22 de noviembre de 2024 4:39 AM

Freddy Marcano: Militancia política y cautela

En Venezuela los historiadores aceptan que la modernidad política arrancó, a partir de los años cuarenta, con la fundación de partidos políticos como  AD, Copei, PCV y URD, entre otros que no lograron sobrevivir. Estos partidos tuvieron una triple virtud: en primer lugar, le dieron a los ciudadanos expresión y cultivaron, aunque monopolizaron, una determinada doctrina e ideología política; en segundo lugar, abarcaron todo el territorio nacional, llegando hasta donde ni el Estado mismo había llegado por tener un país, básicamente, rural; y, por último, conformaron a la postre un estable cuadro de dirigentes que hicieron carrera en ellos. La principal diferencia con los partidos del siglo XIX está no sólo en negar estas características, sino en que llegó el momento en que no hubo diferencia alguna entre los conservadores y los liberales (recordemos el famoso eslogan: “Si ellos se hubiesen dicho federalistas, nosotros hubiésemos sido centralistas”),  en última instancia todo dependió de las armas y de los caudillos que las tenían, por lo que a Gómez le fue fácil acabarlos lo cual generó un vacío que Medina Angarita no logró llenar con un partido de gobierno que seguía los pasos de López Contreras.

El Nacional / @freddyamarcano

Por una parte, los referidos partidos del siglo XX fueron la expresión más consumada de la socialdemocracia, el socialcristianismo y el marxismo en Venezuela, porque Jóvito Villalba – así se dijera liberal – fue indiferente con una escuela que tampoco supo cultivar Arturo Uslar Pietri, suficientemente, a posteriori. Por supuesto, en cada uno de ellos, hubo sus acentos: unos más a la derecha, otros más a la izquierda. Por un larguísimo tiempo se mantuvieron estas familias ideológicas hasta que se agotaron. En el caso de Copei y  Convergencia, finalizaron sin que nadie los diferenciara. A finales del siglo XX,  buena parte del MAS imitaría el mensaje de una AD que lo había descuidado, mucho eurocomunismo. Con Chávez se retrocedió a los tiempos de la Guerra Fría, o pregonara Emeterio Gómez «en el desierto», sin que los grupos de Roraima y Santa Lucía pudieran fundar un partido liberal por toda la calle del medio.

Por otra, hubo partidos realmente nacionales con vías de comunicación en mal estado y sin telefonía móvil celular ni Twitter, en pleno combate contra la malaria, por ejemplo. Estos partidos casi que estuvieron presentes en todas y cada una de las parroquias del extenso e incomunicado país. Sacrificando a la propia familia, hospedándose en los hogares de la propia dirigencia local, sin real para pagar hoteles o posadas, haciendo una “vaca” para comer, consagrando una alianza política nada más y nada menos que con el sacramento del bautismo (muy diferente a ese compadrazgo hecho complicidad que se conoció después). Esa  dirigencia partidista, sin un GPS a la mano, tenía un exacto conocimiento de nuestra geografía, psicología, costumbres, gastronomía y hasta genealogías regionales, locales y muy locales. Hay un hecho histórico tan irrefutable, como el triunfo de Rómulo Betancourt en las elecciones de 1958: cierto, perdió la Caracas que fue escenario principalísimo de la caída de Pérez Jiménez y, por ello, el triunfo de Wolfgang Larrazábal donde agarraron cola los comunistas y los urredistas, pero ganó en la Venezuela provinciana, la profunda y la más íntima Venezuela que no abandonó ni siquiera en el exilio, porque les enviaba un “long-play” con su mensaje oral o una carta que llegaba al caserío más lejano gracias a la compleja y eficaz red clandestina de la resistencia.

Luego, esos partidos se convirtieron en instituciones a pesar de los años, las discusiones que se hicieron costumbre entre militantes informados y también cultos o las diferencias que debían resolver con niveles de tolerancia que hoy ningún partido aguantaría. Por   décadas, se podía discrepar y, políticamente, no hubo más remedio que explicar y defender la unidad a través de la convivencia, eso sí, de la misma familia ideológica. Con tendencias en constante transformación, se podía hacer carrera en esos partidos.

Otro ejemplo, lo hicieron Jaime Lusinchi y Luis Herrera Campíns, desde el parlamento: fueron jefes de sus bancadas, por algo no serían ministros ni embajadores, hasta llegar a la presidencia; los jóvenes le impusieron la insurrección a los más viejos entre los comunistas, y Villalba no era la única estrella de un partido en el que se escuchaban voces como las de Ugarte Pelayo, Humberto Bártoli, Tenorio Sifontes, o Leonardo Montiel Ortega. Con el tiempo, eso se agotó y, por años,  no hubo partido confiable en el cual militar: fuere por motivos ideológicos o políticos, todos se dividieron. Los liberales no llegaron a vivir esa experiencia partidista, excepto cuando se agruparon alrededor del medinismo, pues, objetivamente, más de 90% de las divisas las cataba el Estado y, al llegar los tiempos de la liberalización de la economía, paradójicamente propulsada por CAP, apostaron por la antipolítica que les dio alcance.

Lo anterior explica la única militancia  de buena parte de la dirigencia histórica venezolana. Había estabilidad e institucionalidad de los partidos, e, incluso, no se consideraba deserción cuando se trataba de la misma familia, como es el caso de quien saltaba de AD al MEP de los viejos tiempos, del PCV al MAS otrora fuerza comunista venezolana (así dice su partida de nacimiento). Además, los fundadores de AD, Copei, URD y PCV, ¿no venían de probar con la creación de otros partidos, afiliación a grupos ideológicamente diferentes, en una época de inestabilidad y de pérdida de identidad doctrinaria e ideológica? Épocas que deben señalarse como de búsqueda, más que de deserciones. Es más, podría preguntar: ¿hay partidos en Venezuela, por toda la calle del medio que se aproximen a los partidos históricos? ¿Estos después no se fragmentaron facilitando el ascenso de Hugo Chávez? ¿Cuántas socialdemocracias, socialcristianismos, liberalismos o marxismos no hay en Venezuela? ¿Quiénes no compiten por entrar en las internacionales de derecha e izquierda? ¿Certifica el CNE la existencia de un partido o las internacionales que reconocen su talante ideológico? ¿A quiénes certifican las oficinas de la Friedrich Ebert, Konrad Adenauer o Cedice en Caracas, como socialdemócrata, socialcristianos o liberales? Por ello, en tiempos de definición, tiende a desestabilizarse toda militancia política en la búsqueda de un partido genuino y definitivo; creemos, más bien la traición es la de sus dirigentes que los desdibujaron cazando a incautos.

Estas interrogantes nos las podemos hacer a diario, algunos las vivimos de alguna manera, y sería importante que las nuevas generaciones indagaran y las respondieran a su manera, a través de sus experiencias, para que tuvieran una idea más clara del panorama en el cual nos encontramos y como las organización políticas y sus militantes son piezas fundamentales. Con estas respuestas, entre todos podremos buscar una mejor solución al conflicto, porque la política y el político no solo están para la búsqueda del poder por tenerlo, sino para transformar y generar beneficios al pueblo, con la reconstrucción de la institucionalidad, en primer lugar,  de los partidos y, luego, de las instituciones públicas. Ojalá y cada uno de los que hemos resistido, insistido y persistido nos dispusiéramos, con constancia,  a considerar la política como una herramienta de conocimiento, comunicación y vida quizá otras posibilidades se abrirían ante el país.

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