22 de noviembre de 2024 12:07 AM

Ricardo Gil Otaiza: Miniaturas

1) Tengo en mi haber tres Obras Completas de Jorge Luis Borges (leídas a más no poder) y acabo de adquirir Borges Esencial (2023), editado por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española (del que hablaré luego). Siempre Borges, dirán ustedes, y es cierto. Hallo en su obra posibilidades estéticas, literarias, lingüísticas, filosóficas y metafísicas que no encuentro en otros clásicos. Entre más leo y profundizo en sus textos, más razones tengo para autodefinirme como borgeano, borgiano o borgesiano: el adjetivo en realidad no importa tanto, pero sí todo lo que recibo de su impronta y su inmenso legado.

2) Nadie escapa al ego, es intrínseco de lo humano. Acabo de leer acerca de los estragos de este pequeño monstruo que llevamos dentro, y en realidad me atormenta, porque entre más cosas haces y emprendes, más razones hallas para alimentarlo, pero crece tanto que termina convirtiéndose en un alud que pugna por enterrarte. Alguna vez leí (siempre la lectura) que cuando sintamos el ego muy elevado le opongamos la frase “soy mortal”, y de veras resulta, pero lo cumbre de todo esto es que casi nunca aceptamos tenerlo elevado; es más, lo confundimos con cuestiones emparentadas: dignidad, autoestima, logros, empoderamiento…

3) Fui testigo de la llegada del hombre a la Luna: hecho del que se cumplieron este 20 de julio 55 años. Y digo que fui testigo, porque mis ojos de niño vieron por televisión el portento tecnológico del que nunca he dudado, como sí lo hacen millones de personas en todo el planeta, que juran y rejuran que todo fue un engaño: una bien montada patraña de parte de los gringos. Mi tío Óscar, que para entonces esperaba ser operado, en su lecho de enfermo expresó con alegría: “Si me muero habré visto la llegada del hombre a la Luna”. Y se murió en la operación, y nada ni nadie podrá quitarle ya esa certeza, que es un hecho histórico asentado para siempre.

4) La letra impresa está muerta si no halla lectores que le insuflen vitalidad, de allí nuestro poder como lectores, que hacemos de unos caracteres asentados en una página o en una pantalla todo un universo que se conjunta en nuestro ser como huella indeleble, y nos cambia la vida para siempre. Visto así, somos cocreadores de cada página leída, porque sin nosotros carecería de valor y significado: somos los lectores quienes justificamos la existencia de una obra, quienes hacemos (o no) de un autor un clásico, quienes trascendemos lo escrito en un libro y lo llevamos más allá de su tiempo y de su espacio para que sea perdurable e infinito.

5) Al verso solemos oponerle la prosa, pero fuera de esta verdad técnica (perfectamente verificable desde los antiguos), la prosa cuenta la vida y sus avatares, lo vulgar y prosaico: plasma desde cada lengua la concatenación de hechos y circunstancias que nos cuentan la existencia en toda su magnitud y esplendor, de allí su fuerza entre nosotros. Esto no quiere decir en modo alguno que la poesía esté en retirada, pero sí habla del enorme prestigio de la prosa desde la narrativa, la ensayística y otros géneros, cuyo mercado crece a pasos vertiginosos en nuestros días y le auguran un futuro prometedor (aunque no exento de riesgos).

6) Si lo analizamos con cabeza fría, somos un sustantivo: nos identificamos con un nombre y hacemos de él (y el de los otros) el centro de nuestras vidas. La sustantivación de la existencia se ve afectada, hay que admitirlo, por la adjetivación, que busca etiquetar, signar, marcar y horadar. Lamentablemente, el sustantivo se afecta con el adjetivo: lo cambia, lo transmuta, lo transforma; lo pone entre paréntesis, lo lleva a tribunales y hasta lo encarcela para su exterminio. En el libre juego entre sustantivos y adjetivos se mece el día a día y el mundo: dependerá de nosotros que entre ambas nociones lingüísticas y existenciales haya paz y equilibrio: de ellos derivan el ansiado e inescrutable paraíso.

7) Nos dice la poeta española María Pilar Cavero en su poema Cinco (Se nos fue con sus rosas, 2016) que cinco letras conforman “poema”, “poeta”, “verso”, “verbo” y “magia”. Yo agregaría a esta bella lista literaria: “prosa”, “libro”, “frase”, “punto”, “línea”, “papel”, “canto”, “lápiz”, “pluma”, “tinta”, “texto”, “obras”, y podría continuar con las pentasílabas. La escritura es en esencia un río que fluye y nos hace sus posesos: nos arrebata el tiempo de ocio y lo transforma en obra. ¿Qué fuese de la vida sin las letras y sin el arte en general? Sin duda: triste y árida, sin la esperanza de un hipotético cielo que se nos regala con cada página.

8) La felicidad es impúdica, nos muestra su esplendor sin el agravante de caer en terrenos indiscretos o vergonzosos frente al qué dirán. Cuando nos enamoramos nada importa más que el encuentro con la mirada y el abrazo de la persona amada, y en ambos nos perdemos para hallar el infinito que nos constituye. Si obtenemos algo anhelado durante mucho tiempo, lloramos de felicidad, y poco nos interesan las miradas de quienes a lo mejor nos critican muy a la callada, porque el sentimiento hay que celebrarlo, saborearlo, llevarlo al extremo de lo orgiástico: captarlo con todo nuestro ser, cincelarlo en las retinas y en la piel, y allí se quedarán como huellas perennes de un gozo que quizás no se repita como nueva experiencia, sino como recuerdo de aquellos inolvidables días.

rigilo99@gmail.com

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