Por NELSON RIVERA
¿Podría describir el ambiente político venezolano entre 1945 y 1948?
La intensidad y extensión de la movilización social durante el “trienio” no tenía precedentes en nuestra historia. En ese corto período se celebraron tres procesos electorales con participación directa del pueblo (primero para la Asamblea Nacional Constituyente, luego para presidente de la República, Congreso Nacional y Asambleas Legislativas, y finalmente para Concejos Municipales) todo en un ambiente dinámico en que noveles partidos políticos, hasta entonces sin mayor experiencia democrática, se enfrentaron en intensa competencia. La dirección y administración del Estado y la lucha política por alcanzar el poder y ejercer influencia habían pasado, de la noche a la mañana, de aquellos distantes y oscuros cenáculos, que hasta entonces habían concentrado y manejado todo el poder, a nuevos dirigentes sociales que desde el gobierno y desde la oposición ahora competían abiertamente en el Parlamento, en la prensa, en la tribuna pública y en la calle. En otras palabras, se vivía un ambiente político absolutamente distinto. A aquella intensa pugnacidad política se sumaban las demandas por mayores cuotas de poder y presiones que ejercían los militares, que aunque socios del gobierno ya conformaban un nuevo frente político, y también la natural resistencia a los cambios por parte de las viejas élites apartadas del poder pero que estaban allí, acechantes, en busca de recuperar sus tradicionales privilegios.
Hablemos del Rómulo Gallegos de 1948. ¿Era realmente percibido como un referente moral?. ¿Estaba preparado para gobernar a Venezuela?.
Sin duda era un referente moral. Su candidatura venía a satisfacer la justa aspiración de los venezolanos de tener un presidente civil, emanado de la voluntad popular. Laureado intelectual, con extensa obra escrita, bien ganado prestigio universal y reconocido como demócrata. Decía, “escribí mis libros con el oído puesto sobre las palpitaciones de la angustia venezolana”. Ningún problema fundamental de Venezuela escapó a su creación literaria. En definitiva las novelas de Gallegos eran cabal interpretación de la sociedad captada en todos sus detalles y descrita en prosa excepcional. Sobre ellas había dicho Gallegos: “… aspiro a que mi mundo de ficción retribuya al de la realidad sus préstamos con algo edificante”. De indoblegable dignidad, antes que ofrecer y prestar sus servicios o hacer loas a la autocracia o de empeñar su talento en busca de “explicaciones sociológicas” a la existencia de la autocracia, como había sido la conducta de unos cuantos, optó por la dignidad, rechazando la oferta de la Senaduría por el estado Apure que le ofreció el dictador. Por el contrario se fue al exterior y vivió también las angustias y estrecheces del exilio. Luego de la muerte de Gómez, exhibió su pensamiento y su fe democráticos como activo parlamentario, ministro de Educación y concejal. En cuanto a lo otro, si era o no el hombre preparado para presidir a Venezuela en aquellas circunstancias, debo decir con sinceridad que no lo era. Más tarde esta verdad la reconoció el propio Gallegos. El empeño de Betancourt y de la mayoría de la dirigencia del partido de lanzar su candidatura estuvo entonces y aún permanece en la polémica.
Hay dos hechos: la auto inhibición de Betancourt y la elección de Gallegos como candidato que constituyen enigmas de la política del siglo XX. ¿Betancourt se equivocó doblemente?.
Son quizá los hechos de aquel proceso más polémicos en cuanto a su origen y propósitos. En el libro afirmo que la o las razones del decreto auto inhibitorio nunca estuvieron claras para la opinión y entonces más bien se le consideró por unos como un gesto de “ingenuidad”, y por otros como un exceso de honradez política. Contradecía todo lo esperable en situaciones políticas parecidas, pues en tales casos los recién llegados más bien inventan razones para seguir en el poder. Los propósitos del decreto, en mi opinión, eran evitar divisiones internas en la pugna por la candidatura, dar mayor fuerza a la futura candidatura de Gallegos y muy especialmente cerrar las puertas a una posible candidatura militar. En cuanto a lo otro, Betancourt estaba consciente del peligro que para la amenazada democracia significaba la presidencia de Gallegos, quien se calificaba a sí mismo como un escritor prestado a la política. En la situación de entonces la democracia necesitaba de un líder político fuerte, hábil, con mayor experiencia en la confrontación y la defensa. Pero había un “compromiso histórico”. Alrededor de su figura y su prestigio se había fundado Acción Democrática. Además ya para el momento de la escogencia de la candidatura el partido estaba dividido internamente entre los partidarios de uno y otro. Claro, estaba también vigente el decreto inhibitorio que de ser violentado por Betancourt hubiera dado fuerza a una confrontación interna en AD y quizá, finalmente, como suerte de solución, a una posible candidatura militar. El escritor Robert Alexander dice que Gallegos estuvo entonces y durante todo el resto de su vida muy consciente de la situación y había entendido las dudas que muchos tuvieron sobre su capacidad para ejercer la Presidencia en aquellas circunstancias. Afirma que Gallegos, en ocasión de la celebración de sus setenta y cinco años de edad, en 1959, le hizo un comentario que Alexander recogió literalmente. Gallegos habría dicho que “… no estaban equivocados quienes aconsejaron a Betancourt… ser entonces el candidato de mi partido, porque sus manos eran mucho más expertas que las mías en el manejo de los asuntos públicos… pero Rómulo había dado su palabra y no podía echarse para atrás…”.
¿Gallegos tuvo una política hacia las Fuerzas Armadas? ¿Tenía consciencia del peligro que lo acechaba?.
Todo hace pensar que al menos no tuvo la necesaria flexibilidad para el difícil manejo de las relaciones entre los civiles y los militares. Betancourt intentó ayudarlo en momentos de crisis y Gallegos no lo escuchó, y más bien, como expresión de ese rechazo, le insinuó que se alejara del país, lo que ciertamente ocurrió en momentos críticos. Gallegos recibió oportunas advertencias e informaciones sobre conspiraciones en marcha y se negó a tomar las medidas para enfrentarlas. Mantuvo plena confianza en Delgado Chalbaud, quien lo engañó hasta el final. Era un hombre de principios morales muy rígidos, como recuerda Manuel Caballero, no un político que supiera maniobrar, emplear a un mismo tiempo la mano zurda, el garrote y el terrón de azúcar. Creía ingenuamente que para entonces la democracia estaba asegurada por su origen legítimo.
El 18 de octubre de 1945 —el golpe de Estado contra Medina Angarita— ¿abrió las puertas al 24 de noviembre de 1948? ¿Están conectados estos dos momentos?
Hay una lógica relación en cuanto a sus autores y orígenes, pero no así en cuanto a sus consecuencias. En ambos casos los actores principales fueron los mismos y también ambos hechos tuvieron como fundamento primario el pretorianismo como vicio histórico, es decir, la ambición militar por el poder político. Pero en cuanto a sus consecuencias sabemos que el 18 de octubre más bien retrasó por tres años el 24 de noviembre. El golpe militar que condujo a la dictadura venía de todos modos y la alianza con AD lo retrasó por tres años. Y en ese tiempo el país vivió una experiencia democrática que fue fundamental para la exitosa lucha contra la dictadura que se instaló el 24 de noviembre. El 18 de octubre dio origen a un gobierno civil, democrático, que introdujo profundos cambios sociales, políticos y económicos, que en poco tiempo recibió legitimación por limpios procesos electorales. Se reconocieron y respetaron los derechos humanos. Nacieron y se consolidaron los partidos políticos y otras instituciones fundamentales para la democracia. En contraste, el 24 de noviembre originó una dictadura militar, significó una regresión política, que terminó por neutralizar a los partidos políticos, por perseguir y encarcelar a los opositores, torturar y asesinar y hasta imitar, para vergüenza de nuestra historia, la aberrante figura de los campos de concentración. Por eso en el libro rechazo la tesis sustentada por los militares y por algunos de sus cómplices civiles de que hubo una “rectificación”, y sostengo que el 24 de noviembre fue una total ruptura del proceso. Pocaterra, comisionado por los militares para buscar el reconocimiento de Washington, le había dicho a los funcionarios americanos que el 24 de noviembre tenía la misma naturaleza, obedecía a la misma dinámica, reposaba sobre las mismas bases y tenía la misma justificación, política y moral que el 18 de octubre. Que el golpe contra Gallegos no debía verse como una situación extraña pues era absolutamente normal, resultado de una lógica sucesión de acontecimientos pues así como el Ejército había llevado al partido AD al poder, ahora simplemente lo había removido de este. Ignoró que Gallegos había sido electo por el pueblo.
Se repite con frecuencia el talento con que Betancourt habría manejado la cuestión militar.
Creo que una de las principales carencias del liderazgo civil venezolano ha sido y de alguna manera sigue siendo el casi absoluto desconocimiento del mundo militar. Y esta falla es especialmente absurda cuando nos damos cuenta de que la política venezolana a lo largo de toda su historia recoge una sucesión de hechos que evidencian la permanente pugna por el poder entre los militares y los civiles. El resultado de esta confrontación ha sido que los militares han dominado la política, y solo de manera excepcional e incompleta lo han logrado los civiles. El pretorianismo militar ha sido acompañado de una suerte de pretorianismo civil, pues siempre los civiles han estado sometidos al mundo militar. Nuestra historia política registra una continuada conducta de sumisión, dependencia, cooperación y temor del mundo civil al mundo militar. Lo recordaba Gallegos cuando en 1959 recibió el Doctorado Honoris Causa en el Paraninfo de la Universidad Central de Venezuela. Entonces, en su discurso, recordó la imprecación que ya había escrito en su novela Reinaldo Solar: “Universidad: casa de segundones, hermana menor de la revuelta armada, tú también tienes la culpa pues si el mayorazgo de la violencia enseñoreada de nuestra historia se había formado en los campos de batallas fratricidas, propicios a las hegemonías de los hombres de presa, de las universidades habían salido los doctores encargados de darles y ponerles ropaje artificioso de cultura a los desmanes de los apetitos dictatoriales del hombre del sable victorioso…”.
Creo que Betancourt fue el jefe político democrático que mejor estudió y conoció el mundo militar. Lo comprueban varios hechos: nunca fue derrocado, no obstante los muchos intentos, y también pudo desafiar y vencer con éxito el veto a su condición de jefe del Estado y dirigente político que le había impuesto buena parte de la alta oficialidad. Se hizo respetar y fue obedecido. Aun siendo civil los militares lo respetaron como si fuese un líder militar.
Uno de los factores que explican el golpe a Gallegos fue el sectarismo de AD, ¿existía?
Sin duda que existía. Esa desviación de conducta causó mucho daño y sin duda debe contarse entre las “causas” de la caída del gobierno. Los dirigentes del partido así lo han admitido. No había experiencia de vida democrática, apenas dábamos entonces los primeros pasos. Betancourt combatió el sectarismo y varias veces, condenándolo, hizo referencias a su origen. Las revoluciones —dijo— tienen su propia dinámica y en las horas álgidas de su nacimiento, el afán de defenderlas conduce a extralimitaciones inevitables. Afirmó que no se cambia tampoco de la noche a la mañana, por decreto, el que ha sido tradicional estilo de gobierno ni se eliminan por resolución ejecutiva los resabios ancestrales acumulados. La mejor prueba de que el sectarismo respondía a la inexperiencia e inmadurez es que años más tarde, una vez rescatada la democracia en 1958, funcionaron sin mayores conflictos los gobiernos de coalición entre partidos políticos.
¿Qué otros factores fueron impulsores del golpe de Estado?
Hay una larga lista, de variable influencia: la tradición española de los pronunciamientos; el difícil y siempre inestable desempeño y las amenazas a la estabilidad y riesgos propios de cualquier ensayo de co-gobierno cívico-militar; el pecado original de AD de haber llegado al poder en brazos de los militares; la perversa vocación subversiva de las logias militares, entonces muy activas en la región; la política injerencista de los Estados Unidos sobre los países de América Latina, especialmente intensa en aquellos años de inicio de la Guerra Fría; la dura confrontación entre el partido de gobierno y los partidos de oposición y los muchos otros conflictos en el mundo civil en buena parte derivada de la inexperiencia y carencia en el liderazgo civil de una cultura democrática; las prácticas y manifestaciones de sectarismo atribuidas con razón a AD; la apabullante fuerza electoral del partido de gobierno; la debilidad de la defensa por parte del liderazgo civil bajo la presidencia de Gallegos en momentos en que debió enfrentar las presiones y amenazas de los militares; las fisuras internas que en momentos críticos se produjeron y se hicieron evidentes entre los principales líderes del partido de gobierno; la ineficacia y la no aplicación oportuna de los pocos medios jurídicos y políticos disponibles para enfrentar la conspiración; y las debilidades y vacilaciones en el momento de defender la institucionalidad y de enfrentar las amenazas y acciones de los militares golpistas.
¿Cómo fue posible que Gallegos detenido haya escrito su carta de despedida y además se la haya entregado a Humberto García Arocha? ¿Por qué sus captores lo permitieron?
Gallegos escribe la carta y sale expulsado del país apenas pocos días después del golpe de Estado. Todavía los militares mantenían cierta prudencia quizá en busca de asegurarse el inicial silencio de los sectores democráticos del país, que ya habían hecho presencia en Miraflores durante el curso de los acontecimientos y no habían protestado ni siquiera por la disolución del Congreso y la abolición de la Constitución. De todas maneras la carta de Gallegos fue publicada por muy pocos medios. Prueba de esa prudencia de los militares fue que incluso, el 15 de diciembre, el embajador de los Estados Unidos pudo visitar y conversar, con permiso de la Cancillería venezolana, a Rómulo Betancourt, que estaba asilado en la Embajada de Colombia.
¿Cómo eran aquellas Fuerzas Armadas de 1948? ¿En qué habían cambiado con respecto a los tiempos anteriores?
Estaban dirigidas por una nueva y joven oficialidad, la mayoría formada en Escuelas Militares, y algunos con cursos en academias del exterior. Para el 24 de noviembre el grado superior para el servicio activo era de teniente coronel. A raíz del 18 de octubre se habían transformado en socios del poder político civil, con aspiraciones corporativas, y ya habían elaborado y defendían la tesis de que el poder militar tiene a su cargo la vigilancia, calificación y salvaguarda de la marcha de las instituciones del Estado. Ya para entonces estaban convertidos en árbitros de la política. Por eso el comunicado de instalación del gobierno militar el 24 de noviembre finalizaba con una frase reveladora: con el derrocamiento del gobierno “una vez más las Fuerzas Armadas están cumpliendo con los sagrados deberes a ellas encomendados…”.
¿Qué resulta de comparar el pretorianismo de 1948 con el de hoy en Venezuela?
Hemos sido a lo largo de los doscientos años de vida independiente una sociedad pretoriana, como también lo han sido las de otros países de la región. Los militares nunca han aceptado de buena gana la existencia de gobiernos civiles y siempre han presionado por altas cuotas de poder y mantenido y practicado su “derecho” a derrocarlos. Cuando no han ejercido todo el mando entonces han hecho punto de honor al conservar un alto grado de autonomía funcional y administrativa. Es el caso de Venezuela: lo fue en aquellos años de 1945 a 1948, luego más abiertamente durante la dictadura de los diez años, y también a lo largo de los cuarenta años de la democracia. Por supuesto que es también el caso de hoy, pero con mayor intensidad. A partir de 1999, con la llegada de Chávez y de manera creciente, los militares han pasado a ejercer, de manera directa, la actividad y la militancia política, se sienten y actúan como dirigentes de un partido político, muchos ocupan importantes cargos en la administración como ministros, directivos de Institutos Autónomo, Gobernaciones de estados, y a diario dan declaraciones de carácter político-partidista, actúan en defensa de grupos ideológicos y conforman el núcleo central de una nomenclatura en la que se toman las más importantes decisiones políticas y administrativas. Por otra parte en la nueva Carta Magna desaparecieron las muy pocas y débiles disposiciones de control civil contenidas en la Constitución de 1961. Y por el contrario, más bien allí se les otorgó el derecho al voto y el derecho a antejuicio de mérito a los oficiales generales, y se les dio la función de institución fundamental para el desarrollo político y socio-económico del país.
Sostiene que se ha silenciado el aporte civil de la Emancipación de Venezuela, destacando el protagonismo militar. Lo llamativo es que, en líneas gruesas, puede decirse que la historia de Venezuela ha sido escrita por civiles.
Es cierto que el proceso de independencia de Venezuela, a diferencia de lo que ocurrió en otras partes del mundo, pero al igual que en otros países de América Latina, fue principalmente de naturaleza bélica, y por tanto estuvo dirigido y ejecutado mayormente por militares. De allí que al registrar y analizar nuestro pasado la historiografía relata fundamentalmente las campañas militares y las batallas libradas por los ejércitos. Pero también es cierto que hubo, durante la independencia y a lo largo de la vida republicana, una importante participación y contribución civil en ideas, principios, proposiciones y logros de unidad regional y continental, de iniciativas de formación y aplicación del derecho humanitario, de la lucha por el desarrollo político y de constitucionalismo democrático. A lo largo de los doscientos años no es que se hayan ignorado pero no se les ha dado el lugar merecido en la historia del proceso civil. Como recordaba Rómulo Betancourt, poco se sabe de la obra de Juan Germán Roscio sobre el conflicto entre la libertad y el despotismo, o que Andrés Bello es uno de los forjadores del ordenamiento jurídico y de las instituciones democráticas de Chile, o de Miguel José Sanz, el maestro de Bolívar, quien se adelantó a su tiempo al intuir el moderno concepto de la educación de masas, o de Fermín Toro con su crítica al liberalismo económico y a la autocracia como sistema político. Por el contrario, como expresión de un continuado pretorianismo se hace homenaje y recuerdo histórico mucho más a los personajes militares. Se ha llegado al extremo de dar el nombre de Juan Vicente Gómez a un aeropuerto, al mismo tiempo que se ha borrado y sustituido el nombre de José María Vargas en su propio estado natal. En definitiva la exaltación del papel jugado y a la memoria de los militares y la relativa ignorancia o desconocimiento de la contribución del mundo civil tanto en el proceso de independencia como a la posterior evolución republicana ha servido para crear mitos que a largo de la historia han perseguido y persiguen el perverso propósito de dar preeminencia histórica y política al estamento castrense por encima de los civiles. Sin darnos cuenta seguimos cultivando y practicando una continuada adoración por aquellos mitos y hasta llegamos a admitirlos como si fueran verdades incontestables. Por ejemplo, después de doscientos años se ha llegado al absurdo extremo de calificar como “ejército libertador” al actual componente mayoritario de las Fuerzas Armadas, afirmación que se repite a diario y se proclama sin rubor alguno en decretos, alocuciones, desfiles, estandartes y consignas.
¿Tiene solución el pretorianismo venezolano? ¿Qué recomendación daría a los sectores políticos o a futuros legisladores?
La institución militar en su conjunto ha sido el verdadero poder político y base de sustentación de los gobiernos de Chávez y Maduro (ambos caracterizados por violación sistemática de derechos humanos, corrupción generalizada, ineficiencia, entrega de la soberanía a gobierno extranjero, narcotráfico, ruptura del orden constitucional, desconocimiento de la voluntad popular). Esta situación plantea algunas interrogantes, la primera de las cuales pudiera ser ¿qué debe hacer la democracia con la institución militar una vez que recobremos el sistema de derechos y las libertades públicas? Sobre el asunto hay experiencias de otros países de América (en unos se ha llegado al extremo de la abolición como Panamá y Costa Rica, en otros como Argentina se ha logrado un mayor y eficaz control civil, y en algunos se les ha modificado de manera substancial en cuanto a su tamaño, estructura y funciones) y también se han expresado muchas y contradictorias opiniones por especialistas conocedores del tema y de profesionales destacados.
He escuchado y anotado diversas opiniones al respecto. Por ejemplo, el general Fernando Ochoa Antich declaró que “… unas FAN que cometen ese error histórico (se refiere a su apoyo al gobierno de Maduro) sin duda difícilmente podrán subsistir durante un cambio político. Tendría que ser modificada en su totalidad o podría darse el caso como el de Costa Rica. Pienso que los integrantes de las FAN tienen que reflexionar sobre el problema …”. El vicealmirante Rafael Huizi Clavier plantea la tesis de una profunda transformación, convertirlas en una organización pequeña, de alto nivel profesional, con armamento mediano, con limitada capacidad ofensiva, y sobre todo con una rígida disciplina forjada a través del profesionalismo y del apolitismo. Hay en Venezuela un creciente interés por el estudio del tema militar tanto en el mundo político como en el académico. Sobre el proyecto de unas nuevas y modernizadas Fuerzas Armadas han opinado también el general Francisco Usón y el coronel y doctor José Machillanda Pinto. Allí están las investigaciones del ya fallecido profesor Domingo Irwin, y las de sus alumnos como Hernán Castillo y Luis Alberto Butto, cuyos trabajos constituyen una excelente contribución al conocimiento de la materia. Y para citar apenas algunos otros, están los trabajos de Ricardo Sucre, Rocío San Miguel, Francine Jácome y José Alberto Olivar. Creo que deberíamos conformar desde ahora un equipo multidisciplinario encargado de producir ideas y quizá hasta de proponer uno o varios modelos alternativos. Pienso que es tiempo de intercambiar y poner juntas las ideas e intensificar estos estudios. Tengo conocimiento de que hay personas, en el mundo de la academia así como de profesionales militares y de las ciencias sociales aplicadas que han adelantado proposiciones al respecto. Un punto central de esos estudios debe ser el de que las Fuerzas Armadas, si sobrevive a esta crisis que les ha erosionado su prestigio y las ha apartado de sus funciones específicas, deben someterse al control civil y dedicarse a cumplir con su verdadera función de defensa exterior y de garantía de la soberanía e integridad de la nación. De otra manera, si los militares siguen empeñados en ejercer funciones políticas, la democracia estará siempre amenazada en su naturaleza y existencia.
¿Podría compartir cómo fue el proceso de maceración y producción del libro sobre el 24 de noviembre? Sorprende la cantidad y diversidad de fuentes consultadas.
Antes de iniciar la investigación que dio origen a este libro dediqué unos años a investigar el acontecimiento histórico precedente, es decir, el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, y escribí y publiqué un libro sobre aquel acontecimiento. Pero desde el comienzo el propósito de mis investigaciones no era solo conocer cómo puede construirse la democracia sino también cuáles son los hechos, circunstancias y debilidades que pueden llevarnos a su destrucción. La relación entre ambos procesos nos permite sacar lecciones de cómo se hacen las democracias y cuáles son los peligros, amenazas y dificultades que las acechan y hasta las destruyen. En cuanto a la cantidad y diversidad de fuentes consultadas debo decir que sobre el 24 de noviembre se han planteado las más diversas y polémicas explicaciones e interpretaciones a lo largo de setenta años. Con la idea de ser lo más objetivo posible creí necesario que debía tomar en cuenta las más diversas opiniones, aun aquellas con las que nunca he estado de acuerdo.