22 de noviembre de 2024 12:47 PM

Carlos Raúl Hernández: Nuestra Señora de Thermidor

He trajinado bastante a Slavoj Zizek, filósofo marxista-posmarxista en boga, para preferir sus artículos, cultos e interesantes, a sus descuidados libros con errores insólitos de evidente flojera. No hace las interminables correcciones de ley y deja pasar gazapos cantarines. En uno de sus libros publica cinco páginas de otro anterior por el fastidio de, por lo menos, redactar de nuevo y en otro repite dos veces un copy-page del mismo texto y abunda en ripios, obviedades, ideas “tapa amarilla” para engordar el tomo. Me gustó la introducción que hace a Virtud y terror, edición de los discursos de un monstruo apasionante y siniestro, una especie de Drácula metido a político. “El Incorruptible” Maximilien Robespierre, precursor de Stalin y Mao en el arte de desangrar al pueblo para llevarlo al paraíso. Los historiadores marxistas asumen la revolución francesa como su joya preciosa y precursora (Marx, Albert Soboul, George Lefebvre) un momento místico y fundacional en la historia de occidente. Los críticos, Alexis de Tocqueville, Francois Furet, Madame de Stäel, Francis Fukuyama, Dickens, destacan la espantosa realidad. Me ocuparé de algunos temas que a Zizek le pasan al desgaire.

Robespierre ordenó “acabar con la raza maldita de La Vendée”, el genocidio de 250.000 católicos de esa ciudad, números que no deslucen frente a Hiroshima y Nagasaki y con métodos artesanales. El responsable, general Wastermann, dice en su informe “no tengo un prisionero que reprocharme. He exterminado todo”. No es científico sentenciar en bloque procesos históricos como si fuéramos jueces y no estudiosos. La revolución es al principio generativa, los Derechos del Hombre de 1789 y la constitución de sep. 1791, aunque nacen de la declaración de Virginia, Norteamérica -1776, trece años antes, y ésta, de la Escuela de Salamanca. También memeces, eliminar el calendario para hacer 1791 “año cero” de la revolución y cambiar nombres de meses y días. En 1793 el “Incorruptible” da el golpe de Estado del tenebroso Comité de Salud Pública jacobino, Saint-Just, Carnot, Prieur-Duvernois, Robert Lindet, Saint-André, d’ Herbois, Billaud-Varenne y de Vieuzac. En enero decapitan a Luis XVI, el 16 de octubre a María Antonieta, el 31 a los derrotados Jacques Brissot y veintidós diputados girondinos. Es el Terror de la Convención, luego Gran Terror con las leyes de pradial (mayo-junio 1794) 14 mil muertes más sólo en París. La guillotina se llevó 40 mil cabezas, 75% de ellas del pueblo llano.

Decretan la descristianización, masacre de curas y creyentes, copiada por republicanos españoles en 1936. En las “masacres de septiembre”, caen tres obispos y 200 curas en París y muchos más en Orleans, Lyon, Meaux y Reims. En La Vendée amarran en parejas clérigos y monjas desnudos y los ahogan en el río, el “matrimonio republicano” de sus burlas. Pagan por cabeza de cada cura que no renuncia a su fidelidad al Papa, llamados “refractarios”. Expropian los bienes eclesiásticos, disuelven las órdenes religiosas, convierten las iglesias en depósitos, mercados y corrales de bestias, -como a Notre Dame-, destruyen arte medieval, altares, eliminan cruces de las tumbas, íconos, campanarios. La Escuela de Fráncfort propone en el siglo XX modificar lo más íntimo la subjetividad, los nombres de las cosas, las creencias, los valores. Adelantándose, ese mismo pradial, el “Incorruptible” incurre en un desvarío espeluznante. Celebra en el Campo de Marte con 500 mil personas la creación de la “nueva religión cívica” del Ser Supremo, y el culto a la Razón sustituye a la Virgen en Notre Dame. “Sumo pontífice”, en compañía de una especie de sacerdotisa semidesnuda, congeló de pánico a los diputados.

Thuriot, amigo de Dantón, comentó “mira a ese cabrón. Ya no le basta ser el amo y quiere ser Dios”. Suspenden los veintiúnicos aportes, la constitución y los Derechos Humanos, “por culpa de los enemigos externos”, of course, aunque el plan jacobino era ampliar Francia hasta sus “límites naturales”: los Pirineos, los Alpes y el Rin, estilo Hitler: Pero la caída de Robespierre encierra un elemento sorprendente que contaremos al final. Repetimos lo conocido: ir a la Convención a aterrar-provocar un cuerpo tan poderoso es escandalosamente impolítico, pero no tanto como su megalomanía y locura. Al hablar anuncia “una lista de traidores”, pero entre el pánico colectivo, hay un plan del jacobino Jean Lambert-Tallien que cambiará la historia. Varios conjurados en tumulto huyen hacia adelante y lo emplazan violenta y asombrosamente para que “nombre los traidores”; él se niega, en tal clima, un acto de debilidad. Ante una ronquera del orador, Garnier de L’Aube, lo increpa: “¡es la sangre de Dantón que te ahoga!”, afrenta a la que en otra fecha no sobreviviría. Estalla la reacción masiva de la cámara envalentonada por el miedo, harta, enfurecida, arrestan a Maximilien y su séquito, según el plan desesperado de Lambert-Tallien.

Es el golpe el 9 de thermidor (26/07/1794), la reacción thermidoriana. Presos por la Convención, Robespierre, Saint-Just y otros, los libera la Comuna (municipio) de París, pero en la madrugada los atrapan en el Hotel de Ville. En una secuencia de la película Danton y Robespierre de Andrzej Wadja (1983), camino al patíbulo, Danton ve la sombra de su “amigo” y verdugo escondido entre las cortinas y le grita “¡tu eres el próximo!”. Luego dice al verdugo: “¡enséñale mi cabeza al pueblo! … vale la pena”. El augurio se cumple y a Robespierre lo decapitan con la mandíbula destrozada por un tiro, unos dicen que intento de suicidio y otros que se lo dieron para que no siguiera pervirtiendo. Y ahora el factor desconocido de la caída de Robespierre. Teresa Cabarrús es una noble española, de Carabanchel, inteligentísima, independiente en medida fuera de su época y de una belleza subyugadora. Su padre la mandó a estudiar a París a los doce años preocupado por las constantes ofertas de matrimonio. En la gran ciudad vive, mujer de mundo, una vida más propia de nuestro siglo que de aquél. Se casa varias veces y despide a los que no dan la talla. En 1788, un año antes de la revolución, lo hace con un marqués y es marquesa, pero se divorcia.

Amiga de Lafayette, La Rochefoucauld, Mirabeau y otros personajes de la revolución, íntima de Josefina (a quien Napoleón conoció en su casa) y de Juliette Récamier, llamadas “las marveilliuses”, las más sensuales y deseadas. Durante el Terror, las tres usaban delgadas gargantillas de terciopelo rojo que marcaban “el camino de la cuchilla”, en oscuro sarcasmo. Huye a Burdeos de la persecución en Paris y en coraje temerario, se entrega a proteger condenados a muerte, con graves riesgos personales. Libra a muchos gracias a su carisma y a la protección de su amante y futuro marido, un jacobino poderoso, qué enamorado perramente de ella, se juega la vida al librarla, ya antes, de la garra de Robespierre. Finalmente la detienen y sentencian en 1793. En carta a su marido, escribe con crudeza: “… voy a morir y es tu cobardía lo que me mata. Muero desesperada porque pertenezco a un cobarde”. Esta es la chispa que disparó la temeridad de Jean-Lambert Tallien para enfrentarse a Robespierre y organizar a riesgo de su vida el complot de thermidor en la Convención. Por eso a Teresa Cabarrús se le conoce como Nuestra Señora de Thermidor y su hija con Tallien llevó por nombre Rose-Thermidor.

@CarlosRaulHer

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