Un día en el ya lejano 1994 entré como siempre a la hoy extinta Librería Universitaria de la Universidad de Los Andes, y hallé una inmensa y exuberante torre de libros alrededor de la cual se agolpaban algunas personas, para enterarse de la novedad literaria recién llegada a Venezuela. Se trataba de la primera novela del escritor y periodista peruano Jaime Bayly (1965), titulada No se lo digas a nadie, editada por Seix Barral, y que para entonces era un auténtico suceso en toda América Latina. Debo confesar con cierta vergüenza que hojeé el libro medio guillado, no quería que amigos y conocidos me vieran interesado por una novela autobiográfica, en la que su autor se mostraba en una suerte de striptease ante los ojos atónitos de sus lectores, para contar sin rubor y con mucha suspicacia sus inclinaciones homosexuales.
Y digo que hoy lo cuento medio avergonzado, porque no tenía ningún sentido tal recato y tontería de mi parte y, hoy, cuando estoy curado de espantos, recuerdo aquello y no deja de asombrarme mi reacción, que era sin duda muestra de mi inmadurez personal y la gazmoñería propia de una crianza machista en pleno corazón de los Andes, así como mi inexperiencia en el campo de la literatura al que me asomaría un año después con mi primera novela Espacio sin límite (que dicho sea de paso, tiene una elevada carga erótica). Por supuesto, no compré el libro, a pesar de que quería comprarlo porque advertí una prosa impactante, en la que los diálogos eran el corpus de su propuesta; su diafanidad y libertad creadora eran tan sugerentes y eficaces, que me dije en voz baja, no sin razón (el tiempo lo confirmaría), a este “tipo” hay que prestarle la debida atención.
Y se la presté. Leí con inmenso deleite sus libros posteriores: Fue ayer y no me acuerdo, Los últimos días de “La Prensa”, La noche es virgen, Yo amo a mi mami, Los amigos que perdí, La mujer de mi hermano, Y de repente, un ángel. Luego le perdí la pista: la crisis nacional y el cierre de las librerías locales atentaron contra la vida literaria de estos lados del mundo, y me contenté con seguir a Bayly en YouTube con sus entrevistas y comentarios de las noticias internacionales, cuestiones en las que también es una verdadera estrella. Diez años después de aquel episodio ridículo, un buen día estaba echando un vistazo en un quiosco librero del mercado, y no podía creer lo que hallé: No se lo digas a nadie en una magnífica edición pasta dura de Planeta, y para resarcir un poco mi condición de pacato de una década atrás, dije en voz alta para que todos me escucharan: “me llevo la novela de Bayly”.
La leí en dos sentadas, porque a pesar de ser un libro voluminoso, fluye sin problemas, ratifiqué, esta vez con la certeza que da la lectura completa y sin prejuicios, que este inicio novelesco del autor es realmente magistral: apasionado, lleno de ternura, ingenuidad y mucho humor. Los diálogos, perdonen que insista, pero es que están tan bien trabajados, que dan envidia y provocan tomar notas como quien aprende una lección de un manual de escritura. Es una novela realmente conmovedora, rompedora del canon, atrevida, en la que no se ocultan los hechos escabrosos, en la que el autor deja al descubierto la hipocresía de muchos miembros de instituciones supuestamente morales, que gozan de un enorme prestigio, y que a la callada se dan a la tarea de pervertir a los niños y a los jóvenes con las excusas de siempre: campamentos, excursiones al campo, entrevistas solitarias con el director y, sobre todo, la imposición de la autoridad a quien no tiene aún sus criterios personales establecidos.
Hoy, diecinueve años después, vuelvo a ella y el mismo asombro: siguen estando vigentes sus premisas y su estética narrativa. No nos equivocamos quienes supimos ver en ella a un texto desenvuelto, profundamente honesto, cuya estructura, sin pretensiones complejas, alcanza una tensión que nos lleva como una rueda de engranaje a desvelar en cada página asombros, perplejidades, hallazgos éticos (falsas lecciones morales); la épica personal de un personaje real llevado a la ficción, que nos muestra las caras de una realidad profunda, latente, enquistada en la sociedad como un pérfido mal, que nos impide ver con claridad aquello no tan oculto, pero que luce al amparo del hecho familiar y religioso, y bajo cuyos preceptos aceptados por “todos” se normaliza al extremo de la infamia.
Hoy vuelve Bayly a la carga con una nueva novela, que produce revuelo en los medios y en el mundo editorial, se trata de Los genios, que tiene como eje articulador el puñetazo que Mario Vargas Llosa le propinó a Gabriel García Márquez en un cine de Ciudad de México en 1976, y que destruyó para siempre aquella amistad. Por supuesto, quiero leerla, aunque va a ser difícil que llegue a Venezuela y tendré que esperar mejores tiempos para ello. Total, hoy es la novedad, mañana, como me pasó con su primer libro, sus páginas quedarán sedimentadas y podré acceder a ellas con la mirada de quien regresa del pasado para expresar con arrojo y desenfado: se los dije, a este “tipo” tenemos que prestarle atención, porque es un fuera de lote, con una inteligencia superior, que no se compadece de sus lectores ni de su audiencia cuando dice lo que siente sin tapujos, sin autocensuras, sin el sonrojo de quien rogó en otros tiempos: “por favor, no se lo digas nadie”.
rigilo99@gmail.com
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