Nunca se han publicado tantos libros como hoy, y aunque esto pareciera una enorme ventaja con respecto a tiempos pasados, trae consigo una serie de circunstancias que inciden de manera directa en la práctica lectora y de la escritura, y cabría destacar de entrada que el libro ha perdido su carácter “sagrado”, se ha convertido en una mercancía más dentro de la voracidad de un mercado que no vacila en enviarlo muy pronto a la trastienda y al olvido, y esto, como cabe suponerse, no tiene que ver muchas veces con su calidad, sino con leyes inexorables, que mueven los hilos de la compra-venta con los ojos vendados sin importar el “peso específico” de una determinada obra.
Paradójicamente, muchos buenos libros son ignorados y muchos malos libros son exaltados ante los ojos de lectores que buscan una lectura ligera: pasar el tiempo, quemar horas de ocio en una butaca, divertirse sin mucha hondura de pensamiento y que en su interior no quede mayor sedimento que un breve punto de toque: un asombro, quizá una mueca, o tal vez una sonrisa ante una ocurrencia ajena o del autor, y esto, ni qué dudarlo, trivializa el hecho literario, al convertirlo en mero divertimento, dejándose de lado su impronta mental y espiritual, que deberían marcar en los lectores un antes y un después.
Al ser mercancía, el libro pierde así su “dignidad” de pieza cultural y pasa a engrosar la dinámica de lo perecedero, del trasto que se arruma en cualquier rincón de la casa, del objeto que se expone en un estante para la apariencia necesaria de quien desea hacerse pasar como intelectual y estudioso, pero lo que menos se trajina en el hogar o en las oficinas, y hasta en los cubículos profesorales, son las páginas de los buenos libros, tan necesarios para estar al día, para formarse, para hallarse a sí mismo, y todo esto que digo es completamente válido para los libros electrónicos, que yacen en la memoria de nuestros armatostes sin utilidad alguna.
Hay demasiados libros en el mercado y no nos damos abasto para acceder a ellos, y no lo digo tan solo por sus altos costos, que los hacen prohibitivos tanto en papel como en pantalla, sino que es tan agitada nuestra dinámica personal, que a duras penas llegamos a la noche con el hálito requerido como para pensar un poco, como para intentar reponer mediante el descanso las energías a punto de agotarse, en medio de una existencia plagada de mil avatares y problemas: de fuerzas ocultas que se empeñan en querer dañarnos, de la crisis instalada en todos los aspectos de nuestras vidas; de las fuerzas menguadas para seguir adelante.
Hay demasiados libros en el mercado y me imagino que una cantidad de ellos nacieron en condiciones un tanto extrañas, porque como lo expresé en una columna pasada, hay gente que escribe libros sin saber escribir libros, sin tener la más mínima idea de cómo plasmar con cierta dignidad las ideas, y a todo esto se une la aparición de la Inteligencia Artificial (IA), que ya venía rodando desde hacía un tiempo, pero que hoy se pone al alcance de todos y vendría a completar el panorama ya nebuloso en el mundo de las ideas y de las letras, ya que como lectores no tendremos la manera de saber cuándo estamos ante un texto original, escrito desde la inteligencia natural y las artes de un autor, y cuándo frente a un texto escrito desde la égida de los artificios de la tecnología.
Creo no equivocarme al afirmar, que estamos en un punto de inflexión de la historia de las ideas y de las letras, en el que habría que replantarse la ética, que como sabemos, no es una noción estática, sino que se amolda a los tiempos y a las novedades, y en esto de la escritura de libros, de textos para la prensa, y hasta de tesis doctorales, tendríamos que replantearnos los límites entre lo tradicional y lo artificial: qué es lo permitido y lo que no debería ser aceptado, por lo tanto habría que redefinirse ¡ya! el concepto de “autoría”, que como podemos ver se ha hecho un tanto elástico y acomodaticio, y de ahora en adelante cualquier persona podría arrogárselo sin tener los quilates para ello.
Sé que ya hay programas que detectan cuándo un texto ha sido escrito con IA, pero también sé que desde siempre ha habido fraude en el campo del intelecto y estos “detectores” no resolverán lo planteado, porque el problema es básicamente de orden moral: de la conciencia del Ser, y es aquí en donde debemos incidir los padres y los maestros, y también los autores, para crear matrices de opinión según las cuales la honestidad intelectual es un enorme valor que nos lleva a insospechadas cimas, a alcanzar metas que nos hagan sentir satisfechos con el esfuerzo personal realizado, y que debemos seguir los empinados caminos de la lectura, de la reflexión, de la comprensión, del análisis y la escritura, que nos llevarán a plantear nuestras propias ideas, a generar la denominada episteme: que tantas satisfacciones deja en quienes trajinamos la palabra.
Hay demasiados libros en el mercado y los criterios de selección suelen ser los azuzados por el marketing, y ya sabemos que esta rama de la gerencia busca posicionar productos y vender, lo que no es malo per se, pero si deseamos ir más allá de lo meramente crematístico, debemos adentrarnos en la lectura seria y reflexiva, que nos permita tomar aquello que responda a nuestros estándares, y obviar lo que se aleje; este es el camino.
rigilo99@gmail.com
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