21 de noviembre de 2024 10:16 PM

Rafael del Naranco: Lo valioso no es vivir, sino amar

Bosquejamos con frecuencia en estos escritos descosidos palabras sobre la libertad y el amor, y lo hacemos a conciencia de que ese derecho humano es el adagio que ayuda a fraguar la dignidad de cada hombre o mujer, asentado en su plena integridad sobre el contrafuerte de su soberana voluntad.

Pudieran ser palabras al viento de secano, pero a lo largo de la presencia humana en nuestra esfera azul, la plena libertad de nuestros actos responsables, nos hizo constituir un sentido de entereza, que ha hecho factible un sentido de valores imperecederos.

Es una verdad incognoscible: los gobiernos autócratas pueden prescindir del libre albedrío; sus ciudadanos de ninguna forma debieran desamarrarse de él.

Es indudable que aún nos alentamos. ¿A qué precio? Muy alto. ¿No nos damos cuenta cómo se van cerrando gradualmente los derechos individuales al ser sustituidos por un amorfo colectivismo?

El usufructuario de la comunicación de masas son los estados totalitarios. Sus garfios cortan la expansión mediática hasta reducirla a lo mínimo. No ha sido aún escindida totalmente de cuajo – todo se andará -, aunque lo tejido hasta ahora va en concordancia con las reglas del duro poder imperante en diversos gobiernos conocidos.

Nos hubiera cautivado que estas expresiones fueran escuetas posturas quebradas. No lo son. Cuando merman las libertades, toda sociedad va camino de un temible oscurantismo.

Sin la autonomía de pensamiento, cuya base es la escritura y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy nos hallamos donde estamos, en medio de un progreso de valores mantenidos, es porque seres humanos imbuidos de coraje han abierto hendiduras con sus propias manos para enseñarnos la refulgencia de la emancipación.

En la Declaración de los Derechos Humanos hay cinceladas estas palabras que para muchas naciones son barro apestoso:

“La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre. Todo ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir, imprimir libremente (…)”.

Una utopía. Docenas de informadores sufren cada año terribles avatares por reflejar los hechos tal como suceden. No lo olvidemos: todo ser humano para serlo en plenitud debe ser libre. Cuando existía el Estado totalitario soviético, un iluso expresó: “Llevad la libertad de prensa a Moscú, y mañana Rusia será una república libre”.

Esa es la causa de escribir con tanta insistencia sobre los principios de la libertad.

Partiendo de la noche de los tiempos, dialogar, pensar, remachar, siempre ha sido un anatema, aunque nunca en la forma refinada de los tiempos actuales, cuando uno creía que la civilización había llegado al cenit de su apogeo.

Andre Glucksmann, filósofo y ensayista francés de origen judío, ya fallecido, es autor del libro “Occidente contra Occidente”. Allí expresa un dictamen primordial: “La gran lección que debe existir entre los europeos: unirse como una sola piña contra esa plaga cruel”. (Aquí añadiríamos nosotros nuestra America Latina).

Separado en el campo de las ideas, Glucksmann tiene algunos vasos comunicantes con Oriana Fallaci, pero mientras la periodista italiana acusaba directamente a los fanáticos musulmanes de querer destrozar la civilización occidental, el filósofo galo establece un paradigma: el nihilismo de los autores del derramamiento de tanta sangre.

“Los nihilistas – decía – destruyen por el placer de destruir, aunque lo hagan en nombre de la religión o del futuro. Pueden matar a niños para que no entren en este mundo corrupto, porque lo ordena una “fatua”. El mal no pervive en ellos. El siglo presente ha demostrado su existencia llamándose genocidio, tortura y hambrunas políticas”.

A razón de ello, el sentimiento humano de Sócrates se alza cuando nos recuerda en los albores de la civilización occidental – Grecia y Roma son sus pilares – algo que el criminal alevoso jamás comprenderá: lo importante no es vivir, sino vivir justificadamente.

Alguien le preguntó al pensador sobre si seguía siendo válido el antiamericanismo como anestésico de la sinrazón terrorista.

El hombre – en su tiempo uno de los más brillantes de Francia – con pausa y con la fuerza de sentirse en el ágora del entendimiento, afirmó “que esa causa es un fenómeno común a todos los totalitarismos existentes”.

Recordó un concepto hoy olvidado: Hitler era antiamericano, Stalin también, lo mismo que Jomeini, y el integrismo islámico es antinorteamericano. Y aquí se expande como si se le encendieran las venas:

“En Europa se habla de un trauma americano, pero no fue solamente un choque psicológico (recuerda el 11-S), sino que ha sido un golpe de civilizaciones. Hemos pasado de la era de la bomba atómica, que estaba en poder de siete grandes potencias, a la humana, con el kamikaze”.

A continuación, nos dejó una hilera de lúcidos pensamiento para poder seguir haciendo coraje cara a los totalitarismos recubiertos de alteradas tendencias:

“Cada uno de nosotros esta en la mira de un asesino. Son los llaneros solitarios del milenio”.

“Nunca veinte volúmenes en papel harán una revolución. Son los libros portátiles los que deben temerse. Si el Evangelio hubiera costado 1.200 sestercios… la religión cristiana nunca se habría establecido”.

Procuremos no dormirnos en los laureles: la libertad siempre es fácil de secuestrar.

Pretendamos en lo posible, que eso no acontezca.

rnaranco@hotmail.com 

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