psicológico de la pandemia es enorme. Los familiares no se pueden despedir ni hacer el duelo de los seres queridos fallecidos que, en muchos casos, no pueden ni ser enterrados o incinerados. Y por otro lado, nos encontramos con los denominados sistemas expertos (estadísticas, cálculos, fuentes científicas, datos), sin los cuales ni siquiera estaríamos conscientes de la magnitud de la pandemia, pero que también suscitan numerosos dilemas éticos y políticos.
La pandemia del coronavirus viene marcada a corto plazo por su letalidad, transmisibilidad y por su impacto sociosanitario. Su nombre verdadero es: SARS 2, o sea, “Severe Acute Respiratory Syndrome 2
Luego, es hora de apartar a un lado todo aquello que hace referencia a la «mala suerte», a la «voluntad divina» y otras razones pseudocientíficas, o como lo afirma el sociólogo francés Alain Badiou: “La prueba epidémica disuelve, en todos lados, la actividad intrínseca de la Razón, y obliga a los sujetos a volver a los tristes afectos – misticismo, fabulaciones, rezos, profecías y maldiciones –, que eran costumbre de la Edad Media cuando la peste barría los territorios…”
Y es en este contemporáneo realismo mágico cuando resulta ineludible colocar como ejemplo del disparate o la irresponsabilidad extrema, los anuncios formulados por Nicolás Maduro. Primero, hace exactamente un año y en una alocución en la televisión, respaldó las declaraciones de un supuesto científico venezolano de nombre Sirio Quintero, quien afirmaba que una receta basada en plantas medicinales, cítricos y otros ingredientes naturales, podía curar el coronavirus; y más recientemente, a propósito de la pronta salida para todos los centros de salud del país del antiviral Carvativir, el cual neutraliza el cien por cien, el coronavirus; llegando a calificar las gotas de este medicamento como “milagrosas”: “Diez gotitas debajo de la lengua cada cuatro horas y el milagro se hace. Es un poderoso antiviral, muy poderoso que neutraliza el coronavirus”, fueron sus palabras… Y en otra alocución afirmó: “Es duro (…) pero más duro es que contaminen al país, que entren y contaminen toda Venezuela, como es el deseo de Iván Duque (…) todas estas cosas que yo digo es porque tengo las pruebas en las manos”.
Y mientras avanza la pandemia, de igual manera avanza la desinformación. Al menos un “fake-news” diario nos llega a través de las redes con imágenes, recomendaciones y hasta videos con contenidos erróneos o fuera de contexto.
Hasta se nos dijo que en 1555 Nostradamus formuló la predicción de la modalidad de esta pandemia en su obra “Les Propheties” (Las Profecías).
Hace un año se planteaba que el ibuprofeno acentúa los efectos del coronavirus y se nos recomendaba interrumpir su pauta posológica. Más recientemente es el uso o no de la Ivermectina lo que está en el debate.
Lo cierto es que estos son momentos de los de los expertos, de los hombres de las ciencias; de escuchar con atención la voz del conocimiento sólido y preciso de los profesionales tal como si hubiera una lectura científica unificada de lo que está ocurriendo. Tiempos de no confundir las causas con la circunstancias. Son tiempos que tienden a la generalización de las conductas y las reacciones, como también a cierta “uniformización” del pensamiento, tal como apuntase Hannah Arendt: una amenaza única, una reacción única. Juan Arnau Navarro, anotaba en un artículo publicado en El País, – “La hora de la filosofía” – : “Sabemos que un virus es una entidad fronteriza entre la vida y lo inerte. En cierto sentido es la presencia de la muerte en la vida. No tiene capacidad de reproducirse como la vida y, para hacerlo, entra en la célula como en una madre de alquiler y replica su ADN gracias a la maquinaria de la propia célula. Para atravesar la membrana celular requiere de cierta afinidad química. Al parecer el virus afecta a los mayores y respeta a los niños. ¿Detecta el cansancio celular? ¿Qué podemos aprender de esta circunstancia? Las preguntas son innumerables. La filosofía tiene el deber de ofrecerlas para la que la ciencia las investigue…”
Es justamente la ciencia la llamada a ofrecernos respuestas, soluciones y reafirmación en la condición humana.
El reto planteado ante la situación actual es que la ciudadanía confía que la ciencia produzca en el muy corto plazo las soluciones tecnológicas que logren contener este virus, que las terapias se apoyen con nuevos profilácticos que logren un efecto sanador más rápido.
Si bien, a nivel mundial, los científicos trabajan sin descanso, y debemos reconocer que las vacunas han sido logradas en tiempo más que satisfactorio, en esta otrora llamada “Tierra de Gracia” estamos esperando no tan solo por los cientos de respiradores tan urgentes para tratar de prolongar y salvar las miles de vidas que dependen de eso aparatos, sino por la inmediata adquisición de vacunas que Maduro ha estado retrasando ya que pretende presentar a Venezuela la como una víctima asediada que no logra curar a su población por culpa de las sanciones.
Lamentablemente, mientras las partes siguen en su eterna disputa, al pueblo venezolano se le puede estar acabando el tiempo. El régimen de Maduro no cumplió el mes pasado con un plazo crítico para participar en un programa de vacunas vinculado a la Organización Mundial de la Salud, diseñado para ayudar a los países en desarrollo a obtener suministros de vacunas contra el coronavirus.
Así las cosas, el desafío está latente. Y a medida que se libran esas extenuantes batallas contra la muerte, los “héroes de la salud”, esos ángeles con batas, amor y compromiso inconmensurable con su profesión, no descansan en dar lo mejor de sí para sanar a sus pacientes, al mismo tiempo de procurar algún espacio de autocuidado y contención mutua.
Manuel Barreto Hernaiz