En su última obra, “Miles de millones: Pensamientos de vida y muerte en la antesala del milenio” (1997), ese gran visionario del siglo XX que fue Carl Sagan reflexionaba sobre la resistencia de los políticos a desentrañar y comprender las señales de los oráculos de su tiempo. “Hay que proceder con sumo cuidado a la hora de convertir una profecía en una acción política”, afirma. Sagan trae a colación la historia de Creso, (560- 546 a.C) el próspero rey de Lidia cuya ambición excedía los límites de su pequeña nación. “Así, según Herodoto, se le metió en la cabeza invadir y someter a Persia, entonces la superpotencia del Asia occidental. Para determinar la prudencia de su empeño, envió a unos emisarios a consultar el oráculo de Delfos… ¿Qué sucederá si Creso declara la guerra a Persia?” Pitia, célebre sacerdotisa, respondió sin rodeos: “Destruirá un poderoso imperio”.
Al escuchar eso, Creso seguro pensó: “Los dioses están con nosotros… ¡es momento de atacar!” Y en efecto, lo hizo. Organizó una alianza, marchó hacia el Este, cruzó el río Halis, invadió Persia… y allí sufrió una humillante derrota. “No sólo el poder de Lidia quedó destruido, sino que él mismo se convirtió para el resto de su vida en un patético funcionario de la corte persa, brindando consejos de poca monta a dignatarios que los recibían con indiferencia”. ¿Qué había fallado? ¿Por qué, si había pagado espléndidamente la asesoría de Pitia y seguido su consejo al pie de la letra, ella lo había engañado? La respuesta del Oráculo aclara el aparente embrollo. Si la profecía de Apolo anunciaba la destrucción de un imperio poderoso, “lo juicioso habría sido preguntar de nuevo si se refería a su propio imperio o al de Ciro. Pero Creso no entendió lo que se le decía ni inquirió más. La culpa es enteramente suya”.
Sagan es implacable en cuanto a la responsabilidad del político en este asunto. La lección que ha dejado Pitia es reveladora: “tenemos que formular bien las preguntas, incluso a los oráculos; las preguntas han de ser inteligentes, aun cuando parezca que ya nos han dicho exactamente lo que deseábamos oír. Los políticos no deben aceptar respuestas a ciegas, deben comprender; y no permitir que sus propias ambiciones oscurezcan su comprensión”.
La lección de la derrota prácticamente autoinfligida resulta pertinente para los venezolanos. Los tiempos del wishful thinking, de la afición por amoldar teorías y realidades para que calcen en las propias preconcepciones y deseos, dejaron su muesca en nuestra historia reciente. No escuchar las advertencias o escuchar a medias, cancelando, aliñando o reservando las partes de la evidencia que dan gusto al sesgo cognitivo, ha sido una gimnasia recurrente. El resultado no puede ser más dramático, un guantazo que emula al de Creso. Una oposición disminuida, cogida en falta, exhibiendo derrotas que no ya cosechan la misma indulgencia. Sí: incluso algunos de los fieles de ayer, juzgan hoy con amarguras a “un gobierno interino anticipadamente corrompido”, a una dirigencia “atascada en la adolescencia eterna de sus líderes”. Quejas justas, pero a destiempo. (¡Ah! El deadline de enero 2023, la eventual cooperación energética entre EE.UU. y Venezuela, muerden los tobillos del interinato). Reclamos que, a su vez, remiten a las muchas advertencias no atendidas en su momento. Sin timing, sin cuestionamiento exhaustivo y desapasionado, sin anticipación estratégica, la política se vuelve irrelevante.
“Los políticos tienen que decidir qué hacer con la respuesta, si es que hace falta tomar alguna medida, pero primero deben comprenderla”. Si bien Sagan -astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo- dirige sus sensatos dardos a líderes que ignoran las advertencias de los “oráculos modernos”, los de la ciencia y la tecnología, sin duda estos aterrizan en una diana más amplia. Allí figurarían, de paso, las decepciones por los presuntos yerros de la investigación política y los sondeos electorales. Al margen de ese dato que retrata el instante por caducar, que mide el ánimo circunstancial de la opinión pública, ¿se atendieron todos los avisos incómodos, se analizaron los obstáculos que operaban con antelación, se escarbó más allá de lo obvio? Lidiar con la autocrítica cuando los planes se desploman por negligencia, omisión o ignorancia, es un tramo antipático que no todos contemplan.
En este punto, recordamos los afanes de Casandra, princesa de Troya, la brillante hija del rey Príamo. Una vidente a su pesar, pues al aceptar el don que le ofreció Apolo pero no su cortejo salvaje, fue condenada a un destino paradójico: sus profecías, aunque certeras, nunca serían dignas de crédito. Bautizada como “la dama de las infinitas calamidades”, se desespera ante los griegos: “¿Cómo no me comprendéis? Conozco muy bien vuestra lengua”. A ellos sigue hablando, aunque ninguno escucha. También vaticina a sus compatriotas, los despistados troyanos, “todos sus desastres”. Ella no calla, sin embargo, aun cuando conoce el detalle de su propia muerte, aun cuando sabe que el peligro que comunica, espanta a los demás. La lengua de Casandra es la misma de todos, no así la consciencia que obligaba a penetrar su oscuridad.
Creso y Casandra encarnarían dos extremos de la respuesta política a quienes portan sombreros negros (Edward De Bono,1993) a la hora de señalar, constructiva y responsablemente, las amenazas y debilidades de un plan. Dice Sagan que Creso representa la aceptación crédula y acrítica; y la respuesta de griegos y troyanos a Casandra, “un rechazo estólido e inamovible de la posibilidad de un peligro”. Atento a la necesidad de distinguir las ideas útiles de las descabelladas, Sagan concluye: “la tarea de un político consiste en marcar un rumbo prudente entre estas dos orillas”.
@Mibelis
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