22 de noviembre de 2024 5:29 PM

Luisa Ortega Díaz: Mendigos de una autocracia

La democracia es un sistema cuya base de sustentación es la búsqueda de acuerdos entre personas o grupos que tienen un propósito común, pero al que quieren llegar por vías diferentes. En una democracia no hay unanimidad. Lo que hay son minorías esforzándose por convertir sus propuestas en mayoría, en ocasiones pugnaz, tensa, que puede tornarse brusca o impetuosa. De modo que cada minoría hará lo necesario dentro de las reglas que establece la democracia para que sus postulados sean preferidos por un mayor número de personas. Es la manera de construir mayorías que, finalmente son las que conceden el poder que hace falta para modelar en una sociedad, los postulados en los que creemos.

La alternancia le da a cada mayoría la oportunidad de demostrar, en su momento, la validez de sus postulados. El manejo de las libertades y los modelos económicos son frecuentemente los puntos en los que se dan las mayores variaciones. Unos piensan que la sociedad debe ser más abierta, otros creen que debe ser más controlada. Ciertos grupos creen que el libre mercado es el mejor camino; mientras que hay grupos que se inclinan a creer que cierta planificación e intervención del Estado es mejor para evitar desigualdades extremas. Gracias a la alternancia que permiten las democracias, cada minoría de pensamiento puede tener la oportunidad, eventualmente, de probar su modelo y sus propuestas.

Para lograr que sus ideas avancen, esas minorías deben promover sus doctrinas y convencer a más y más personas de que su propuesta es la mejor, entrando en el diálogo y el debate constante con otros miembros de la sociedad. Presentar nuestros argumentos sobre qué tipo de sociedad queremos, qué tipo de economía y de relaciones sociales son las que consideramos más apropiadas.

Pero la única manera de conseguir el poder es mediante la construcción de una mayoría fuerte, robusta y activa. Si no se propagan las ideas, no se podrá construir esa mayoría. Si no se conversa con la gente, si no se debate con ellos, si no se les muestran los beneficios de la propuesta, jamás se unirán a esa causa y, en consecuencia, jamás será una mayoría.

Esa tarea requiere mucha disciplina y de mucho rigor intelectual, pues las ideas y las propuestas deben estar bien definidas, y planteadas de un modo que sea claro y fácil entenderlas. El esfuerzo más significativo debe hacerse en las comunidades. Explicar aquello en lo que creemos y cuáles son los beneficios sociales y personales que se desprenden de nuestras propuestas. Lo que moviliza a la gente no es una persona sino la esperanza de ver resueltos sus problemas y mejorar su situación personal. Una propuesta en la que vean oportunidades de progreso, que les permita sentirse seguros de su futuro, contará con el apoyo mayoritario. Sin eso no es posible conseguir el apoyo de la comunidad.

Sin embargo, siendo este proceso tan claro, y cuya eficacia ha sido demostrada hasta la saciedad en decenas de países, resulta sorprendente que en Venezuela quienes se han decidido a entrar en el escenario político, opten por ignorar este procedimiento.

En lugar de reunirse a definir una causa sólida y movilizadora, la mayoría de las personas en el país se dedican a “pedir” cosas al gobierno. Aun cuando lo identifican como una dictadura, le piden que actúe democráticamente, que les dé facilidades financieras, que le ponga control a las tarifas del aseo, que les dé gasolina, que le impida a las alcaldías cobrar sus impuestos, que suba los sueldos, o que no los suba porque eso genera inflación, que convoque elecciones, que abra el registro electoral, que deje votar a los venezolanos que están en el exterior, que regule la entrada de mercancía importada, que proteja la producción nacional, que elimine los aranceles de importación, que libere los precios y un sinfín de otros pedidos. Piden los pobres, piden los ricos.

Piden los opositores, piden los aliados. Piden los empleados, piden los empresarios. Todos piden algo.

Muchos, al parecer, piensan que luchar contra un gobierno, ser opositor o ser activista de cualquier organización, consiste básicamente en pedirle algo al gobierno, y lo que hacen es convertirse en mendigos de la autocracia. No veo motivo alguno en esa conducta. Ante un gobierno ilegítimo, arbitrario, corrupto, antidemocrático, criminal y farsante, solo se puede actuar de una manera: construyendo activamente una mayoría democrática para sacarlo del poder. Crear medios que hagan posible la cooperación de todas las fuerzas democráticas para consolidar un movimiento ciudadano reunido alrededor de una causa común esperanzadora, organizada y convencida del poder que la Constitución le da a los ciudadanos.

¿Qué les hace pensar que pedirle algo a un déspota es una estrategia razonable? ¿Por qué creen que tiene sentido pedirle a un autócrata que actúe con ecuanimidad, honradez o rectitud? ¿En verdad creen que un tirano escucha pedidos y solicitudes de aquellos a quienes oprime? Quisiera pensar que son nuestras reservas democráticas, y no nuestra ingenuidad las que nos hacen pensar y proceder de ese modo. ¡Ojalá sea eso! De no ser así, nuestra falta de agudeza puede costarnos muy caro, como ha sido hasta ahora.

Construir una nueva mayoría democrática en torno a una causa común, basada en el poder ciudadano, en la fuerza incontenible del voto y la movilización de las fuerzas sociales de base es el único camino que tenemos para devolverle a Venezuela su democracia y su futuro. Al verdugo no se le pide concesiones. Debemos derrotarlo. Debe ser proscrito y sustituido por el dinamismo de la vitalidad ciudadana y la fuerza que tenemos en nuestras manos cada uno de nosotros. Somos más, no hay duda de ello, pero somos una mayoría dispersa, desarticulada, desorientada y desencantada, y además, somos los únicos que podemos cambiar las cosas. Nadie lo hará por nosotros.

En eso es en lo que yo creo, y por lo que trabajo sin descanso día a día. ¿Quién me acompaña?

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