Las olas de calor que se han sucedido durante las últimas décadas han sido más intensas y duraderas en las aguas profundas de los océanos, y la biodiversidad que vive entre los 50 y los 2.000 metros de profundidad podría estar en alto riesgo por el efecto acumulativo de esos eventos.
La temperatura de los océanos ha alcanzado en 2023 su nivel más alto registrado y se pronostica que la intensidad, la duración y la frecuencia de olas de calor marinas -cuando los picos altos en la temperatura del agua duran al menos cinco días-, continuará aumentando a lo largo del siglo.
Un equipo internacional de científicos, en el que han participado investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), publica hoy en la revista Nature Climate Change los resultados de una investigación que les ha permitido demostrar que la mayor intensidad de las olas de calor marinas no se encuentra en la superficie, sino en la subsuperficie, entre 50 y 250 metros de profundidad, y que ese aumento continuado de la temperatura del agua del mar tiene efectos directos sobre la flora y la fauna y afecta a los recursos que se obtienen del mar.
Hasta ahora, los impactos y las proyecciones de estos eventos se habían centrado principalmente en las temperaturas de la superficie del mar, pero las observaciones localizadas sugieren que las olas de calor marinas pueden provocar un calentamiento en las capas subsuperficiales que podría persistir hasta dos años después de que terminen los eventos en la superficie.
Esta aceleración del aumento de las temperaturas oceánicas tiene consecuencias profundas en los sistemas geoquímicos y biológicos del planeta, han subrayado los investigadores, y han incidido en que los océanos son un sistema de soporte vital crítico y un amortiguador contra los efectos de la crisis climática.
El océano genera el 50 por ciento del oxígeno del planeta, absorbe el 25 por ciento de todas las emisiones de dióxido de carbono y captura el 90 por ciento del exceso de calor producido por dichas emisiones.
Utilizando observaciones y reanálisis de temperatura del mar a nivel global el equipo de Eliza Fragkopoulou y Jorge Assis, del Centro de Ciencias del Mar de la Universidad de Algarve, estimaron la duración y la intensidad de las olas de calor marinas desde 1993 hasta 2019 a profundidades de hasta 2.000 metros.
“A pesar de que la intensidad disminuye a mayor profundidad, la duración de los eventos aumenta aproximadamente hasta el doble en comparación con la superficie”, observó Fragkopoulou.
Los autores, tras combinar estos datos con la información sobre los rangos de especies marinas, han sugerido que la biodiversidad subsuperficial podría estar en el mayor riesgo debido a la intensidad acumulativa (un indicador de estrés térmico) en los primeros 250 metros.
Los investigadores han comprobado que más allá de efectos fácilmente detectables en la superficie, como el aumento de las medusas en algunas regiones del mundo, estas olas de calor marinas tienen efectos más intensos en profundidades que van de los 50 a los 250 metros, donde su duración puede duplicarse.
A los datos sobre el aumento de la temperatura se suman otras variables que también influyen en las condiciones del océano, ya que el efecto sobre la biodiversidad de estas profundidades es determinante y tendrá consecuencias en las especies y las interacciones que forman los ecosistemas marinos.
“La situación es preocupante, sin embargo los datos de temperatura de las áreas profundas han de tomarse con cautela, sobre todo los anteriores a 2004, fecha en la que se comenzó a contar con un sistema de medición más fiable”, matizó Miguel Bastos Araújo, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
“Posiblemente los cambios que hemos analizado provocarán una redistribución de las especies marinas, sobre todo en la zona que llega hasta los 250 metros de profundidad”, explicó Araújo en una nota de prensa del CSIC.
Los científicos han apuntado que además la biodiversidad tiene otras barreras, como las zonas con escasez de oxígeno o aquellas en las que ya quedan muy pocas especies, que dificultarán esta redistribución.
«Lo que es evidente es que estos eventos tienen el potencial de cambiar los patrones de la biodiversidad global con consecuencias impredecibles”, alertó el investigador del MNCN.
Con información de EFE
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