Sigo con interés cuanto acontece en el panorama musical, quizá con una mirada decididamente sociológica.
El desarrollo de géneros como el rap o el reggae, las letras en torno a las cuales se construyen estos géneros, las variantes en que se ramifican y diseminan, me parecen dignos de toda nuestra atención como retratos de su tiempo y como reflejo de las inquietudes tanto individuales como colectivas de cada generación. “El diario del pasado tenía forma de canción” afirma Verónica Mroczek en un fabuloso texto titulado Cuando la crónica se convierte en canción, publicado en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, en Argentina.
Resalta la escritora cómo, en tiempos en los que los medios de comunicación aún no existían, las noticias viajaban por los poblados envueltas en melodías ejecutadas por juglares, esperados con ansias por personas que escuchaban atentamente las canciones y luego las reproducían y adaptaban.
En efecto: durante la Edad Media el repertorio de los juglares comprendía temas tan variados como vidas de santos, poemas morales y devotos, hechos de la edad clásica, hazañas de Caballería, acontecimientos históricos y sátiras. Cantares de gesta y romances contribuyeron a preservar la historia a través de la tradición oral.
“El espíritu del juglar ha permanecido siempre en el gen del artista. El letrista escribe versos que muchas veces exceden la mera imaginación y dejan plasmadas historias que conmovieron al hombre” continúa Mroczek, quien aduce numerosos ejemplos de cómo se interpenetran música y sociedad. Canciones como Why? de Nina Simone, que versa sobre el asesinato de Martin Luther King; Sunday Bloody Sunday, de la banda irlandesa U2, que lamenta los hechos acaecidos en Irlanda durante las protestas que se llevaron a cabo en 1972, o Cuando los Ángeles Lloran, del grupo Maná, que se refiere al asesinato del ecologista brasileño Chico Mendes, dan prueba de cómo los acontecimientos históricos van quedando plasmados en la música.
Si definimos la crónica como un texto que narra los hechos matizados por los juicios valorativos y sentimentales del autor, podemos concluir que ciertos géneros musicales constituyen, efectivamente crónicas.
En Venezuela existen abundantes y destacados casos de vínculos entre música y sociedad. La semana pasada, sin ir más lejos, se estrenó el tema Sinsemilla Professional, de Juan David Chacón, mejor conocido como OneChot (nombre adquirido en Jamaica durante los años 90 en un intento de pronunciar su nombre , Juancho). El tema del músico y periodista alude a un país del metaverso cuyo líder confía en conducir a la humanidad a sus destino por los caminos del progreso, la tolerancia y la libertad, “puntos que coinciden con el mensaje de esperanza y resiliencia que siempre ha estado presente en la lírica de OneChot”, afirma la nota de prensa que circuló con motivo del lanzamiento.
Otro caso digno de nota es el de Kensuke, el rapero venezolano radicado en España. Clasificado seis veces en la más importante de las competiciones del país, la Red Bull Batalla de Gallos Nacional de España, y tres veces Sub-Campeón de la Red Bull Batalla de Gallos Regional España, es además, un reconocido youtuber, cuyo canal cuenta con más de ciento cincuenta mil seguidores.
Esto solo por citar dos casos, pues venezolanas son también figuras como la del fallecido Canserbero, quien, según la revista Rolling Stone, encabezaría la lista de los 50 grandes de nombres en la historia del rap.
Es preciso alentar y respetar estas manifestaciones que son expresión de los intereses y las emociones de su tiempo, pues el compositor, de manera similar a la del periodista, recoge en sus letras un acontecimiento que le ha parecido relevante, divulgando una noticia a la que imprime, simplemente, la forma de una canción.
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